La vecina lectora

Aunque yo abro la puerta de mi casa y veo a mi vecina, lectora extremeña de este periódico, y es algo así como un soplo de optimismo cuando el presente está más duro.

Cuando todo parece destinado al desastre. Allí está ella, señalando una metáfora con esa sonrisa que sólo la España meridional es capaz de dar.

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Jesús Nieto Jurado

Me cuenta que en su familia aprendieron a leer con este periódico, cuando llegaba, y yo le digo que en puridad no hay mejor manera de hacerse con el idioma en esas largas y cálidas noches del sur, de Extremadura.

Vivir puerta con puerta con una de tus mejores lectoras es un privilegio que no está pagado. Aunque, eso sí, las humedades de las capas freáticas nos lleven a hablar del reúma y el sueño estanco de la impermeabilización antes de los Leopard y del CGPJ. Siempre anda atenta al quiebro, a la ruptura, al todo. Y Carmen no censura; al revés, canta las bondades de este oficio. Camba, era Camba, se mataba para escribirle a ese lector de Albacete, o de Alicante, de quién un día recibió una misiva. Para él se convirtió en una obsesión qué pensaría el lector de esta o 'aquesta' cosa con la que el genio se desempeñaba por las torrenteras del idioma.

Yo ya sé de mañana, de buena mañana, quién es mi primera lectora. Entrañable e implacable. Todo esto es mejor que la musa, que al final nos hace escribir cosas, infladas, que no queremos. Lo dijo Ortega: el amor es una estupidez transitoria. Y esa estupidez queda a perpetuidad en las hemerotecas.