PROCESIONES SEMANA SANTA
El primer kilómetro cero de la Pasión de Cristo, según Madrid
La Borriquita, El Silencio y Los Estudiantes fueron recibidos por miles de personas en la Puerta del Sol
La hermandad de la basílica de San Miguel, de las más señeras, marcó el inicio de la Semana Santa de la capital
Madrid
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Iniciar sesiónPor las torrenteras espirituales del Domingo de Ramos, la ciudad iba presentando una calma de ramas de olivos, de palmas. El cielo, ese elemento tan temido por los cofrades había venido trayendo unas nubecillas difusas, que quizás fueran polvillo del desierto. Como el que ... tuvo que haber en Jerusalén hace dos milenios. El cofrade madrileño había mirado a la luna casi llena del sábado con jolgorio: apenas tenía cerco. Ya los retranqueos (el último ensayo, mínimo, de un par de metros para ajustar todo el vibrar del paso) estaban hechos. Ya, en la noche del Viernes, el Cristo de los Toreros, saliendo de Medinaceli, perló a la Villa de un primer golpazo de Semana Santa. Ya todo está hecho y sólo hacía falta disfrutar a Dios en la calle, que es otra forma de Evangelio.
Ha sido Domingo de Ramos, y en la secuencia de esta crónica inmediata van pasando imágenes como en un filme. Ramas de olivo «recogidos por loush campossh» que Lourdes y su marido, portugueses, iban vendiendo «a la voluntad». Con toda la mata fueron al entorno de la Almudena, hacia el centro, donde quizá encontrarán más negocio que en el Metro de Argüelles. De tanto preguntar, al cronista le regalaron uno. Para espanto de males y demás.
El verdadero madrileño, el que no se ha cogido una semana entera de libranza, andaba entre el 'rodríguez' y el cofrade. Por Sol, una pareja joven con la camiseta del Oviedo antes de que fuera llegando la gente, y se vio hasta quien llevaba esas mochilas con sillas incorporadas de una cadena deportiva para hacer más amena la espera. Y de Sol a la Almudena, por Mayor, zapatos castellanos, camisas, como en Sevilla. Y paraguas de empresas turísticas, y un escapulario que no era escapulario, sino un traductor simultáneo a la altura de la Posada del Peine.
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En la secuencia cabe también, como la primera escena religiosa, la del lateral del Altar Mayor de la catedral de la Almudena, con el paso de La Borriquita presidiendo la Misa de Palmas, y el alcalde Almeida, primero sonriente, luego circunspecto en el oficio sagrado de la Eucaristía. Fuera, la vida de la ciudad mitad vaciada, mitad cofrade, seguía. Los cicerones turísticos, los 'runners', los caminantes del 'a ver qué pasa'. La Policía Municipal también con cara de estreno: esencia del Domingo de Ramos. El estreno, no la Municipal, evidentemente.
Olivo que después se llevó Cipri, capataz del paso, que se ufanaba de una confianza del «mil por cien en mis costaleros». Detrás de él, las mantillas con la medalla de la Almudena. El hermano mayor, Carlos Malarría, iba repartiendo besos y abrazos en una jeringonza cofrade tirando a sureña. Antes, un joven apellidado Olaya, novillero de Chamberí, aún sin picar, y el hermano del Soro, torería hasta las trancas, fueron presentados a calzón quitado. Seguro que reza el hermano del Soro, por Arévalo (q. e. p. d.). Mantillas de la Almudena con su blanco y azul en las medallas. Se iban probando los «Jesús del Amor en su entrada triunfal» por megafonía. Y se formó el cortejo profesional. Monaguillos e inocencia. Ya les había dicho el Arzobispo, José Cobo, la consigna de «aguantad hasta el final». Hasta el final de la Semana más Santa en el previo a la salida.
La tensión costalera
Acortaba el cronista por la calle del Codo para arribar a la Basílica de San Miguel y ver Los Estudiantes. Un recorrido gallináceo. Iban vistiéndose, calzándose los cíngulos, los nazarenos, contando que ya mismo «habrá tiendas de capirotes» en Madrid: como en Málaga, Sevilla, Valladolid, Murcia... Arriba, misa con los dos pasos dispuestos. El del Santísimo Cristo de la Fe y el Perdón y María Santísima Inmaculada, Madre de la Iglesia. Seriedad, tradición y un recorrido nuevo. Qué sana tensión costalera. La faja, el tirar de la faja, cortaba la respiración del costalero y del observador. «Es una liturgia», iba confesando Emilio. Lo de respirar, lo mínimo para una penitencia. Sucede que cada cual se entiende como quiere en los asuntos de la propia penitencia; sólo faltaba.
En el pasadizo del Panecillo, en una plazuela previa, un tablón iba marcando el orden procesional sobre una fuente de granito. Y salieron, con la música de capilla, el incienso, la talla de Cristo, sencillo, sin potencias, con el alma entregada al Padre y claveles rojos de sangre. Detrás, su Virgen, con orquídeas por vez primera, como si el dolor de una madre se pudiera tapar con flores. Pero el humano es lo que puede. La ofrenda, el exorno. Y Almeida allí, saludador cuando tocaba y cuadrándose ante la procesión más canónica de Madrid. Sonaba la unidad de música del Regimiento Inmemorial del Rey. El compás exacto, la métrica idónea. El Viejo Madrid vibrando. Y no era para menos. 'Bicheando' con respeto en suelo vaticano, hasta en los instantes previos se veía el orden, identidad de lo que debe ser una hermandad cuando se convierte en cofradía para salir a las calles.
De vuelta a Sol, Milagros y Dioni preguntaban la hora. El recorrido vallado a trozos entre Mayor y la Real Casa de Correos. Y la Policía Municipal, de nuevo sonriente, haciendo como de cicerone de horarios y hermandades. Y buenamente iban favoreciendo el turismo propio y el foráneo. Porque han sido montables las vallas. Un argentino, con el permiso de residencia, rogaba a las autoridades pertinentes que le dejaran ir a su casa. Se le abría el cordón y le faltaron agradecimientos lunfardos. Allí mismo, en el cruce de Esparteros con Mayor, en puridad la Puerta del Sol, una 'chicotá' larga de La Borriquita. Que entraba con 'Creo en ti', interpretada por la banda de cornetas y tambores de Albacete negociando una 'revirá' ante un semáforo presuntamente ateo.
Caminito, siguiendo lo argentino, se fue el cronista a ver al Silencio, en el desorden bíblico de todo día santo. En el que una palmera de mentirijillas, la del paso de La Borriquita, iba siendo lo único verde que se atisbaba en la Puerta del Sol. No era buena idea subirse en el 'boquerón' del intercambiador para sacar la mejor perspectiva. No.
El Silencio, talla de Víctor González Gil, aquel del que se escribió que era hasta filósofo, le puso el punto de gozne al Domingo de Ramos. Al menos, al Domingo de Ramos moral. Un azotado a la columna, momentos antes de convertirse en lo que la tradición llama el 'ecce homo'. Cuando el Señor sufrió el escarnio y las primeras heridas, si bien ya había sudado sangre en Getsemaní. Atrás, la banda de cornetas y tambores de la Fusión, la de Manuel Alcalá, venida de esa parte de Jaén que mira a Córdoba: Lopera (apellido del llorado presidente del Betis y cofrade) y Marmolejo. Ocurre que en un Domingo de Ramos se puede resumir la Pasión de Cristo. Madrid, de momento, le va poniendo la alfombra roja a Dios. El hermano del Soro y el Soro, sobrevivieron a la maldición de Pozoblanco. Un Domingo de Palmas todo lo perdona, lo exorciza.
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