1 de Noviembre en San Isidro: la sombra de Benlliure es alargada
En un día tan señalado, Madrid exhibe la arquitectura funeraria y en un lugar tan proclive
MADRID
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Iniciar sesiónCementerio Sacramental de San Isidro, calor inopinado, sol inopinado y hasta flores inopinadas. Las que vende Pilar, con esa alegría de circunstancias que se les pone a quien van a comprarle un ramillete por recuerdo al finado. Dice Pilar «que aún es temprano», con resignación ... de años en donde llegando mayo todo se convierte en una verbena, que quizá sea La Verbena (Pradera de San Isidro). La Sacramental de San Isidro organiza en estos días una visita temática al camposanto, con sus efigies de quienes aportaron mucho o poco a la patria pero que fueron amigos de Mariano Benlliure, que a los 75 años de su muerte es quien tematiza la visita.
Benlliure, explica la guía de carne y hueso, está enterrado en el cementerio del El Cabañal en Valencia, pero aquí, al lado milagroso del Santo Labrador, hizo algunas de sus mejores creaciones. Ir a hablar/escuchar de Arte Funerario en el Día de Todos los Santos tiene su aquel. Quizá una imaginación de Bécquer cuando empiece ya a atardecer tan temprano.
Más abajo Luis, con su hijo y su nieto «cumplen la tradición, porque la tradición es todo,» y el nieto, hierático, honra con un silencio amable las flores a la tumba de la abuela. Por otra parte, la visita guiada se detiene de primeras en el túmulo de Frascuelo, cuya vida relata la guía olvidándose, quizá, del verso machadiano de «devoto de Frascuelo y de María». Y no obstante, queda demostrado que Benlliure, con seis años, ya creó una escultura en los materiales posibles de la suerte suprema, y de ahí nacería una gran amistad. No hay lágrimas en quienes han ido a limpiar el nicho a sus deudos y ven la visita guiada. Ni en quienes reflexionan con un ramo de flores llevando agua al granito y a la flor, que algún milagro debe llevar por mera capilaridad del agua y del Santo. Genera una sensación agridulce ver a las familias cruzarse con amantes del Arte Funerario. Todo sea dicho.
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'Tempus fugit' ibérico
Bea, que lleva un mono motero, un novio y un casco de lo mismo, confiesa que va al «cementerio de San Isidro a relajarse». Y es que el patio cuarto del cementerio, con su cosa romántica, invita a pensar en el 'tempus fugit'. Por allí, el guarda de tan célebre tierra sagrada, natural de Toledo, tiene en la puerta una cortina decorada con jamones bordados. El 'vive ahora' en toda su extensión más ibérica...
Pero Mariano Benlliure va por un lado, con su historia personal y artesanal y autodidacta que es es Historia (perdón por la mayúscula) de España. Las tumbas de los herederos de Lhardy, o la de Emilio Carrere, bohemiazo y escritor al que esa bohemia negra empieza a carcomer la lápida, algo que el cementerio, católico, tiene como objetivo restaurar en la medida de lo posible.
Y pasó Lorca
Y en el día de Todos los Santos, un silencio roto por los pájaros que eran de buen agüero. Luego, claro, el traslado de los restos, inveterada tradición española de hombres ilustres, que pone un poco de humor negro al día que salió soleado. A una sombra, la visita toma fuerzas en el panteón de Canalejas, que nunca estuvo allí por lo que se formó cuando lo mataron, bibliófilo como era, en la puerta de un librería de la Puerta del Sol. De la Puerta del Sol de esa época, se entiende.
Ya, este que escribe, que ha llevado una talla de Mariano Benlliure a hombros en la Semana Santa del Sur, se da un garbeo y visita el mausoleo de La Argentinita, con su difícil mezcla, aun así bella, entre la funcionalidad de Secundino Zuazo, autor de los Nuevos Ministerios, y el misterio del flamenco de la esposa de Ignacio Sánchez-Mejías. No eran las cinco de la tarde pero ya pasaba Federico García Lorca. Como un ángel que se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas.
La visita, entre vistas de un Madrid histórico, artístico y del Atlético, va acabando en un responso laico y fotográfico a una tumba simple de Castelar que sorprende por su laconismo expresivo. Juan, que no era de la ruta guiada, suspiraba por las gradas de lo que un día fue el Vicente Calderón. Con delicadeza se entró al panteón de los marqueses de Denia, 'la mejor vista de Madrid«. A alguien le entró un principio de claustrofobia, más por el mármol que otra cosa, y el recorrido acabó con el 'Adagio' de Albinoni', un 'Aria' de Bach y hasta 'El oboe de Gabriel' de Ennio Morricone.
Mal día para morir.
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