Familias de acogida para menores tutelados en Madrid: «Rocío es una más de la casa»

Un programa busca a padres que ayuden durante el periodo escolar a chicos bajo el amparo de la Comunidad

La iniciativa nació tras la pandemia; el año pasado llegó a 27 niños y ahora se pretende que alcance a 66

Foto de familia: Seila y su marido, los tres niños y la perra BELÉN DÍAZ

Todas las mañanas, cuando Seila llevaba a su hijo de 7 años al colegio, se encontraba en la fila con la carita triste de Rocío, una compañera de la clase del niño de su misma edad. «Parece que la vida te pone las cosas en ... el camino. La niña no quería hablar, estaba retraída; yo me acercaba y la saludaba», recuerda. Algo se le despertó dentro y cuando llegó a casa lo habló con su marido: podían ayudar a algún niño, proporcionarle ese colchón con que cuentan quienes nacen en el seno de un hogar. Así comenzó su camino para convertirse en acogedores durante un año, dentro del programa 'Un curso en familia'.

Este sistema trata de dar apoyo a niños tutelados por la Comunidad de Madrid y proporcionarles una familia que, de forma temporal, se ocupe de ellos. Se trata, explica Silvia Valmaña, directora general de Infancia, Familia y Fomento de la Natalidad, de cumplir también con la Ley de la Infancia, aprobada el pasado mes de marzo y que recoge el derecho de los menores a tener una convivencia en familia.

El programa es complementario de otros por los que los niños son acogidos un fin de semana o en el periodo de vacaciones, y contempla que la familia seleccionada se ocupe de ese menor durante todo el curso escolar, para darle una continuidad a la relación y a los beneficios que el niño obtenga de la misma. El año pasado fueron 27 los que entraron en este programa; este ejercicio se han propuesto 66. Pero hacen falta más familias que se impliquen y aporten de forma generosa ese refugio a los chicos que lo necesitan.

Seila, su marido y los niños juegan en el parque BELÉN DÍAZ

Como la de Seila: despertado el interés por ayudar, ella y su marido comenzaron a buscar en internet información sobre qué podían hacer. Y se encontraron con los programas regionales y las asociaciones de familias de acogida. Y, mientras iniciaban los trámites, la vida seguía su propio camino. «Mi hijo llegó un día del cole diciéndome que si podía ir a jugar con Rocío», que vivía entonces en una residencia de acogida. «Llamé a la asistenta social y le conté lo que pasaba; les chocó, claro». Un encuentro con los responsables de la residencia le hizo conocer los distintos programas que existían. Empezaron por el más sencillo: que la niña pasara los fines de semana con ellos, aunque durmiendo en la residencia.

«No se me olvida la primera vez que la subimos a casa; por la noche no quería volver y me decía: 'Tú llama y diles que no tienes gasolina'; a mí se me hizo un nudo en el estómago», recuerda, aún emocionada.

La evolución de la niña fue sorprendente y muy rápida: «Fue espectacular; al principio del curso no aprobaba, no se relacionaba con otros niños; desde que empezó a venir los fines de semana, la ayudamos con los deberes. Ella no tenía hábito de sentarse a hacer las tareas». Jornada a jornada, fueron inculcándole esos valores: «Y tenía pataletas, claro, pero no distintas a las que tienen mis hijos; y conseguimos que aprobara el curso».

«No es un camino de rosas»

Llegó el verano y Seila y su familia -marido, dos hijos y su perra- decidieron incorporar a Rocío a sus planes, a través del programa 'Vacaciones en familia'. A más tiempo y mayor convivencia, más fuerte se fue haciendo la conexión entre todos ellos. Lo que no supone que la niña se olvidara de su familia biológica: «No, claro, ella se acuerda de ellos, y llora; tiene padres y una hermana mayor».

Ahora, Rocío tendrá todo el curso para vivir la experiencia de una familia: con sus días buenos y malos. Porque «que nadie se engañe, esto no es fácil, no es un camino de rosas, hay situaciones complicadas», se sincera Seila. Pero, a pesar de todo, cree que merece la pena porque «es un proyecto muy bonito, del que todos aprendemos». Sus hijos también.

De hecho, antes de dar más pasos, se sentaron con ellos en un cónclave familiar y les plantearon que querían traer a Rocío a casa. «Mis hijos se sorprendían: '¿Pero cómo va a venir alguien a casa, si tú no me dejas ir a mí a casa de desconocidos?'», rememora. «Les vas haciendo ver que hay niños que han pasado por una situación muy mala, por cosas que no deberían haber conocido a su edad, y que nosotros les podemos ayudar», dice.

Esa contribución al bienestar de una niña o niño anónimos es totalmente altruista; sólo la generosidad mueve a estas personas: «No hay compensación ninguna; nace de uno, y ya está», justifica Seila. Hay, no obstante, gestiones de las que todavía se ocupa la residencia; por ejemplo, se sigue encargando de las citas y las revisiones médicas.

En casa de Seila, no todos son alegrías; también hay peleas entre los pequeños, «como entre todos los hermanos», que se van sorteando con mano izquierda y mucho cariño. Rocío ha dado un salto de gigante desde su vida en una institución a volver a tener un hogar. Y Seila y los suyos ya se plantean el acogimiento.

Y eso que son conscientes de que algún día llegará el momento del adiós. Rocío tiene su familia y lo ideal es que pueda volver con ella, cuando supere los problemas que los han separado. «Ella tiene papá, mamá y una hermana mayor, con quienes mantiene visitas periódicas. La hermana es la que peor lo ha llevado, porque es la que la ha criado». Tuvieron que aclararle que su intención no era «quitársela nunca; sólo ayudarlas, a ambas». Un hogar de acogida es un refugio temporal para niños que pasan por situaciones delicadas y a veces han tenido que soportar sufrimientos de adultos a edades muy tempranas. «Un día nos dijo que si podíamos ir al salón y cerrar la puerta, que no nos oyeran los pequeños. Y nos contó su vida», relata Seila.

Selección previa

La experiencia de Seila ha sido hasta ahora positiva: «Recomiendo esto a otras familias; hay tantísimos niños que necesitan ayuda...». Y los otros pequeños de la casa son más conscientes del valor de algo tan simple como tener una familia, regalos en las fechas señaladas o alguien que te cuide y te arrope por las noches. «Ella es una más de la casa desde el primer día».

Este tipo de actividades tienen cierto efecto contagio y tienden a generar un movimiento de solidaridad en torno a ellas. Así lo sintió Seila, que vio cómo amigos y conocidos «empezaban a ofrecer de todo: ropa, juguetes...». «Cuando llegó Rocío, tenía un armario lleno de ropa para ella», reconoce.

Antes de ser seleccionado como familia de acogida, hay que pasar un proceso selectivo en el que intervienen activamente las asociaciones del sector. «Es lógico -explica la directora general de Infancia, Familia y Fomento de la Natalidad, Silvia Valmaña-: hay que pensar que nosotros entregamos a unos niños tutelados, que están bajo nuestra responsabilidad, para que vivan con una familia».

No obstante, participar en un programa como 'Un curso en familia' requiere de controles menos exigentes que un proceso de acogimiento o de adopción, cuyos protocolos de selección ahora se han igualado.

Hay algunos puntos que tener en cuenta: suele elegirse una familia que viva cerca del centro donde está escolarizado el niño, para que todo sea más fácil. Además, se deja claro desde el primer momento que el objetivo del acogimiento es temporal y que «lo ideal es que el menor vuelva con su familia biológica»: «Tanto para los acogedores como para el niño, es muy doloroso que se creen expectativas que luego se frustran», advierte Valmaña.

La familia de acogida recibe «apoyo y soporte» por parte de la Comunidad. El guardador legal del niño sigue siendo el director de la residencia en la que estaba y los acogedores tienen un papel parecido al que recibe a un estudiante de intercambio, explica. El seguimiento institucional «es más intenso al principio del proceso y cuando la familia lo demanda porque se da alguna dificultad». Lo que no hay, confirma, es compensación económica, como sí ocurre en el acogimiento.

Lo más importante es «que se adapten unos a los otros: la familia acoge al niño, pero el niño tiene que acogerles a ellos también». Son las residencias quienes determinan qué chicos pueden integrarse en este programa, en función de su adaptación. «Suelen ser casos de éxito y las familias tienden a repetir y a dar más pasos».

Algo que alientan, porque aunque «los niños están muy bien cuidados en las residencias, se les quiere y se les cuida muchísimo, allí trabajan para prepararles a vivir en familia», que es el estado ideal.

Lo que persiguen ahora desde la Consejería de Familia, que dirige Ana Dávila-Ponce de León, es captar a más familias dispuestas a abrirles las puertas a niños de entre 6 y 17 años para que pasen un curso con ellos: «El reto es que las familias madrileñas lo conozcan y se pregunten '¿y por qué no yo?'».

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