El fin de los barrios es ese nuevo Starbucks
BAJO CIELO
Lo peor de todo es lo que viene después de la apertura. A las pocas semanas aparecen lugares para tomar margaritas, hamburgueserías aplastadas o tiendas para comprar cosas que no sirven para nada
El acento madrileño
Hay un síntoma inequívoco cuando un barrio padece una metástasis incurable: que abran un Starbucks. No es baladí esta afirmación y, de hecho, estoy seguro que a ustedes les ha pasado si tienen la absoluta desgracia de tener uno de esos comercios cerca de su ... casa. Porque cuando abre un Starbucks cierra un modo de vida, una forma de relacionarse con las personas que viven cerca de ti y, sobre todo, es un adelanto de la tropa que está por llegar al barrio que nunca volverá a ser como antes.
Primero llega la especulación, porque una cafetería (por llamarlo así) de estas características, encuentra su ubicación perfecta según unos estudios de mercado hechos por unos ojeadores que han aprendido, en un máster carísimo, que lo más importante, casi lo único, es la localización. Hubo un profesor que les enseñó aquello de 'location-location-location', así que estudian flujos de paso, comercios cercanos a los que hundir y un buen fondo de inversión que paga más porque juega con pólvora sin escrúpulos.
Después llega la decoración, porque ahora las cafeterías/cadenas parecen expositores de madera noble con la que decorar un tipi en la sabana de la ciudad. Juegan al despiste porque despistar es la principal función de alguien que quiere ganar mucho dinero dándote un servicio peor. Para evitar esto, otro estudiante de máster decidió que le preguntaran el nombre al cliente al pedir el café. De este modo creen parecerse a Manolo o Antonio, como si fueran la barra de siempre, como si de verdad supieran lo que beben sus clientes. Ese detalle suficiente para que piensen que están dispensando un trato personalizado. Las pocas veces que he sufrido la tristeza de entrar en uno de estos sitios, hice como Bart Simpson llamando al bar de Mou: a nombre de Empel, por favor, Empel Otas. Pero este hecho lleva una verdad incómoda detrás porque fomentan el café para llevar. Esto significa un café en tránsito en envases ecocaros que procuran esconder con campañas en apoyo al medio ambiente. Levante las manos. Esto es un atraco.
La tercera cosa que ocurre es que aparecen personas por el barrio que antes jamás habían visto: turistas, modernos, hípsters y emprendedores, que comienzan a orillarse al calor de estas cadenas porque pueden echar una mañana entera haciendo modelos de negocio para seguir democratizando los servicios. Si alguien les habla de 'democratizar' algo denle un golpe seco en la cabeza, urgente. Habrá impedido, sin saberlo, una ruina más de lo que fuimos.
La cuarta cosa y no por ello menos importante es la calidad del café y su precio. Si un americano cuesta alrededor de 3 euros, la mayoría de los cafés que sirven tienen un precio que oscila entre los 3 y los 5 euros. Viene a ser el doble que un café en el bar de siempre, servido por un tipo que sabe tu nombre y que está bien servido. Porque en los Starbucks da lo mismo que pidas un café de Colombia que uno de Brasil o de Sierra Leona: todos saben igual. Le pasa como a otras cadenas de comida rápida que lo mismo te pides una coca-cola que una hamburguesa y el sabor es exactamente el mismo.
Pero lo peor de todo es lo que viene después de la apertura. Porque cuando abre un sitio de estas características lo hace acompañado de otros negocios franquicia que generalmente son propiedad del mismo fondo de inversión. Así, a las pocas semanas de la apertura, van apareciendo lugares para tomar margaritas, hamburgueserías aplastadas o tiendas donde comprar un montón de cosas que no sirven para nada que se venden a precio de saldo. Son comercios de todo a cien, versión dos punto cero, apellido que encandila a los inversores.
El principio del fin es una cafetería de Starbucks porque reúne a un montón de gente que no interactúa salvo con sus dispositivos móviles. Por eso siempre hay un montón de cargadores de electricidad en estas cafeterías: cascos, tabletas, ordenadores, relojes inteligentes…: todos reciben la misma notificación simultáneamente en sus distintas pantallas que el usuario/cliente/moderno/estúpido consulta moviendo la cabeza hacia cada una de ellas. Luego resulta que sólo era un «jaja», pero suficiente como para que deje de atender su modelo de negocio y siga usando ese mismo sitio lo que queda de mañana.
Amigos, está en juego el bar de siempre, el comercio de al lado y el futuro de su barrio. En Madrid hay más de 60 cafeterías iguales mientras que el bar de Paco, sólo hay uno.
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