Cuando llegó a Madrid la 606, la inyección que acabó con la sífilis
HISTORIAS CAPITALES
Historia de un Nobel alemán, un médico de Tetuán al servicio de la Corona y unos polvos amarillos que curaban lo incurable
Cuando Madrid fue la «capital de la muerte» por sus chabolas insalubres

Tener sífilis a comienzos del siglo XX en Madrid era casi una condena de muerte. Era esta una enfermedad terriblemente grave, prácticamente sin cura, que se trataba con arsénico, lo que tenía gravísimos efectos secundarios. Hasta que llegó la 606, una inyección que lograba ... frenar los síntomas sin envenenar al paciente, y que fue el más fiable de los tratamientos hasta la llegada de la penicilina.
El eminente doctor Philiph Hauser calculaba una tasa de mortalidad por sífilis en Madrid a comienzos de 1900 de un 1,85 por 10.000 habitantes: unos 94 fallecidos al año por esta causa. Pero una vez más, la ciencia vino en rescate de la Humanidad. Comenzaron a desarrollarse investigaciones sobre el tema, y un médico alemán, el doctor Paul Ehrlich, Premio Nobel de Medicina en 1908, dio con la clave: un medicamento conocido como el 606.
El número que se lo dio el facultativo porque este medicamento es el que tenía en la lista de preparados con igual objeto que se habían preparado: servir de remedio contra la avariosis. El Rey Alfonso XIII pidió a su médico en la embajada de París, el doctor Alberto Bandelac, que fuera a Fráncfort a estudiar esta novedad y la trajera a España. Así se hizo. «El doctor Ehrlich dedicó al rey de España palabras de reconocimiento por la rapidez con la que había procurado enviarle a un médico español que lo informara de sus estudios», recogían los cronistas sobre esa visita. La idea del Monarca era traer cuanto antes la cura de la sífilis a España, empezando por aplicarla en los hospitales madrileños Militar de Carabanchel y San Juan de Dios.
En septiembre de 1910, el doctor Bandelac, acompañado de gran número de médicos civiles y militares, inició la aplicación del tratamiento. El primer inyectado fue un soldado que había estado sometido hasta entonces a tratamientos con mercurio, y que estaba en el Hospital Militar de Carabanchel. Poco después, en el de San Juan de Dios, había cinco enfermos esperando la inyección. A Bandelac le asistía como ayudante el doctor Sáiz de Aja, pero suspendieron el ensayo porque le parecía al facultativo que la preparación no tenía el color debido. Se repitió el proceso a las diez de la mañana del día siguiente. «Había verdadera curiosidad por presenciarla, y así se explica la afluencia, verdaderamente extraordinaria, de facultativos que desde muy temprano habían acudido al hospital», relataban las crónicas de la jornada. Preparada la fórmula, se colocó al enfermo, Mariano Blanco, de 36 años de edad, sobre la camilla. Bandelac le administró la inyección, y a continuación fue trasladado a la cama número 34 del pabellón quinto, donde quedó a cargo del médico de guardia para observar sus reacciones. Que fueron, al día siguiente, 39 grados de fiebre y 108 pulsaciones, lo esperado por los galenos.
La llegada a Madrid de la 606 fue seguida con enorme interés por la prensa de la época, entregada a aquel nuevo medicamento que el propio Bandelac definió como «un polvo amarillento, de apariencia semejante al azufre y con el que por manipulaciones delicadísimas, pero no difíciles, se prepara una emulsión en el momento mismo de la inyección». El 606, también conocido como 'salvarsán', fue objeto de muchísimas noticias. No hay que olvidar que la sífilis era una enfermedad tan popular como temida, sobre todo por tratarse de algo incurable hasta ese momento. Además, dado que se trataba de una infección de transmisión sexual, sobre ella existía el estigma de la culpabilidad, ya que la sociedad la consideraba una afección de «viciosos e incorregibles».
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El tema fue tratado desde todos los ángulos: el científico, el divulgativo, e incluso el humorístico. «La gran masa charla por los codos en los tabernuchos, en las sacristías, en los Casinos, en los cafés, en los teatros, discutiendo la virtud curativa del 606 o afirmando que sus efectos son milagrosos; la gran masa espera que lleguen a Madrid los tubitos de Ehrlich como si estuviese hambrienta y aguardase el maná», relataba el Heraldo de Madrid. ;
Se hicieron viñetas cómicas, chistes y hasta una poesía satírica inspirados en la 606, con versos como: «¡Ehrlich!, sajón y rubio, protector amoroso de la santa ramera, del pobre crapuloso», o «¡La sífilis sucumbe!, suene el áureo trombón. ¡Ya no existe avariosis! ¡¡Gloria a Ehrlich el sajón!!». Hasta se estrenó una pieza teatral en el Royal-Kursaal de Madrid ese mismo año, con el título 'Dale con el 606'.
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