Los okupas 'invisibles' que revenden por 2.000 euros casas usurpadas en la sierra madrileña
Los intrusos cambian las cerraduras de segundas residencias que llevan tiempo vacías, para pasados unos días vender las llaves en el mercado negro. El último caso sucedió en Alpedrete, pero la dueña recibió el aviso a tiempo
«El okupa llamó a la Policía y nos echaron de nuestra casa por allanamiento de morada»
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Iniciar sesiónA las 9.45 del pasado 15 de octubre, Juan de la Rosa observa un extraño detalle. En su primera ronda del día, el portero de la urbanización de Arroyo de los Sauces (en la localidad de Alpedrete) se detiene ante la puerta del garaje ... del chalé adosado número 12, donde dos rejillas de ventilación rotas y un gancho metálico de unos 90 centímetros tirado en el suelo le hacen sospechar que algo no va bien. Apenas cinco minutos después, llama a la Policía Local y estos le dicen que hay que avisar a alguien de la propiedad. Cristina Ramiro, quien vive en el barrio de Pirámides, descuelga el teléfono sin imaginar ni por un instante lo que había sucedido en la casa de recreo de sus padres, un matrimonio de 92 y 86 años, respectivamente, que ya solo acuden a la sierra madrileña los meses de verano.
Al escuchar de boca de Juan sus sospechas, Cristina no tarda en coger el coche y salir para allá. «Veníamos mi padre y yo de hacernos unos análisis y justo le acababa de dejar en su casa», relata a ABC, consciente del mal trago que aquella situación iba a suponer sobre todo a sus progenitores. Tras tomar un café para no hacer el viaje en ayunas, esta mujer de 63 años enfila la A-6 y se persona en la vivienda una hora más tarde. Para entonces, los propios agentes locales ya realizan junto a Juan las primeras comprobaciones desde el exterior. Observan que además de las rejillas, el portón del garaje presenta daños en las traviesas de seguridad y en la manilla de subida manual, la cual ha sido arrancada.
Con cuidado, abren el malograda acceso y entran al domicilio por el garaje, que conduce a un patio de entrada interior flanqueado por tres puertas: la de la propia casa, de madera y que cuenta con un cerrojo FAC adicional; la que separa el espacio de aparcamiento, descolgada de antemano y que por tanto ya estaba abierta antes de los misteriosos hechos; y una tercera metálica, cerrada con llave y que al igual que la del garaje también da directamente a la calle. «Lo primero que veo es un bolso de cintura de mi padre tirado en el patio», prosigue Cristina, antes de percatarse de que el FAC de la puerta de madera está reventado y el bombín de la cerradura principal, así como el pomo, han desaparecido.
A la caza del bloque recién acabado para llenarlo de okupas camuflados
Aitor Santos MoyaLos delincuentes aprovechan la falta de vecinos para cambiar las cerraduras de pisos vacíos y vender las llaves masivamente
La dueña llama con el brazo en reiteradas ocasiones mientras grita si hay alguien dentro. Pero el silencio es la única respuesta. El timbre no funciona, ya que al marcharse a finales de agosto bajaron los plomos de la luz a excepción de la palanca que enciende la nevera. Y lo mismo con la llave del agua. En ese momento, se percatan de que una de las contraventanas metálicas presenta daños, por lo que sin tiempo que perder, Cristina trata de empujar la puerta. «Aunque no tenía manillar, el resbalón seguía echado», remarca, lo que lleva al portero Juan a coger una lámina de plástico e introducirla por el marco para hacer ceder el pestillo.
Una vez dentro, la sorpresa es mayúscula. Ni un cajón abierto, ni un armario desordenado, nada que haga presagiar el paso de los intrusos a excepción de la ausencia de un perchero con forma de trabuco y el cambio de ubicación del bolsito del padre. «Miramos en todas las estancias del chalé y lo único que vimos diferente fue eso, y una bolsa de patatas abierta en una de las habitaciones de la planta de arriba», describe el portero, con un giro de guión que les iba a dejar atónitos. La puerta metálica que recibe a los visitantes a pie y que da paso al pequeño patio, donde está la principal de madera, no tiene la cerradura echada. «Al bajar la manilla se abrió directamente, así que fui a meter la llave y esta no encajaba», añade Cristina.
Después de entrar por el garaje y apalancar la puerta de entrada al adosado, los asaltantes habían sustituido desde dentro el bombín de la primera, la que da directamente a la calle; de tal forma que nadie ajeno a la propiedad pudiera percatarse del cambio de cromos. Según apunta la investigación, el objetivo de los asaltantes era dejar la vivienda aparentemente cerrada, comprobar si esta seguía igual pasados unos días y por último revenderla en el mercado negro a cambio de una cantidad entre los 2.000 y 3.000 euros. Pero no contaban con la pericia del portero Juan, afincado en la misma urbanización y a cargo de su mantenimiento desde hace 27 años.
Esta nueva modalidad, la de dejar 'enfriar' las casas, gana cada vez más adeptos en el intrincado mundo de la okupación. Hasta ahora, las propiedades más afectadas eran los inmuebles de obra nueva, donde las mafias aprovechaban las semanas previas a la llegada de los primeros inquilinos para cambiar en masa las cerraduras y revender acto seguido las llaves. Ejemplo de ello fue el sonado caso a principios de año en Carabanchel, donde 28 familias peruanas se instalaron en una moderna urbanización con piscina, gimnasio, área infantil y zona gastro exterior tras desembolsar hasta 3.000 euros por un contrato falso.
La clave aquí, advierten las fuentes consultadas, reside precisamente en la facilidad para entrar y repartirse por los pisos vacíos, aprovechándose de esos primeros días en los que nadie conoce a nadie. Meses antes ya hubo un episodio similar, cuando los residentes de un inmueble recién salido al mercado en El Cañaveral (distrito de Vicálvaro) salieron en masa tras descubrir que sus nuevos vecinos eran en realidad okupas.
Una estrategia que en la sierra madrileña, con mayor presencia de viviendas unifamiliares, es más difícil de implementar. «Para escoger este chalé, han tenido que merodear antes por la zona y cerciorarse de que no iban a encontrar dentro a nadie», exponen Cristina y Juan, convencidos de la necesidad de haber sido vigilados previamente, en una urbanización de 154 viviendas, con más de la mitad de ellas habitadas todo el año. Mientras tanto, el temor colectivo a sufrir un episodio similar ha motivado un incremento en la contratación de alarmas y más cerraduras de refuerzo. «Tenemos varios grupos de whatsapp vecinales en los que nos avisamos de todo lo que pasa», terminan los dos, superada ya la tormenta de una usurpación abortada en el último momento.
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