LAPISABIEN

Una mañana cualquiera

Hay un jolgorio de pena (sic) enfrente del televisor

Tan cerca, tan nuestros

Imagen cotidiana de un bar de la capital IGNACIO GIL

Un bar en la Arganzuela, ese barrio de las primera andanzas de mi padre adoptivo, Carlos Aganzo, tiene, a la hora del desayuno, una alegre algarabía de churros y cafés que vuelan frente al duelo que abate a todo el país.

Hay un ... jolgorio de pena (sic) mirando al televisor, y todos entienden la rabia sorda o no de los valencianos. Un chino juega a la tragaperras haciendo como que no se entera de nada, pero se sabe que no es así cuando gira el cuello y otea el panorama. Aparece Trump en el televisor y se escucha «el loco ese» que, rápidamente, es contestado por un «el otro (Biden) saludaba fantasmas». Seguro que en Ohio esa conversación es tenida en cuenta en otra cafetería con camareras en patines.

El pueblo de Madrid inicia el día, de sol, con un tiempo templado que tiene a la sierra todavía pelada de nieve, si es que este año le da por venir. Hay, eso sí, algo de silencio, cuando una cuadrilla de portugueses se sientan y cada cual se ha ido a sus quehaceres apurando el carajillo hasta lo razonable.

Entra en mi campo visual ese fumador que se va dejando la paguilla en la máquina de tabaco, pero que es un pecado venial sabiendo que tiene que ir hilando chapuzas, obrillas en negro, para sacar adelante a la parienta y a los churumbeles. El solitario, ese que anda en todos los bares de Madrid, bebe anís del de Machaco y pide lotería de Navidad, que es lo que no hay y le prometen que habrá al día siguiente.

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Un asturiano le pone mantequilla al churro, y un irlandés de pantalones cortos y chanclas se arrea un plato de anchoas. La vida mañanera se abre paso.

Es el rumor de la ciudad castiza, mezclada, corta y larga de café que antes de medio día pulula por las zonas donde Madrid es más Madrid.

Quisiera sacar una foto y saco esta columna, típica como la castañera de mi barrio, que anda con los cartuchos y los humos cuando el personal, aún, tiene guardados los abrigos en los cuarteles de invierno. Un nuevo tiempo empieza en la ciudad, estaremos atentos, 'ojo al dato', y pateando los adoquines más antiguos.

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