En llegando a Ferraz

El viejo Argüelles es que es así, casas que fueron bellas, 'hotelitos' de cuando esa parte de Madrid era la sierra. Digo que con las imágenes de la televisión, Marqués de Urquijo, de natural tan aburrida, sin esos kioscos que digo y con negocios de psicología tiene un toque que la dignifica. Y la única vez que fui feliz allí fue deslizándome por la nieve de Filomena.

Va buscando Marqués de Urquijo las bajuras del Manzanares, que todos los ríos son el morir si hacemos caso y resumimos a Jorge Manrique. Y ya, allí, como una sorpresa, el paseo del Pintor Rosales, una maravilla que trae un no sé qué de 'corniche' francófona, de elegante paseo marítimo cuando azulea lo más llano de la Casa de Campo y los pueblos a lo lejos son barcos que faenan en un océano en seco.

Tiene sus chiringuitos, que no están mal en las noches del verano, cuando el 'rodríguez' no tiene más remedio de ese remedo de mar. Como el anuncio de Borja Sémper.

Esa zona de Madrid, de Princesa a Rosales, tiene nostalgias de tiempos mejores que quizá fueron los más nuestros. Ahora, si el día sale nuboso, la tristeza es infinita. Si hay sol, se secan las miasmas y en Rosales salta la serotonina. Cosas de la bioquímica y el callejero.

Yo quería traer estas prosas ahora que esas latitudes de Madrid están en eso. En los telediarios. A todas horas. Incluso en la sede de la traición, la belleza está a dos pasos.