Madrid, ciudad pícara, lúcida, nocturna y eterna
BAJO CIELO
La urbe va creciendo al ritmo que le exige esta capitalidad, con sus pueblos grandes y sus urbanizaciones, con sus cercanías muchas veces tan lejanas
De pisos turísticos y sus derivados
Madrid
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Iniciar sesiónA Madrid no se va. A Madrid se vuelve porque ya se ha estado aquí. Gallegos, extremeños, andaluces, vascos, cántabros, isleños o catalanes; da lo mismo cuál fue el hambre que los trajo pues para todos era el mismo. Unos venían a comer, otros a ... triunfar, pero al pisar las calles del centro y tras conocer esta ciudad de noche, la gran mayoría no se quiso marchar más. Hay algo que no comprenderán nunca en Cataluña ni en otros lugares que se resienten porque seamos de esta forma, y es precisamente eso.
Madrid está hecha de todas las personas que vinieron a currar y cumplir sus sueños. Fueron muchos los que lo consiguieron. Muchos más los que no. Pero en esas derrotas la ciudad también creció llenando sus calles del hampa y la picardía que la hizo de esta manera. Esta semana que arde en fiestas, tiene en La Latina un escenario para entenderla. Fue hace cientos de años cuando un rey, Felipe II, trajo aquí la capitalidad del Reino. Para poder alojar a su corte se inventaron un concepto, 'la Regalía de Aposento', que obligaba a los vecinos cercanos a Palacio a ceder un espacio en sus casas para los amigos, pelotas, funcionarios y demás comitiva que acompañaba al Rey.
Muy pronto, los ciudadanos de Madrid, con esa picardía impregnada en su forma, se inventaron el modo de evitar tal cesión. Las 'casas de trampa' o 'casas a la malicia' fue el recurso inmobiliario que convertía los espacios en incómodos lugares no aptos para palmar dicho tributo. De este modo, comenzaron a colocarse ventanas falsas, puertas estrechas, pasadizos que no llevaban a ningún lado y que convertían las casas de la zona en auténticos laberintos que conseguían saltarse la regalía regia. Los arquitectos del siglo XVI y XVII conseguían que los edificios, por su aspecto exterior, escapasen al control municipal, y se catalogaban como casas de incómoda partición.
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Si pasean por la calle Redondilla, justo esquina con Mancebos, podrán ver un ejemplo de esta forma que inventó la ciudad para seguir siendo nuestra y menos suya. Hoy en día, es otro tipo de especulación la que azota la ciudad: la de los pisos turísticos. En su esencia es lo mismo, pero en este tiempo. El Ayuntamiento no tiene ni idea de cuántos son los pisos turísticos que operan realmente en la ciudad. Ellos dicen que mil y pico. La realidad es otra, pues la malicia o las 'casas con trampa' son ahora un modo de sacarse más dinero con eso del alquiler vacacional mientras somos el destino de juerga de tantos países europeos y del otro lado del charco.
Si otrora vinieron buscando fortuna de todas las provincias de España, ahora se arriman a la ciudad personas de Venezuela, Colombia, México, Marruecos, Argentina y de tantos otros sitios que la globalización ha puesto más cerca. Unos lo hacen huyendo de dictaduras y del socialismo de la pobreza; otros lo hacen para gastarse el parné que acumularon en sus países de origen. Sea cuál sea la razón, Madrid es hoy la estación principal de miles de personas que vienen buscando un modo de vida mejor del que dejan atrás, como se lleva haciendo en estas calles desde hace tanto.
Aún con todo, la ciudad no deja ni por un instante de ser pícara, lúcida, nocturna y eterna, y quizá sea eso lo que la hace tan distinta a las demás. Va creciendo al ritmo que le exige esta capitalidad, con sus urbanizaciones y sus pueblos grandes, con sus cercanías muchas veces tan lejanas. Pero en cierto modo, ya seas de Pucela o de Norteña, de Sevilla o Manacor, Madrid tiene esta forma porque está hecha de todos los que una vez decidieron quedarse aquí para triunfar o para gastarse, para vivir o morir, para odiarla o quererla o simplemente, para sobrevivir.
Este tiempo de verano es bueno para volver al origen, al pueblo, al sitio de donde vinieron los tuyos. Se llega acelerado, pues el ritmo de la calle es otro que el de la bahía o de la plaza de la iglesia. Pero no importa cuánto sea, una semana, dos, un mes entero de vacaciones y, de pronto algo te revuelve por dentro. Porque en Madrid esto no pasa, dicen unos. En Madrid lo hacemos así, dicen otros. No hay origen que no tenga otro destino que Madrid. Y ya va quedando menos para volver.
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