Farruquito debuta en el tablao más antiguo del mundo: «No sé que voy a bailar, subiré y me dejaré llevar»
El bailaor aterriza el sábado en el mítico Tablao 1911, hoy viernes baila en Cardamomo y en agosto vuelve al Teatro La Latina
Así se come en el nuevo tres soles de Madrid: El Corral de La Morería
Puede sonar raro que en el tablao más antiguo del mundo, el mítico Villa Rosa ahora rebautizado 1911, nunca haya bailado todo un Farruquito. Pero tal como él mismo explica antes de debutar allí mañana sábado (y antes pasar por Cardamomo, esta noche), ... su escuela fueron más los teatros, un circuito al que entró gracias a que su familia ya llevaba décadas en esto del flamenco cuando se le dio la alternativa. Ya en verano, volverá para conquistar el Teatro La Latina durante diez días (del 23 de agosto al 3 de septiembre) con su espectáculo 'Con-Cierto Flamenco', en el que le acompaña su hijo Juan, que con sólo diez años ya le ha acompañado en escenarios tan insignes como el del Teatro Real.
-¿Cómo se siente ante esta cita de Farruquito con la historia?
-Los tablaos siempre son un reto. Y en el caso del Tablao 1911 es doble, porque cuando hago repaso de todos los grandes que han pasado por allí... sé que también quiero estar ahí y dejar mi aroma.
-En Cardamomo sí ha estado.
-Sí, un par de veces. También hay un ambiente muy bonito y también por allí han pasado grandes leyendas. De la última vez que estuve tengo un recuerdo muy bonito porque estuve con Remedios Amaya, y momentos como esos son los que me ayudan a recordar de dónde venimos todos, porque la gente puede pensar que bailar en un tablao es más fácil que en otros sitios, pero fue allí donde nació la magia y donde los artistas están más cerca del público, sin efectos de luces ni otras cosas que a veces despistan un poco.
-¿Qué otros tablaos míticos le faltan por pisar?
-Muchos, por eso siempre es un regalo cuando me llaman de uno. No puedo hacer todos los que quiero porque me muevo por otro circuito, pero cuando voy me lo paso muy bien. Ahora estoy en conversaciones con El Corral de la Morería para hacer algo exclusivo allí. Los más emblemáticos quiero pisarlos todos, claro.
-¿Qué piezas bailará mañana en el antiguo Villa Rosa?
-Uy no tengo ni idea. Yo voy a ir, me voy a embriagar con el ambiente y ya veré qué sale (risas). Tengo ideas desordenadas, y ya se ordenarán allí.
-En agosto vuelve al Teatro La Latina con 'Con-Cierto Flamenco', ¿cómo nació ese espectáculo?
-De una forma muy bonita. Cuando estoy preparando nuevos espectáculos en el estudio de grabación que tengo en casa, a veces mi hijo me interrumpe para salir a jugar al fútbol o lo que sea, y otras veces entra él en el estudio y se queda mirando lo que hago o se pone a tocar algún instrumento. Un día, mientras yo trabajaba él de pronto me dijo: 'Papá, qué chulo ver cómo creas las cosas. ¿Por qué no llevas esto al escenario para que la gente vea cómo se hacen tus espectáculos?'. El título tiene doble sentido, porque el 'cierto' también se refiere a verdadero, a lo que sale del corazón.
Pero sin entrar en debates de pureza.
El flamenco tiene influencias del ayer, del hoy y del mañana. La pureza del flamenco no puede ser sinónimo de limitación, de ortodoxia, sino de evolución. Quiero evolucionar en el baile flamenco igual que evolucionó Barýshnikov en el ballet clásico.
Su hijo va lanzadísimo hacia el mundo del flamenco, ¿no?
Le gusta mucho. A mí no me gusta predecir nada, pero sí tiene mucha facilidad para la música, y para el baile en particular. Es un niño, así que yo por ahora no quiero decirle nada. Que se lo pase bien bailando y que disfrute todo lo que pueda. Pero sí le dejaré claro que esto no va sólo de llevarlo en la sangre. Eso es una parte pequeña, importante pero pequeña, de lo que es ser artista. Hay que tener sacrificio, constancia, disciplina, respeto y humildad. Sin eso no llegas a ningún lado en una profesión tan difícil como la de artista flamenco.
-Con tantos estímulos que tienen los chavales ahora, parece casi milagroso que algunos quieran echarle tanto sacrificio.
-Ese es el problema de todos los niños. Mi hijo se tiró tres años pidiéndome una consola de videojuegos, hasta que se la regaló su tío que se hartó de tanto oírlo (risas). Pero el año pasado le dejé sin ella. Y ahora, él mismo ha preferido pedir para su cumpleaños una canasta de baloncesto para hacer deporte, ¡gracias a la lucha que tenemos la madre y yo todos los días!
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