Crónica de los Madriles a través de tres generaciones de gatos
Estas familias de madrileños de cuna por vía paterna y materna son un tesoro en ciudad en la que menos de la mitad de de sus residentes nacieron en ella
Los 'taxis de caballos' que daban servicio a todos «menos a los ebrios»

Hace siete décadas, cuando César Fraile y su señora, Laura Robuco, eran unos críos de siete años, la idea de «ir a Madrid» no siempre se correspondía con emprender un viaje a la capital desde provincias. Uno también iba a Madrid desde Tetúan de las Victorias, ... donde César vino al mundo; o incluso desde la plaza de Iglesia (glorieta del Pintor Sorolla), epicentro de Chamberí y escenario de la primera infancia de Laura hasta que sus padres adquirieron una vivienda en la colonia de San Cristóbal, levantada hacia 1954 para los trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes frente a los terrenos en los que, una década más tarde, se inauguraría el Hospital de La Paz. Al cabo, «ir a Madrid» significaba salir de la cuadrícula del callejero más inmediato para pasear por la Gran Vía o la Puerta del Sol, tomar la merienda o echar la tarde de domingo en una sesión doble de cine.
A José Luis Abad, de 76 años, hijo de un empleado del desaparecido hotel Florida, en la plaza de Callao, no le hacía falta «ir a Madrid» porque él ya estaba allí: en Martín de los Heros, a tiro de piedra de la plaza de España y del Palacio Real. Su esposa, Ana Cuenca, de 73 años, se crió en todo el meollo: junto a la Puerta de Toledo, donde su padre se ganaba las lentejas en el mercado como asentador de pescado. Y no digamos su consuegra, Isabel Palomo, de 75 años, nieta de un admirador de Belmonte capaz de «cambiar los colchones de casa por viajes» para seguir al torero por los reudos de España y, además, sobrina-nieta de la cerillera la Colasa del Pavón, cuya historia cantaron Celia Gámez y Nati Mistral a modo de chotis. Isabel nació en Claudio Coello 81, barrio de Salamanca, frente a una finca donde la Metro Goldwyn Mayer alquilaba un piso para acomodar a las estrellas de Hollywood cuando recalaban por aquí; cuenta que las niñas que jugaban al fresco paraban la rayuela o la comba y contenían el aliento ante el paso de uno de aquellos cochazos negros con Lex Baxter o la mismísima Ava Gadner en el asiento de atrás.
Las vías del casticismo
César, Laura, José Luis, Ana o Isabel encadenan un recuerdo tras otro ante la mirada asombrada de sus nietos (Hugo y Lauri, hijos de Pablo Llopiz y Laura Fraile; y Jorge y Lorena, hijos de Iñaki Mora y Lorena Abad). Las suyas no son historias del pueblo, son historias del barrio. Ambas familias, los Llópiz Fraile y los Mora Abad, con sus tres generaciones de madrileños, resultan un tesoro difícil de encontrar en una ciudad en la que menos de la mitad de sus residentes (solo un 46%) nacieron en ella. Según el canon local, Hugo, Lauri, Jorge y Lorena son verdaderos 'gatos': hijos y nietos de madrileños de cuna por vía paterna y materna.

El término 'gato', aquí, también se refiere a la gente valiente al hilo de la peripecia de un soldado que, en el siglo XI, trepó por los muros de Magerit para tomar esa plaza musulmana en plena Reconquista. Aún quedaban siglos para que Magerit se convirtiera en la Villa y Corte, en la ciudad de Madrid, cuya historia de los casi últimos 80 años se puede contar a través de los testimonios de estos dos clanes, partiendo de aquellos niños de posguerra que se vieron obligados a buscarse la vida desde bien jóvenes: Isabel Palomo, por ejemplo, empezó a trabajar a los 14 años en una pastelería con una clientela distinguida, mientras que César Fraile tendría unos 10 años cuando ya se empleaba como repartidor. Hasta llegar a los nietos, jóvenes del siglo XXI, media la prole nacida en los años 60 y 70 que conectan y representan lo mejor de las dos épocas de una ciudad con hechuras tan cosmopolitas como castizas.



Iñaki Mora, hijo de Isabel y padre de los jóvenes Jorge y Lorena, explica que él se dio cuenta del imparable crecimiento Madrid no tanto desde La Guindalera o el Parque de las Avenidas, donde creció, sino desde el colegio Estudio «que estaba lindando con El Pardo y desde cuyas ventanas vimos crecer el barrio de Puerta de Hierro. Mi colegio estaba en lo que fue un campo de batalla de la Guerra Civil y había un búnker con proyectiles y cadenas de tanques, donde nos colábamos aunque estuviera prohibidísimo». Iñaki, que con 8 años ya cogía solo el autobús para ir a los partidos de baloncesto, pues «había esa tranquilidad de que nadie se planteaba que nada malo te podía pasar», considera que hoy «pese a sus muchas virtudes y a encantarme, Madrid es una ciudad dura y carísima. Esto es una locura».
Pablo Llópiz, padre de Lauri y de Hugo, cree que «lo peor es la manejabilidad de la ciudad, que a veces se nos va de las manos»; él, que disfrutó de la libertad de jugar al balón en las calles de Manoteras, cuando apenas pasaban coches, o junto al Templo de Debod, tras una mudanza al barrio de Argüelles, dice que «estamos ya rozando el tamaño de ciudad comparable con las grandes urbes de fuera. De cualquier manera, para mí lo mejor es la diversidad, lo abierta que es Madrid: todo el mundo que entra, se adapta y quien quiere ser madrileño, lo es». Laura Fraile, su mujer y orgullosa de su barrio de Begoña, afirma que «Madrid tiene cosas complicadas, pero también absolutas maravillas que intento inculcar a mis hijos. Los madrileños siempre andamos con cierto complejo cuando se trata de defender nuestras bondades en el exterior. Pero no, tenemos que sacar pecho».
Así los Llópiz Fraile tratan de seguir el paso de la tradición, de San Isidro a La Paloma, sobre todo si hablamos vestirse de chulapos con un buen arreglo –«nada de salir del paso con una pañoleta , un clavel y ya está», dice Laura– y de tapear. Lo explica la joven Lauri, que, a sus 15 años, no hace ascos a una ración de oreja a la plancha: «Es que a mis padres les chifla comer y hacer ruta de tapas, y sobretodo en Navidad me encanta». Esta familia tiene uno de sus templos gastronómicos en Puerta Cerrada. «Yo, de joven, me he comido cucuruchos de gallinejas y entresijos que estaban riquísimos, pero lo que más me gustaba era ir a Casa Paco, que me la enseñó mi suegro, y pedir un chato de vino con un taquito de queso o un taquito de chicharrón», cuenta el abuelo César. Para su hija Laura, Casa Paco es parada obligada en sus recorridos por el Madrid de los Austrias, así como disfrutar de los callos que una vez al año prepara su madre según la receta con su «toque secreto» de su abuela. Es sagrado.


-U36366731671FtM-278x329@diario_abc.jpg)
Para estos 'gatos', Madrid sabe a gloria por lo que se sirve en sus tabernas y, sobre todo, por lo que llega a las mesas familiares desde décadas atrás. Es entonces cuando los jóvenes Llópiz Fraile y Mora Abad descubren que hubo un tiempo, mucho antes del comercio digital, que sus padres y abuelos también podían recibir a domicilio lo que se terciara para llenar despensas y fresqueras. «En todos los barrios se vendían , casa por casa, el pan, los huevos, la leche, los quesos, la miel...», explican los abuelos a sus nietos. José Luis recuerda la vaquería de la calle Blasco de Garay, donde se recogía leche recién ordeñada; Isabel habla de las barras de hielo que, siendo una cría, iba a buscar al mercado de la Paz; a Ana la mandaban a la taberna a por el sifón y el vino a granel... Y explican a estos 'gatos' adolescentes que la suya fue una ciudad de oficios a pie de calle y que, aunque desaparecidos, muchos madrileños los idealizan y evocan como una seña de identidad: aguadores, afiladores, limpiabotas... «¡Y barquilleros!», añade Iñaki, para quien el barquillo y la limonada en el paseo de Rosales es uno de los mejores recuerdos de su infancia.
A qué suena la ciudad
Muchos han cantado las bondades o maldades de Madrid: a algunos les mata, a otros les ataca, a la mayoría les conquista. En la banda sonora de los Llópiz Fraile suena 'La verbena de la Paloma' y, además Agustín Lara, Mecano, Pereza, Marwan con Jorge Drexler, y David Palomo con Ricky Rivera. Para los Mora Abad, esta ciudad también tiene ecos de Sabina, Antonio Flores, Alaska y Dinarama o Boccherini, el autor elegido por Lorena Abad para explicar a qué le suena a ella Madrid. Sus nocturnos nos hablan del bullicio y, al tiempo, de la melancolía de una ciudad que hoy parece diferente, pero que siempre es la misma.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete