Libros Humanos para dibujar el otro Carabanchel
Se trata de escribir del 'yo'. Como una salvación en la primera persona
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Biblioteca Luis Rosales, Carabanchel puro. Un retrato transparente del autor granadino y un fragmento suyo, del poeta granadino, que tanto hizo por salvar a Federico García Lorca pese a las maledicencias y las falsedades. «He caído tantas veces que el aire es mi ... maestro». Y de eso, de caerse en lo moral, en lo vital, en lo sentimental, se trataba el proyecto 'Libros Humanos'.
No de escribir como salvación, sino de escribir para la salvación. La literatura como salvífico pero sin añadidos morales.
Ir, ver y contar. Y contar frente al público, un jueves cálido de mayo, en una biblioteca donde el sol de primavera y el anticiclón hacía que las vistas a través de las cristalerías dieran una visión completa de Madrid, pero de un Madrid como entrevisto por Antonio López. Sol y palabras.
Es la segunda edición, y en la entrada de la biblioteca hay filas para elegir el relato, el relato oral. Hay quien como Manuel Jiménez dice «que no tiene miedo al público». Y es la primera vez que interpreta unas palabras que lleva a modo de guion, en verde. Más abajo, Ana María Ruiz, enfermera curtida que en lo más duro de la pandemia inventó «Historias que salvan vidas» cuenta que sí, que todo, insiste, surgió en esos días en el que el más positivo, el más confiado no veía futuro que que llegara la noche sin fiebre.
En la entrada de la biblioteca, sesión de tarde, como en el cine, cada cual elige qué relato quiere oír. Estrella, que más o menos coordina, que se autodefine como «narrador oral» habla del «yo». De la escritura en el aire del «yo». Y a quien montó un taller de escritura en un hospital de campaña nada hay más que preguntar. Y sonríe, desmontando el tópico del escritor atormentado.
Y van pasando historias en la sesión de tarde. 'Pido una llamada de emergencia porque he estado solo ante el peligro' o 'Caminando por la vida. Se fueron y la vida sigue' y aquí el concepto de «vida» es tan reiterado como fundamental. Es la segunda edición del ciclo, y María Teresa, directora de una biblioteca soleada, que invita a leer y ver Madrid en lontananza, confiesa que «que la literatura sea salvífica es cuestión de fe». Y fe tienen. Por ejemplo Mario, que entre tatuajes y un respeto reverencial al libro, dice «que sin vida no hay literatura». Aún no le ha salido la barba.
Vocaciones líricas
Su tutor, Salva, se da la vuelta ante la profundidad y la improvisación del aforismo del pupilo. Para Salvador, pedagogo, la «literatura salva, efectivamente». Y Mario cita su libro favorito, 'Cien años del Atlético de Madrid'. Cuatro tomos, un 'Cossío' colchonero. No todo va a ser las lecturas recomendadas en la ESO que tantas vocaciones líricas mutilaron.
Y en cada planta de Biblioteca Luis Rosales, una historia. Sin leer, a viva voz, que la palabra no tiene que pasar necesariamente por la imprenta. Que el alma va en contar a un grupo de no más de diez personas. Como se hacía en la antigüedad, junto al fuego. Y eso que Salvador sabe, como pedagogo, que el mero concepto de literatura en gerundio saca al joven «de la zona de confort».
Era un festival de la confesión, que es el inicio de la Literatura. Adrián, que relata su experiencia con el Madrid de las torres a la lejanía, no sabía ni encender el horno, pero hay que verlo frente al público que le aplaude. Que le jalea en una biblioteca.
Abajo, Lorenzo Silva es el autor del mes, y sus Bevilacqua y Chamorro están a disposición del público. El aire acondicionado ayudan a los 18 participantes a leer en una biblioteca con ciertas maneras de paraíso. «Son historias de resiliencia, pero también historias humorísticas».
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Y es que hay variedad. Cada historia no iba más allá de los diez minutos. Un autor en cada planta que, frente al público, experimentaba una epifanía que engancha.
Los opositores de la sala de lectura sonríen cuando hay aplausos. Estudian la Constitución en un espacio diáfano. Claro. La vida que sí, que está en los libros, en la escritura, en la lectura y en el oyente.
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