Los muertos ilustres 'perdidos' en Madrid
Historias capitales
Desapariciones, pérdidas, extravíos, traslados y hasta una cabeza de la que nunca más se supo
Madrid
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Iniciar sesiónLo de descansar en paz se ha convertido, al menos en el caso de algunos de nuestros más ilustres hombres de letras, en una paradoja. Madrid acumula casos de grandes personalidades de la pintura o la literatura cuyos restos están, hoy por hoy, ... en paradero desconocido. Figuras que en otros países ocuparían mausoleos y serían punto de atracción de decenas de miles de visitantes, aquí reposan quién sabe dónde.
Ocurre con muchos de los grandes del Siglo de Oro: ni Lope de Vega, ni Calderón de la Barca, ni Miguel de Cervantes descansan en paz, al menos no en un lugar reconocido. Y tampoco el cadáver de Diego Velázquez se sabe dónde está.
Lope de Vega fue enterrado en 1635 en la Iglesia de San Sebastián, en la calle Atocha. No queda constancia documental del lugar exacto donde se le inhumó. Y dadas las obras que se realizaron en el templo a lo largo de su historia, no es descartable que terminaran arrojados en una fosa común.
El caso de Calderón de la Barca es aún más complejo: se le enterró en la Iglesia de San Salvador, que se encontraba junto a la calle Mayor, muy cerca de la Casa de la Villa, en el año 1681. Y allí permaneció durante 170 años, hasta que el templo fue derribado y sus restos se trasladaron a la Iglesia de San Nicolás.
Pero su viaje continuó: fueron a la basílica de San Francisco el Grande para ser incluidos en su Panteón de Hombres Ilustres, pero como éste no se concluyó, quedaron allí almacenados durante unos años. Y volvieron a salir hacia el templo de San Nicolás, y algunos autores incluso hablan de varios traslados más en los siguientes años, hasta terminar en un templo de la calle de San Bernardo que fue incendiado en tiempos de la II República.
Podían haberse perdido entonces los despojos del gran escritor, pero un sacerdote aseguró haberlos ocultado en un lugar tan secreto que nunca lo desveló. La búsqueda de la aguja en el pajar continuó, tratando de localizar una arqueta en la que podrían estar sus huesos, o un nicho que tal vez los albergaba. Hay hasta un hueso de la mano del escritor, un metacarpo, en un museo catalán.
Desde 2020, un equipo de expertos encabezado por el profesor Pablo Sánchez Garrido, del CEU San Pablo, ha iniciado su búsqueda apoyado en la tecnología más actual: los georradares buscan en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en la calle San Bernardo. En este caso, aún queda esperanza.
Lo de Diego Velázquez no ha sido más sencillo: el pintor sevillano murió en Madrid, en el antiguo Alcázar, en 1660. Y su cuerpo fue inhumado en la cercana Iglesia de San Juan, junto a la plaza de Ramales. Un edificio destruido en 1808 por las tropas francesas. Los restos del genial pintor se buscaron en muchas ocasiones.
En 1941, se localizó la cripta donde fue enterrado, muchos huesos humanos, y hasta dos momias, como relataba ABC en una crónica que recogía la visita del alcalde, Alberto Alcocer, a las obras. Se buscaba una tumba propiedad de Gaspar Fuensalida, amigo íntimo del pintor que fue quien autorizó su enterramiento, junto a su esposa. No se dio con ella.
Nuevo intento
En los 90 volvieron los gobernantes a ponerse a ello, con resultado igual de infructuoso: fue en este caso la Comunidad de Madrid la que intentó la localización, aprovechando las obras de remodelación que se llevaban a cabo en la plaza. Hubo un amago de localización en 1999, cuando se dijo que estaban en una tumba de la Iglesia de San Plácido -en la calle de San Roque-. Las pruebas de identificación resultaron negativas.
El caso de Francisco de Goya resulta sangrante: murió en Burdeos en 1828 y fue enterrado allí, hasta que en 1880, el cónsul de España dio con la tumba y quiso llevarlo a su tierra natal. Se exhumó su cadáver en 1888, para encontrarse con la sorpresa de que había dentro dos esqueletos: uno de un ciudadano amigo del pintor, y otro, presumiblemente el de Goya, con los huesos de un cuerpo humano pero sin cabeza.
Madrid recibió estos restos en 1899, y se quedaron provisionalmente en la cripta de la Colegiata de San Isidro, hasta que un año después se llevaron a la Sacramental de San Isidro. Dos décadas después, fueron trasladados a la ermita de San Antonio de la Florida y depositados bajo la cúpula que él mismo pinto. Eso sí, sin cabeza, que sigue perdida.
Hace sólo unos años, se emprendió una búsqueda épica de los restos de Miguel de Cervantes, el más ilustre de los escritores españoles. Desde que fue enterrado en 1617 en el convento de las Trinitarias, muy cerca de su casa, en el barrio de Las Letras, no se ha sabido nunca el lugar exacto en que reposaban sus huesos. Los buscó en su día José Bonaparte, sin éxito. Y de nuevo en 2014, cuando el Ayuntamiento de Madrid apoyó una aventura que involucró a un experto historiador y a un grupo de investigadores.
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Se trabajó en la cripta bajo la iglesia del convento, donde se pensaba que habían sido trasladados en 1730. Se utilizó el georradar y todas las posibilidades que la tecnología permitía. Y un año después, se hicieron públicas las conclusiones de aquel estudio, que tuvo el foco mediático sobre cada centímetro de terreno que se movía mientras duraron los trabajos: confirmaron que allí estaba lo que quedaba de los huesos de Cervantes, aunque apenas eran esquirlas mezcladas con las de otros difuntos. Un resultado que no resolvió todas las dudas.
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