LAPISABIÉN

Releer Madrid

Medrano conoce Madrid mejor que todos nosotros, pero lo deja, se aleja de la ciudad cuando sabe que estás calles pueden pervertir su poética

Vista de la Gran Vía madrileña, a su llegada a Plaza España

Releer es ese oficio que devuelve a la pupila y al magín lo perdido. He leído todo, y mi carne está triste, que decía el poeta, y así he vuelto a releer a Diego Medrano y a su 'Llévate el paraguas por si llueve', que ... es una canción de Perales. Es un libro brillante y caótico, cualquier página al azar viene aquilatada de literatura, metáfora, y de un conocimiento supremo de la Villa y Corte.

Medrano es asturiano, lírico, de la escuela de Umbral, y mata y muere en la página. Su Madrid tiene varias capas; a saber la del paseante que va de taberna en taberna, de parque en parque, de calle en calle y de banco en banco, y la de los que poblaron de letras y versos la ciudad. Así va viendo a los 'cayetanos' decir «me renta», a los mendigos con el frío de todas las vidas citar a Nietzsche, y a una pareja que se reconcilia con un verso de Vallejo. Un Madrid idealizado desde el norte que Medrano hace suyo, al modo de que Madrid opera en él como un surtidor de literatura.

Habla de sí, conversa con el hombre que siempre va consigo, y a ello ayudan las calles de esta ciudad donde siempre hay una excusa para el lirismo desaforado, para la memoria presente de algo que leyó y que a Medrano, en su mapa, se le viene de repente a las mientes.

Medrano conoce Madrid mejor que todos nosotros, pero lo deja, se aleja de la Villa y Corte cuando sabe que estás calles pueden pervertir su poética. Cuando Madrid se hace rutina, un vate está perdido y contra eso hay poco que hacer. Medrano no se ha quitado el filtro de que ésta es la Capital de la Gloria, y por eso sus palabras, escritas antes de la pandemia, de Filomena, reconfortan tanto. En esta tronera de la Pisabién se ha hablado mucho de lo que va dejando Madrid en el espíritu, de la necesidad de tomar distancia de la ciudad y de mantenerla en un relicario de pasiones vírgenes. Medrano se da a la ciudad, la recuerda desde Oviedo, y por eso no pierde la perspectiva del enamorado.

Lo suyo es un puzle de plazas íntimas y de recuerdos más íntimos aún. Canta a Madrid porque se le metió, Madrid, con la convicción de una pasión adolescente. Los lugares comunes, donde pasamos sin estar atentos a la historias que allí suceden, le dan a Medrano pólvora literaria para tejer el mejor Madrid, el suyo. Incontaminado por el hastío y más real que los secretos municipales o el mapa de Teixeira. Por eso, Medrano hace que veamos la ciudad con otros ojos. La poesía está en Madrid, y él, astur y letraherido, la caza cuando el poeta se deja caer por estas latitudes africanas.

Cuando Madrid te va oscureciendo, conviene meterse en el Madrid de Diego Medrano. Es más que un consuelo en este laberinto sin mucho sentido. Este laberinto que nos mata y nos acaricia.

La urbe...

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