Las mil vidas de los objetos

BAJO CIELO

El mundo de la segunda mano, desde la Cuesta de Moyano hasta el Rastro, siempre ha permitido encontrar joyas que sus dueños ignoraban que tenían

Tasación de una joya en la histórica Monte de Piedad Belén Díaz

Madrid tiene tiempo y hueco para todo. Una de las cosas que siempre ha sido así son los objetos. Lo que para unos deja de ser importante es para otros una oportunidad, una segunda vida que se convierte en parte fundamental de otros hasta que ... dejan de serlo también. Desde la histórica Monte de Piedad, que abrió sus puertas en 1702, hasta las últimas franquicias, pasando por el Rastro o los mercadillos de segundas vidas, Madrid siempre ha tenido entre sus calles lugares donde vender objetos que un día fueron parte de alguien para ser parte de otros.

Porque los objetos se transmiten de unos a otros siendo testigos de las vidas de muchos. A mí, personalmente, me pasa con los libros. Por eso acudo cada poco tiempo a la Cuesta de Moyano, donde busco libros descatalogados que también sirvieron para que sus antiguos propietarios dejaran volar su imaginación en ese Netflix en prosa que es un libro abierto. Allí he conseguido joyas dedicadas por Azorín, Camba o Valle Inclán, páginas que ellos tocaron, firmaron y sirvieron para contar la historia que entre sus páginas narraban.

Libros que fueron testigos de la Guerra Civil, libros que descansaban en estanterías mientras caían bombas al otro lado de la ventana, tomos apoyados en mesitas de noche o en las manos de personas que también fueron juez y parte de la historia que nos ha traído hasta aquí.

Hoy, las tiendas de empeño están demasiado mal enfocadas a la tecnología y a los instrumentos musicales. Guitarras que no sonaron tan bien como les hubiera gustado a sus vendedores y otras que quizá lo hicieron demasiado bien. Porque estas tiendas también han servido de banco de crédito para muchas personas. Recuerdo acompañar al genial Antonio Vega cuando le apretaba la necesidad de efectivo. Llevaba unas guitarras de una calidad excepcional que servían para conseguir bastante viruta. El trato con el vendedor le permitía recuperarlas una semana después. Se trataba de piezas excepcionales que habían hecho la música de los recuerdos de varias generaciones y, por lo general, el precio era alto y eso limitaba que se perdieran. Aunque algunos listillos que conocían el asunto estaban pendientes por si lograban adelantarse al músico madrileño, para después venderlas a precio de mitómano.

El mundo de la segunda mano siempre ha sido objeto de encontrar joyas que sus dueños ignoraban que tenían. También con la inestimable complicidad de algunos compraventa con más cara que espalda. Cuadros, libros, reliquias, joyas, platerías, porcelanas, antigüedades o muebles de un valor muy superior del precio que obtenían al empeñarlo. Como también existen caraduras de renombre que venden diamantes y piezas de joyería y que cuando vas a empeñarlos al mismo lugar te dicen que es falso o que su valor es muy inferior al que ellos mismos te vendieron. El hampa como modo de vida y la necesidad como fiel escudero del trilero.

Obsolescencia programada

Hoy, estas tiendas son el fiel reflejo del capricho consumista en el que flotamos: robots de cocina, raquetas de pádel, ordenadores, tabletas, teléfonos, cascos de moto, televisores y demás objetos que demuestran la obsolescencia programada de nuestro cerebro, y que realmente son baratijas del mundo en el que vivimos. También son el fiel reflejo de lo que son estos establecimientos, atisbos de la necesidad imperante, de cuando aprieta el hambre o el compromiso con la letra bancaria, del impulso materialista que nos hace peores y, sobre todo, de la bobada a la que llegamos cuando lo queremos todo aunque no lo necesitemos.

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Pero lo destacable en este asunto es que hay salida para todos esos objetos. ¿Quién no necesita una batería electrónica en su salón? ¿Cómo hemos podido vivir hasta ahora sin una termoestación climática de cocina averiada? Somos una parte de los objetos que tenemos, pero también de aquellos de los que nos desprendemos. Así se explica que cada vez haya más tiendas de empeño, más de segunda mano y, por supuesto, de esta economía que va como un cohete mientras intentamos tapar nuestras carencias con la satisfacción de poder ir a comprar algo que no necesitamos. Qué cosas, qué precios. Estoy seguro que más de uno, si pudiera, vendería a alguno de los suyos, no sé, un abuelo, un exnovio, un algo, pues en esto de la compraventa ni hay límites ni tampoco reglas para sacarle unas perras a lo que ya nos aburre. ¿Quién da más?

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