Pinito del Oro, la gran artista de circo que fue portada del New York Times y vivía sin red
HISTORIAS CAPITALES
La trapecista obtuvo fama mundial, y sufrió varias caídas muy graves
El misterio en el circo que conmocionó a Pinito del Oro
Madrid
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Iniciar sesión«Nací en el circo, llevo en la sangre todo el fuego de su coraje; de su bohemia. Él ha sido lo mejor de mi vida, me lo ha proporcionado todo». Así resumía Cristina del Pino Segura, Pinito del Oro, su sorprendente vida siempre ... al filo del peligro, una existencia sin red que le costó varias caídas graves. Nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1931, en una familia circense; fue la más pequeña de 19 hermanos.
Y desde muy pequeña, apenas una adolescente, destacó por su habilidad primero en el alambre, y luego en el trapecio. Allí la descubrió el representante en Europa del famoso circo Ringling, cuando aún no había cumplido los 20 años. Y quedó fascinado por aquella chiquilla que trabajaba siempre sin red y cuyo mejor número era un triple salto mortal a más de 15 metros de altura. Tanto, que la convirtió en la estrella de su circo, con el que trabajó 7 años y en el que se presentó al público americano con una aparición espectacular en el Madison Square Garden, de Nueva York, rodeada por un ballet aéreo de 60 trapecistas.
Le gustaba trabajar con riesgo, lo que en más de una ocasión estuvo a punto de costarle la vida: En Huelva, se fracturó el cráneo y estuvo ocho días en coma. En otra ocasión, actuando en el circo Scott en Joenkoeplng (Suecia), al querer tomar impulso tropezó con otro aparato y perdió el equilibrio, cayendo desde una altura de más de 10 metros. Suerte que un operario de pista extendió sus brazos y paró el golpe; aún así, sufrió una doble fractura del brazo derecho.
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En más de una ocasión, fue su propio esposo, Juan de la Puente, el que paró el golpe con su cuerpo. Él no era un hombre del circo; cuando lo conoció, era telegrafista de la Armada. A sus padres no les gustó precisamente por eso, porque no era del mundo circense. Hubo cinco años de noviazgo, muchos disgustos y hasta algún amago de Pinito de marcharse a un convento, pero al final la cosa terminó en boda. Y en posterior divorcio.
La joven Cristina era pequeña, frágil y muy bella, con unos enormes ojos y un pelo muy negro. Contaba el cronista que la entrevistaba en los 50, en el cénit de su fama, que aunque «lanza su vida al aire dos veces al día, la serena conformidad con su destino está en sus ojos». La acompaña el periodista en su camerino, horas antes de comenzar la función, entre vestiditos de lentejuelas y gasa. Salía a la arena de la pista entre los acordes de la habanera de la ópera 'Carmen'. Pero confesaba que cuando más sufría era cuando se dormía, porque se le repetía una visión entre sueños: la de ella misma cayendo del trapecio.
Era consciente del peligro que corría; en 1955 visitó la tumba de Jucki Naito, una trapecista china que murió en 1933, a los 23 años -casi la edad que ella tenía entonces-, al cuando ensayaba en la pista del Circo Price. Pinito del Oro acudió al cementerio de La Almudena para dejar un ramo de rosas y claveles en la tumba de su compañera de profesión. Y por la tarde, hizo su función en el circo.
Tras un parón de varios años, que coincidieron con su maternidad, Pinito volvió al circo y lo hizo en el Price, el 1 de marzo de 1968. Como era su costumbre, salió a escena en el último número de la primera parte. Cinco meses después, el 21 de agosto, a las doce menos cuarto de la noche, volvía a caerse en Laredo, donde el Price había instalado su carpa. Era su tercera caída grave: se fracturó las dos muñecas.
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Abandonó definitivamente el trapecio en 1970, pero no acabó ahí su fama y su producción: dio conferencias, publicó libros, participó en programas de radio y fue presentadora de televisión. Alguien le preguntó una vez si era verdad que no usaba red porque le mareaba la visión de la malla entrecruzada. «¡Nada de eso!... Lo dije siempre para defenderme de vetos y prohibiciones, Pero ahora, ya que me retiro, puedo revelar el secreto, como un prestidigitador descubre al final la trampa de su juego. Trabajé sin red porque con ella mi ejercicio habría carecido de emoción, la tónica dominante de mi trabajo».
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