Lapisabien
Sentado en el muelle de la bahía
No es un rincón que salga en las guías este de los bajos del Puente de los Franceses, pero es mi sitio
Madrid
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Iniciar sesiónA veces, cuando la noche se pone suave, bajo al río. Al aprendiz de río. Aves raras rasean a escasos metros del agua, una pareja de algo parecido a las ocas se me acercan con la confianza de ser más madrileñas que la Cibeles. Huele ... el Manzanares, a la altura del Puente de los Franceses, a algo vagamente químico a lo que tampoco se le puede poner nombre.
Pasan familias corredoras, familias paseantes, algún peligro que cojea pero, en el muelle de la bahía, de la bahía de Madrid, se está tranquilo. A oscuras. Pasan los últimos trenes, iluminados. En el hospital alguien ha encendido la luz y si se fuerza la vista se puede ver qué puede estar viendo en la televisión. A veces refresca, a veces desde el fondo se divisa una hoguera de los desalojados del sistema que, más que para dar calor, está ahí combustionando para curar la soledad en mi sitio.
No es un rincón que salga en las guías este de los bajos del Puente de los Franceses, pero es mi sitio. Llevo a veces un lamparita para leer y tengo la sensación de que Madrid acaba aquí, en un regato de agua donde hay unas ranas muy finas y unos siluros que de un día para otro echarán a andar por la Casa de Campo. Las gaviotas que remontaron el Tajo ya no dan su canción marina, y es aquí, en un casi saliente de la Ribera del Manzanares, donde se curan los infartos, donde la soledad se hace sonora y donde, por no haber, ni hay parejas arrullándose.
Me gusta este sitio. Ha sido el consuelo de verano un intento de costa donde antes, hace muchos años, el madrileño se refrescaba sin temer a la contaminación. Ahora el agua brilla por las escasas farolas. Si fuera fumador, fumaría en esta esquina de Madrid. No es mi caso, me como las uñas y, contraviniendo a Sabina, sí que veo alguna estrella. Es mi lugar para curar infartillos y sinsabores. Vuelvo a casa en un paseo largo, y así siempre que el tiempo lo permite.
Sentado en el muelle de mi bahía, como aquella coplilla de Otis Redding.
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