LAPISABIEN
La piel poética de mi olivo
Todos ellos, todos estos escritores si se levanta la capa de prisa, están ahí, conversando
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Madrid
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Iniciar sesiónHay en Madrid un olivo que ya les he presentado en estas páginas. Olivo que se despojó tras Filomena y que ahora vive un segundo esplendor, con las ramas crecidas. Una apuntando a Moncloa, donde el felón; otras, y aquí va lo importante, ... apuntando a un barrio, el de Argüelles, que es y fue el segundo barrio de las Letras.
El árbol señala que, doblando una esquina, se va llegando a la casa donde Benito Pérez Galdós vivió y murió; Hilarión Eslava, junto al Jimmy, el filipino amable de las alitas picantonas.
Donde un busto no exento y una placa que sobrevivió a la guerra rememoran a aquel madrileño del Archipiélago que se 'nació' en Madrid, y lo cantó y lo contó de una manera que solo, y mucho después, se vería en Paco Umbral o en Joaquín Sabina, o en mi compadre Ángel Antonio Herrera. Más allá, la Casa de las Flores, la de Neruda, donde el chileno congregó al 27 con sus cosas.
Que el 27 tenía sus cosas, y por allí anduvo también, siendo su genial epígono, Miguel Hernández (Dámaso Alonso 'dixit'), al que la ciudad no le brindó lo que merecía un monumental poeta como él. Quizá, desde allí, entreviendo los 'rascaleches' que metieron a tenazón la modernidad en Madrid.
Todos ellos, todos estos escritores si se levanta la capa de prisa, están ahí, conversando desde las regiones celestes. No hay una ruta que los recuerde, que Huertas vende más aunque el reclamo de Miguel de Cervantes esté de aquella manera.
Este era el Madrid de la sierra antes de que se descubriera la sierra. Algo que Antonio Machado supo desde la Estación del Norte, acortando por atochales, en ese amor casto y lánguido que tuvo, unilateralmente, con Pilar de Valderrama, Guiomar en sus poemas. Ya habló de ello Carlos Aganzo en su excelente 'Las ciudades de Machado'.
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Un Madrid de chalecitos (así se llamaban), donde la paz de la Casa de Campo y el verde ya hasta Navacerrada era apenas interrumpido por pueblos. No por polígonos industriales.
En este Madrid que señala este olivo con maneras de acebuche, salvaje donde Madrid termina y las noches son de la gallofa juvenil, en la calma de los domingos se puede recordar, con un libro, eso de los días felices en Argüelles, en Moncloa. Tanto da.
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