Pablo Carbonell: «Vi la Telefónica y me dije que éste era el gran mundo»

COLONOS

El polifacético artista cuenta con ironía la conquista de la capital, su evolución y su supuesta decadencia

Carbonell en la plaza de Santa Ana ISABEL PERMUY

Pablo Carbonell tiene una de esas sonrisas de las que se ven poco. Mezcla de ternura y de sana ironía. Su Madrid es el Madrid que se conquista, el que duerme en la calle. La nostalgia de la ciudad que fue, quizá idealizada por el ... tiempo. Aunque Carbonell no para, prepara para el 12 del presente un homenaje a uno de sus dilectos, vitales y creativos, Javier Krahe. Nada menos que en la Sala Galileo. Carbonell sabe que Krahe es el gran trovador de estas calles, y de ahí su homenaje del 12.

En el buen sentido de la palabra, Carbonell es histriónico, y por eso la burla está presente en la conversación en la plaza de Santa Ana, donde dice Fernando Arrabal que Lorca tiene hasta «pinta de mediopensionista». La cuestión es que Carbonell vio el edificio de la Telefónica y supo que allí estaba el gran mundo. Se acuerda del teatro callejero con el gran Pedro Reyes. Su mundo mágico empieza efectivamente en Santa Ana; como vive lejos de la urbe, se va allí a despachar, casi a diario, sus actividades plurales.

—Lugar y fecha de nacimiento.

Cádiz, 28 de julio de 1962.

—¿Su primer momento en Madrid?

Vengo para un concierto de Jehtro Tull. Pero como vine en el tren sin billete tardé dos días en llegar, y cuando lo hice me tiré en la puerta del Jardín Botánico y los dos días que estuve en Madrid no me moví de ahí. Ni siquiera fui al concierto. Y me alegré, porque a mis amigos hippies que fueron allí les pegó la policía. Eso debió de ser en 1978.

—¿Qué imagen se le quedó de la ciudad, pese a todo?

Lo que más me impresionó fue el edificio de la Telefónica. Cuando lo vi pensé que había entrado en el gran mundo. Me dije: «Éste es el mundo grande. Sí.»

—¿Y después?

Estuve un año en Sevilla con Pedro Reyes y sonaban muchas cosas en Madrid, quizá demasiadas.

—¿Qué era lo que llegaba de Madrid a Sevilla?

La gran llamada para mí fue ver la película de Almodóvar 'Laberinto de pasiones' en un cine de la Alameda de Hércules. Cuando vi esa película dije: «Hay que irse a Madrid.»

«Ahora vas al Retiro y hay unos muñequitos de Disney sucísimos haciendo globos. Un desastre.»

—¿Cómo fue el triunfo madrileño?

Hacíamos teatro callejero. De repente Wyoming nos había visto en un local y habló de nosotros en El ángel exterminador y desde ahí nos llamaron para actuar en ese sitio. Piensa que el epicentro de todo lo que sucedía en el mundo era Madrid. La televisión, el cine, la música... todo era Madrid.

—¿Era canalla ese Madrid?

Además de muy divertido era muy entusiasta, muy joven; con gran pasión por la creatividad, amor por el teatro y por la libertad de expresión: el fanzine, el microteatro. Ahora esa vivacidad no existe. En El Retiro actuaban Faemino, el Malo Malísimo, que era un mago. Había músicos, magufos, cómicos, se vendían fanzines, había rapsodas. Ahora vas al Retiro y hay unos muñequitos de Disney sucísimos haciendo globos. Un desastre.

—Aprovechando que el Pisuerga pasa por Zahara (y sabiendo la respuesta), ¿quién es el gran cantante madrileño?

Javier Krahe. Ese hombre atesoraba casticismo y por supuesto también un gran cosmopolitismo. Lo mismo estaba en Canadá o en México. Fue a cantar a Moscú. También estuvo en París. Él le hizo bastantes canciones a Madrid. El 12 de julio voy a cantar 24 canciones de Javier Krahe. Escribió más de 100 temas. La memoria de Krahe se ensució con la aparición de aquella broma grabada de cómo cocinar un Cristo.

En realidad, es una 'boutade' que él ni siquiera quiso difundir. El hombre, ahí, en sus últimos momentos de su vida y que le vengan a incordiar... que haya gente que sólo se acuerde de eso es una putada.

De hecho, en él hay dos putadas vitales: una es el momento en que Sabina hace un concierto en 1986 que es el gran despegue del ubetense y el hundimiento de Krahe por cantar 'Cuervo ingenuo' y tutear a Felipe González y decirle «hombre blanco, hablar con lengua de serpiente». Ahí lo 'escoñaron'. En un país que presumía de libertad de expresión, Krahe ha sido el gran golpeado por los guardianes de la moral.

Carbonell retratado por un fotógrafo anónimo de la Movida ANÓNIMO

—¿Cómo se introdujo en Madrid?

En un principio vivía en pensiones. A veces compartía la habitación. A veces dormíamos seis o siete. Recuerdo una pensión en la calle del Pez que se llamaba Seine. Era un piso muy oscuro. Muy tétrico. Recuerdo que Madrid era gris. Todo era gris. El color lo poníamos la juventud, pero me he dado cuenta ahora. Madrid se ha gentrificado, es un destino turístico. Han pasado cuarenta años.

—Insisto en el concepto de introducción urbana...

Madrid estaba muy lejos. Nos colábamos en el expreso, nos echaban porque no teníamos billetes, y nos escondíamos en la estación del pueblo en el que nos habían echado para coger el siguiente. Cuando empecé a venir a Madrid a veces dormía en la calle, en el metro, o ligaba. (Ríe pícaro)

—¿Recuerda alguna calle en la que haya dormido?

He dormido en el pasadizo que atravesaba Cibeles.

—¿Lleva todos esos años, desde el 78, aquí?

No es que me haya movido. Es que mi reposo es el movimiento. Siempre estoy en movimiento.

—¿Madrid está en movimiento?

Siempre he estado con Pedro Reyes, con los Toreros Muertos o con compañías de teatro. A Madrid vengo a descansar.

—A descansar, dice. ¿Madrid es casa?

Sí. Lo que más me gusta es que es muy abierta. Es para todo el mundo. Es para todos. No la disfruto como antes, ni siquiera vivo en la ciudad, vivo a 80 kilómetros, en el campo. Llegó la pandemia y dije: «Huyamos». Aunque he pasado temporadas en Zahara de los Atunes. Que Cádiz tira.

—Cuando desconecta de Madrid, ¿a dónde va?

En realidad viajar, viajo por placer o por descanso... siempre estoy saliendo o entrando. Ahora mismo no tengo previsto volver a Madrid como tal. Es raro que uno pueda desconectar de Madrid.

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