Open House 2023: Madrid descubre los secretos ocultos de sus templos y palacios más singulares
El festival propone ver la ciudad con ojos distintos. Los del arquitecto, los del urbanista y los del entendido. Y discutirlos
El Madrid 'brutal' y oculto: ruta por la arquitectura de amor y odio
Madrid
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Iniciar sesiónLa arquitectura es una forma de entenderse el hombre y sus adentros. Después sus afueras. Surgió el urbanismo y surgieron Vitrubio o García de Paredes, hispalense, al que el Open House Madrid Festival dedica su novena edición.
La arquitectura es la calle en ... palabras; y ese Madrid que dicen «chato», sin 'skyline'. Ese Madrid guarda, pese a piquetas de uno y otro signo político, joyas. Joyas de verdad. Joyas que merecen una tarde. O más de cien, que son las que tiene consignadas (las joyas) el festival. Y no hay mejor forma de conocer una ciudad que a través de la organizadora, Paloma Gómez Marín, que fundó esta forma de ver la ciudad por dentro. Son más de cien edificios, estudios de arquitectura y esquinas ignotas. Sucede que «el arquitecto es un gran desconocido para la sociedad» y ella, en desiderativo, espera que la propia sociedad se haga partícipe de su «vocación y entusiasmo».
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A Gómez Marín, por estas cosas virtuales, se le propone que acompañe al cronista en cuatro edificios de los más de cien del listado. Y en esos más de cien edificios hay «más de 500 voluntarios» que son historiadores del arte, arquitectos, o amantes de las cuatro esquinas cotidianas de la ciudad.
La mañana empieza, por ejemplo, en el Cuartel General de la Armada, que pese lo que pese, (sic) es «un mazacote» en palabras de su guía. Un «mazacote» dicho con ironía constructiva, evidentemente. Porque el guía voluntario, Julio Serrano, historiador del arte, ha debido aprenderse 'a tenazón' las maneras castrenses. Y ya, dentro, el cronista en el ascensor de oficiales, observa la maravilla del Cuartel General de la Armada y su alma. A sugerencia de Gómez Marín pone atención al «traslado del Ministerio de Marina» en 1929 desde lo que hoy es el Palacio de Godoy: «Pieza a pieza».
Godoy «era quien era», exclaman al alimón el amigo Serrano y el militar Salazar, capitán de fragata y alma del edificio; y no, no es un apellido compuesto. Se trasladó el despacho más o menos desde el antiguo Palacio del Marqués de Grimaldi, y así está, con un retrato de Felipe VI de blanco marinero y un escritorio fetén; como para firmar un real decreto. Cerca, una capilla a la Virgen del Carmen, que fue una donación del arquitecto Espelius (el del proyecto original de Las Ventas), y que, aparte lo metafísico, es una etapa más para llegar a esas escalinatas que Gómez Marín entiende de «estilo imperial» y en por las que si el día tira a español se interpretan marchas «con una acústica sensacional».
El edificio se erigió en 1917 y la vidriera de la «casa Maumejean» era y es de más devoción que la escalinata o ese friso recordatorio de aquellas glorias romanas: aquellas que fueron tan nuestras. Que le pregunten, si no, al bueno de Ferrer-Dalmau.
Visto bueno de Berlanga
La ruta, elegida al azar, no para. En el llamado «salón de pipas», en el Cine Doré, en esas traseras de Santa Isabel, Susana Martín, a la sazón experta de la Filmoteca, explica que aquello fue un solarón de la iglesia. Que fue, después, un lugar de variedades, revistas y de golfantes. Incluso ya en 1912, confiesa, se repartían revistas sobre el invento, el 'cine', de los Lumière. Y algo hay en el subsuelo de cine mudo; o de ensayo. Saura presente. Siempre.
Críspulo Moro, que así se llamaba el genio constructor, repitió el símbolo 'de palio' de la pantalla. Lo hizo hasta en «las papeleras». La obra primigenia era de Francisco Garriga, pero poco importa cuando un cartel de Conchita Velasco ilustra quiénes fuimos. 'Las chicas de Cruz Roja'. Esa reiteración del cabecero del cinematógrafo impacta; aunque epata más que Javier Feduchi Benlliure (ojo, Benlliure) hiciera una reforma interna con el visto bueno de Berlanga, entonces presidente del tema; con una 'sonrisa vertical', con un 'verdugo', con un algo trabucaire. Es un cine, sí, pero recoge la historia entera de Madrid. Quizá nadie se haya fijado en su pantalla de verano, o en que, pese al mercado aledaño, hay una paz como de Visconti cuando trascendía. Cuando quería trascender.
Y en la ruta al azar, el viaje sigue y se van mezclando con criterio reyes, validos, enanos, secretarios y arquitectos que no tenían titulación por entonces. Si desde la Torre Kio Madrid parecía pequeña, en los tesoros arquitectónicos es inabarcable. Se llega a la Casa de Cisneros, en la Plaza de la Villa, y ya hay fila de amantes de la arquitectura. Una especie madriles desconocida, pero que está y quiere ser. Los guías y voluntarios han estudiado y responden con cordialidad a las preguntas, que no son tantas. Esto es que el madrileño no es que desprecie cuanto ignore, sino que su patrimonio constructivo es casi inabarcable.
Verdad es que la organización se vuelca en ese ejercicio de hacer de la construcción un arte entendible. Por azar, y hay que guiarse por el azar, se abren las puertas de la Casa Cisneros o, en español, la otra puerta del antiguo ayuntamiento. Ejemplo del plateresco conservado en la capital.
Según Gómez Marín «uno de los pocos palacios renacentistas del siglo XXI que quedan en Madrid». Y entre ordenanzas con sonrisas, se van viendo los alcaldes, hasta un Álvarez del Manzano como visto por Velázquez. Y en lo que es la arquitectura, ese salón de tapices, «los artesonados de madera, azulejos y zócalos» de esta construcción que mete Salamanca en Madrid. Si el ojo malo quiere ver, verá ese puente que recuerda al que en Barcelona une a los canónigos con el poder autonómico. Y este esfuerzo está recompensado con ese puente de Luis Bellido y González en esa brevísima calle de Madrid donde la Macarena de Madrid ensaya 'chicotás' y 'revirás'. El palacio, lo conocen, está por dentro con funcionarios simpáticos y, por fuera, con japoneses de corta memoria y larga HDMI.
Hospital de jornaleros
Hay días que Madrid huele a Europa, a España. Y que se va a un edificio gubernamental, despejado de jefes de servicio, y que se descubren perlas. Es la filosofía del Open House. El Hospital de Maudes donde, a lo Pérez de Tudela, se pone la bandera. Y es que lo que es hoy un BIC (Bien de Interés Cultural decretado en 1979), hasta ayer fue un hospital de jornaleros. Había entonces jornaleros en Madrid; los sigue habiendo, pero de otro tipo.
El mármol y el azulejo y la ventilación hacia el norte eran la prioridad. Y el sol, que refulgía en lo que fue el patio del Hospital de Jornaleros con una desgana que desmentía y desmiente septiembre. Y allí, los voluntarios cuentan que hubo un puente «como de Eiffel» para aislar a los «apestados», y cristaleras buscando el sol. Y allí, en un edificio que acogió a los braceros de la provincia, Moisés Casasola destaca las tímidas vidrieras, en eso que en su tiempo puso de moda Gaudí: «el trencadís», que no es otra cosa que roturas de porcelana mezcladas. Aunque el edificio es más, mucho más. Un jardín en Chamberí que busca el sol, ese sol que nos sobra y que curaba enfermos.
En Maudes, decimos, hoy sede de dependencia autonómica, se guarda, no obstante, resabios de piedra de la Galicia de Antonio Palacios, ayudado por Joaquín de Otamendi en la obra. Sólo en la fuente, en el azulejo, está contada la historia de Madrid, de España. Y Madrid está abierta, con voluntarios que la cuentan y un patrimonio que, más allá de la luz, no hay que despreciar. La misma de algunos estudios de arquitectos señalados en el centenar de sitios para aprender arquitectura. O para aprender Madrid.
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