Cuando los purasangre corrían por el paseo de la Castellana

Historias capitales

El recinto, situado en los actuales Nuevos Ministerios, albergó también partidos de fútbol o exhibiciones aéreas

Varios asistentes a las carreras, en el Hipódromo de la Castellana en 1906 archivo abc

Hubo un tiempo en que los caballos galopaban por la Castellana. Damas y caballeros seguían las carreras desde las gradas, y el público más popular lo hacía en los cerros que rodeaban este espacio, con la cúpula del antiguo Palacio Nacional de las Artes ... y las Industrias -actual museo de Ciencias Naturales- a su espalda. El Hipódromo de la Castellana, o de Madrid, llenó de glamour una zona que entonces eran las afueras de la capital y ahora se han convertido en su espina dorsal.

No queda ni rastro -salvo en las fotografías- de aquella instalación, que se encontraba justo encima de lo que ahora es una gran arteria con varios carriles por sentido y decenas de miles de vehículos circulando cada jornada. Pero allá donde ahora los coches suben y bajan, cien años atrás eran los cascos de los caballos los que, al trote o al galope, recorrían la zona. Y el 'todo Madrid' los miraba y se dejaba mirar.

La Sociedad de Fomento de la Cría Caballar, que presidía el duque de Fernán Núñez, instó a la construcción del Hipódromo. El ministro de Fomento, conde de Toreno, cedió unos terrenos para ello, alejados del centro y situados en los confines de las huertas de la Castellana. El proyecto no fue ajeno a la crítica: muchos calificaban las carreras como algo exótico y ridículo; pero el tesón de Fernán Núñez llevó adelante la iniciativa.

Fue el ingeniero Francisco Boquerín el encargado de su construcción, y se inauguró el 31 de enero de 1878, con motivo de la boda de Alfonso XII con María de las Mercedes de Orleans. Las carreras de caballos se popularizaron por aquellos tiempos, y atraían no sólo a la aristocracia, sino también a las clases populares.

El Hipódromo de la Castellana tenía tres espacios: en el lugar más centrado, la tribuna real, destinada a la familia real y los miembros de su corte, con vestíbulos, comedor y tocador. Además, había dos tribunas laterales donde se daban cita los miembros de la nobleza y la alta burguesía de la época, con cinco filas de asientos y un pasillo con puestos de comida y bebida. Y contaba con una tercera zona, una explanada dedicada al público en general, y que se conocía popularmente como «el tendido de los sastres». La cuerda del óvalo central del recinto tenía 1.407 metros de recorrido, y dos rectas de 450 metros que permitían impresionantes galopes a los caballos.

Una instalación con mucha historia Arriba, el hipódromo en 1930. Abajo, izquierda, vista general de la instalación en 1907, con el actual Museo de Ciencias Naturales al fondo. Derecha, el tranvía Bombilla-Hipódromo, en 1914 ARCHIVO ABC-JULIO LUQUE

El día de su inauguración acudieron 60.000 personas a ver las carreras, señalan las crónicas. De hecho, en previsión de ese éxito de público, se había prolongado la línea de tranvía que llegaba desde el barrio de La Bombilla -en el paseo de la Florida- hasta la Castellana, hasta poner su fin en el nuevo hipódromo.

La moda

Las carreras comenzaban a la una de la tarde. En el día del estreno, relatan los cronistas, el glamour rebosaba: «La duquesa de la Torre se presentó vestida con elegante traje, en el que confirmó al color heliotropo la credencial de moda». De morado, pues, y seguía dando detalles: doble falda, sombrero del mismo tono y «un céfiro blanco con motas de oro velaba ligeramente el encantador semblante, siempre hermoso, y una sombrilla blanca, guarnecida con encajes y adornada con jockeys a caballo, formaba encima de su cabeza pabellón de raso y la defendía de los rayos del sol, que lucía por intervalos». Otros estilos, sin duda. La gente del pueblo también acudía, en su caso, «con bota y merienda».

Los caballos eran la principal atracción de los miles de aficionados que se paseaban por el recinto en una mezcla de ocio y negocio: más de un trato comercial y más de un acuerdo nupcial se cerró en el lugar. Pero el Hipódromo no eran sólo carreras: allí se organizaban otro tipo de eventos, como competiciones hípicas, partidos de polo, exhibiciones aéreas y partidos de fútbol. De hecho, allí tuvieron lugar varios encuentros de la Copa del Rey en 1903, 1906 y 1907, y los partidos de la Copa de la Coronación de 1902.

La historia del Hipódromo de la Castellana se cerró en 1933, año en que fue derribado. Para esa fecha, Madrid había crecido hasta superar el millón de habitantes, y la ciudad se ha expandido de manera que la antigua instalación de las afueras había sido absorbida por la capital. El ministro de Obras Públicas de la segunda República, Indalecio Prieto, decide construir sobre los solares liberados y algunos otros los Nuevos Ministerios.

Tras el paso de la piqueta por la zona, la crónica de ABC recordaba a alguno de los campeones que recorrieron la instalación: Colindres, Atlántida o Albano. «Nos hemos quedado sin Hipódromo; su vida no ha sido muy larga: murió a los cincuenta y cuatro años de edad, en plena juventud».

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