Los misterios bajo tierra del Teatro Real: un sistema para mover portaaviones y una caja escénica como el edificio Telefónica
Una técnica hidráulica traslada los decorados desde los fosos hasta el escenario principal
Ha sido el primer teatro del mundo en estar informatizado y es el último en hacer con pelo natural las pelucas
'Orlando' de Händel se estrena en el Teatro Real como un veterano de guerra «traumatizado»

En el Teatro Real de Madrid es más lo que se oculta que lo que se ve. Mucho más. Para que se hagan una idea, cuenta con una superficie de 78.210 metros cuadrados, de los que solo 1.430 pertenecen al escenario y ... menos de 500 al patio de butacas. El resto, un mundo oculto, un laberinto de pasillos –algunos bajo tierra–, es invisible a los ojos de los espectadores que ocupan los asientos tapizados en rojo. El telón se sube en cada función y todo parece sencillo: cantar, actuar, danzar... Pero detrás de la tarima –y bajo los pies de quienes rompen en aplausos– se esconde la ciudad paralela que hace funcionar, como un perfecto engranaje, al mejor teatro del mundo. Así ha sido distinguido.
Corría el año 1818 cuando Fernando VII dio la orden de colocar la primera piedra de lo que sería el Teatro Real, en una plaza de Oriente que ya había sido epicentro de la cultura. Allí donde comenzaban las obras del imponente edificio había estado ubicado, hasta solo un año antes, el Real Teatro de los Caños del Peral, justo enfrente del Palacio Real. Según dicen ambos están conectados para que los reyes puedan escaparse sin ser vistos, por unos pasadizos que, al parecer, llevan años cerrados.
El urbanismo de Madrid hacía imposible que el Teatro Real se ensanchase, pero su lustre sí podía crecer al menos en altura. Así ocurrió un siglo después, tras una remodelación acometida a partir de 1925, cuando un hundimiento obligó a un cierre provisional que se prolongó 41 años. Esa reconstrucción dio lugar al teatro que permanece hoy en día en pie. «El arquitecto Antonio Flórez decide hacer una torre con una profundidad que equivaldría a un edificio de 22 plantas. Son casi 100 metros en caída libre», explica Isabel Sánchez, una de las guías del Teatro Real. A modo gráfico, en el hueco de la caja escénica entraría, ahí es nada, el edificio de Telefónica de la Gran Vía.
Esa tramoya ya está ocupada, así como el foso que sostiene el patio de butacas. Allí se ocultan los decorados, a una profundidad de 16 metros, en un espacio que permite acoger, simultáneamente, la escenografía de seis óperas. «Es el sanctasanctórum del teatro. Está más abajo que el Metro de Madrid, y ha obligado a canalizar dos ríos que pasaban por Santo Domingo y Arenal». De hecho, el Teatro Real cuenta con un generador que achica agua constantemente y que funcionaría incluso aunque se fuese toda la luz. En ese subsuelo, varios carteles negros indican a quien no conoce el lugar dónde se encuentra: foso 6, nivel -20,000. La profundidad sigue bajando. En el foso 5 (planta menos 6) se monta una escenografía que, pronto, subirá a nivel de calle.
Cómo se mueve la escenografía es una de las grandes biblias del templo. No es un fantasma quien lo ejecuta, sino unas plataformas que son trasladadas gracias a una técnica canadiense que funciona mediante un sistema hidráulico. «El que se utiliza para mover los portaaviones», especifica Sánchez, para quien el Teatro Real no guarda ya secretos. «58 varas de acero sirven para colgar todos los elementos verticales de los decorados. Soportan toneladas de peso. A eso se unen 40 vagones mecánicos que mueven todo lo que se quiera y 12 torres de luz móviles. El movimiento es casi como el de una noria», asevera la experta, que danza entre las salas y pasillos de este santuario del arte.



¿Y cómo se dan las órdenes? «Cinco milímetros hacia Ópera; cuatro hacia Palacio... O hacia Carlos III o Felipe V [nombre de cada uno de los laterales del Teatro Real] Así nadie se equivoca ni se pierde tiempo», añade Sánchez. Y aunque se cuente así de rápido no es tarea sencilla: «Un regidor tarda casi un año en ponerse al corriente».
El gran cambio
La tramoya no es lo único que no se ve del Teatro Real. Ni mucho menos. Cuatro metros bajo el nivel cero –que aquí sería el nivel del escenario– se oculta otra gran tabla, por si hay que saltar del foso. El Teatro Real ha sido el primer teatro informatizado en el mundo. «Aquí hay que trabajar al milímetro, insiste Sánchez. Y pese a todos estos cambios, adaptaciones y reformas, la experta tiene claro qué es lo que más ha cambiado: el público. «En el siglo XVIII el público venía a verse, no a ver el espectáculo, era un acto social. Las luces no se apagaban, todos se veían. El primer espectáculo era verse; el segundo, ver el palco real; y el tercero ya la escena. La luz eléctrica lo cambió todo», asevera Sánchez, que se atreve a desvelar una anécdota que pocos de los 'mortales' conocen: «Bécquer ya decía que venía a ver a las niñas del palco de enfrente».
En esta suerte de laberintos que conforman la zona oculta y desconocida del Teatro Real hay mucho más: almacenes, camerinos de ballet, la cantina, talleres de utilería y el vestuario de orquesta. Los camerinos de los divos para que puedan llegar rápido está a nivel del escenario. En la zona superior del edificio se halla el resto: los camerinos del coro, la sala de ensayos del coro, la de la orquesta, o el ballet. Y la sala de ensayos de escena, un mini escenario principal recreado a la perfección y milimetrado. «Se monta hasta una recreación del decorado, así el escenario se queda libre para los operarios. Aquí se hace la lectura del texto, en ensayo de piano; se ensayan salidas y entradas... Cuando los artistas llegan al escenario principal ya saben perfectamente cómo moverse», explica Sánchez. Tal es la utilidad de esta milimetrada sala que muchos otros teatros han llamado para copiarla.
Cerca está la sala de ensayos de la orquesta, rodeada de paneles acústicos que el director puede poner sacar o incluso incorporarle telas acústicas para que la música se oiga más o menos. Las vistas a la plaza de Ópera, calle Arenal, Sol y más allá impresionan. Tanto que la orquesta nunca mira a la calle para evitar que los músicos se distraigan; siempre miran a la pared y solo el director puede observar el paisaje.
Hay más departamentos en los que tal vez no hayan reparado: sastrería y caracterización, que ocupan toda la quinta planta. 60 personas fijas y otras 40 de apoyo forman el personal dedicado a estas tareas. «Requiere más intimidad que cualquier otro departamento. Cada maquillaje, mínimo, es una hora y media. Aquí se trabaja mañana, tarde, noche, domingos y festivos», puntualiza Sánchez. A su lado, los percheros con el vestuario inédito de 'Rigoletto', con música de Giuseppe Verdi, que se estrena el 2 de diciembre; y algunos uniformes militares de la ópera de 'Orlando', de Händel (hasta el 12 de noviembre).
«Plácido Domingo y Carlos Álvarez nunca ponen una pega. Si les dices que tienen que venir a las cinco de la mañana, vienen», revelan en esta ala del teatro, donde cada prenda está informatizada para encontrarla en cuestión de segundos. En una de las salas, un cartel da la bienvenida: «No tocar las pelucas». Esas pelucas se hacen con pelo natural, uno a uno. El Teatro Real es el último teatro del mundo que trabaja con pelo natural. Sin parar, una peluca tardaría unas 8 días en realizarse, pero no pueden permitirse ese lujo: además de las pelucas hay que hacer máscaras, coronas, pensar el maquillaje, recrear heridas... «Es un taller de creación», resume Sánchez.
En este escenario la delegada de Turismo, Almudena Maíllo, presentó ayer 'Ven al teatro, vive Madrid', una campaña para impulsar la agenda escénica de cara a los próximos puentes y la Navidad, y que permite elegir entre una docena de musicales y montajes teatrales. Porque Madrid ya es el tercer destino musical del mundo. No había mejor escenario para presentar la iniciativa: el Teatro Real, la casa de la ópera, ese gran espectáculo de la música.
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