La Hiruela, una «comunidad de vecinos» donde todos son concejales
El pueblo de la Sierra del Rincón se gestiona como concejo abierto por decisión de sus 75 residentes
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La Hiruela
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Iniciar sesiónEl canto de los pájaros y el agua que emana de una fuente rompen el silencio que impregna La Hiruela, un pueblo al que se llega tras surcar las curvas de las verdes carreteras de la Sierra del Rincón. Es un día entre semana ... y solo tres coches de visitantes ocupan el aparcamiento, en el exterior de la localidad, conformado por casi un centenar de plazas. En el margen derecho, el viento balancea un columpio vacío y un tobogán parece pedir a gritos que alguien lo disfrute, que se deslicen por él. La Hiruela no es un municipio más. Con sus casas empedradas y fachadas decoradas con flores, La Hiruela es paraíso de domingueros pero, sobre todo, oasis y hogar de quienes lo pueblan.
Rozando la frontera con Guadalajara, más cerca de Castilla La Mancha que del kilómetro cero, cuesta encontrarse con algún residente. Tal vez esto se deba a que La Hiruela es uno de los municipios más pequeños de la Comunidad de Madrid, con una población (a fecha de enero de 2022, según el Instituto Nacional de Estadística) de 75 personas, aunque solo una treintena residen aquí todos los días. Para algunos esto será una desventaja, para ellos es lo que los hace especiales. Tanto, que su pequeño censo les permite funcionar con una particular forma de gobierno: el concejo abierto. En La Hiruela, salga quien salga elegido, todos son concejales.
Laura y Angelines se reúnen –mañana y tarde– en una de las mesas de madera del bar para confeccionar el árbol de Navidad hecho de ganchillo. Es mayo, faltan nueve meses para celebrar el nacimiento de Jesús, pero ellas se afanan –y lo mejor, disfrutan– de la tarea. Y, sobre todo, de la compañía que se hacen desde hace 33 años cuando Laura, enfermera jubilada de Móstoles, adquirió una parcela. Angelines, en cambio, nació en La Hiruela.
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«El concejo abierto es mucho mejor que el pleno. En un pueblo tan pequeño todos los vecinos debemos tener participación en lo que se hace, porque lo que no ve uno lo ve el otro», opina la enfermera. Angelines, aquejada de una endodoncia, asiente y mira con ternura a su amiga. «Esto es como una comunidad de vecinos», confirman, orgullosas.
Tras la barra del bar, todos los días, se encuentra Elena, natural de un pueblo de Jaén aunque vivía en Barcelona cuando descubrió La Hiruela. De eso, hace casi dos décadas. «Mi marido era químico, pero nos hicieron una oferta para encargarnos del mantenimiento del pueblo y lo dejamos todo. Él no había cortado nunca una loseta cuando decidimos cambiar de vida», dice la ahora hostelera, gracias a una concesión municipal. No se arrepiente de la decisión; de hecho, una vez se jubile, seguirá viviendo aquí. Algo tiene el pueblo –no saben qué– que todos los que lo pisan vuelven e, incluso, se quedan.
Las elecciones en La Hiruela no son solo ir a votar la lista más deseada. Allí, una vez se designan el alcalde y los tres concejales, hay una decisión casi más importante: funcionar como un pleno o mediante concejo abierto, una resolución que se debe tomar por unanimidad: como yoga y pilates gratis para mayores o la contratación de una mujer para los dependientes. Y que se ha tomado así desde que la mayoría de ellos tienen uso de razón, tras la muerte de Franco, excepto en el último mandato, cuando uno de los ediles –de Ciudadanos– no entregó el poder al pueblo. No duró mucho en el cargo.
Asambleas
Las iniciativas se resuelven en asambleas ordinarias que se celebran cada tres meses, y las extraordinarias, que se convocan siempre que sea necesario. En una época de desafección política parece que el sistema funciona porque en La Hiruela ese segundo voto está claro. «El concejo es fundamental», dice Elena, y asiente Paco, el marido de Angelines y «del pueblo de toda la vida», que fue alcalde entre 1999 y 2010. «Vivo mejor de paseante que de alcalde, más tranquilo», asegura el jubilado con una sonrisa.
Nadie sabe qué lista saldrá el domingo elegida, si el actual alcalde revalidará con su cuarto mandato o una agrupación de electores le arrebatará el poder, pero una cosa está clara. «Lo que funciona no se va a cambiar. El pleno no funcionó; el concejo, sí, desde la Transición. Todos decidimos». Entre las montañas de la Sierra del Rincón, se oculta el régimen «más democrático que existe», en este paraíso empedrado que habitan menos de un centenar de personas y donde Paco se despide: «Hay que venir más al pueblo».
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