Un 'erasmus' de verano arqueológico en busca del tesoro de Rascafría
La Comunidad de Madrid acoge durante 15 días a jóvenes voluntarios para intervenir en el yacimiento de Los Batanes
La primera edición de 'El Quijote' podría haberse impreso en las ruinas del gran molino de papel de la sierra
Madrid
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Iniciar sesiónCon calma y movimientos suaves de pincel es posible hacer hallazgos arqueológicos, cuando menos, curiosos. Los protagonistas de estos descubrimientos son un grupo de voluntarios, no solo de Madrid o de las distintas comunidades autónomas, sino de países de todo el continente, o incluso ... del planeta que, altruistamente, llegan cada verano al albergue de Los Batanes para participar en 'Caminos de Papel', un proyecto que permite a día de hoy documentar la existencia de un canal de agua que conectaba con lo que se cree que fue el molino de papel en el que se imprimió la 'editio princeps' de 'El Quijote'.
Miguel tiene 24 años, viaja desde Sevilla y estudió la carrera de Derecho. Sin embargo, la historia es una de sus pasiones y lo que le animó a aventurarse en este programa impulsado por las direcciones generales de Juventud y Patrimonio de la Comunidad de Madrid, en el que pasaría durante dos semanas las mañanas trabajando a dos kilómetros de Rascafría, frente al monasterio de El Paular y junto a un escondido paraíso que transporta a todo aquel que lo pise a un bosque finlandés. «Me llama mucho esta disciplina y todo lo relacionado con intervenir arqueológicamente en un lugar y poder llegar a hacer hallazgos», indica el joven que ya había formado parte de rutas culturales, pero que esta vez buscaba algo que le implicara más en los trabajos.
Alemania, Serbia, Italia o México son algunos de los países de los que provienen buena parte de los 23 voluntarios que intervienen en el yacimiento vinculado al monasterio de la orden cartuja. El perfil es muy variado pues muchos son estudiantes y otros acaban de terminar su carrera universitaria. No obstante, a todos ellos les une la pasión por la historia. Por 120 euros, se alojan en el Albergue Juvenil Los Batanes, que les incluye la comida, además de un lugar donde dormir durante los 15 días que dura el voluntariado.
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Dedican sus esfuerzos, principalmente, a limpiar los cajones de los canales que abastecían a los molinos de la finca situada en la sierra de Guadarrama. «Lo que más me está gustando es trabajar en las ruinas. Eso no era nada más que un bosque, pero es bastante interesante lo que hemos descubierto quitando tierra», afirma Pablo, uno de los voluntarios. Vive en Alcobendas y es la segunda vez que participa en un programa como este, pues estuvo realizando trabajos de restauración en Soto del Real. «Sí, repetiré», responde a este periódico sin dudar.
Aunque no todo es trabajar. Los jóvenes, que rondan los 20 años de edad, dedican también las tardes a actividades culturales, paseos y rutas por la zona, además de un día de visita al centro de la capital. Así, no solo se forman en un práctica importante para la preservación del patrimonio de la región, sino también disfrutan compartiendo una experiencia internacional que, para muchos, resulta «incomparable». «Viajar desde otro país para conocer nuevas culturas y personas ha sido increíble», indica Leo, un voluntario mexicano graduado en gestión empresarial que decidió pasar una temporada en Europa, siendo una de sus paradas este programa en la sierra.
Botones históricos
Después de que unos campamentos juveniles que se dedicaban a la mejora del medio ambiente descubrieran en 2017 la presencia de material del que se sospechaba que había trabajo humano detrás, nació 'Caminos de Papel'. «Tenemos el objetivo de documentar arqueológicamente las diferentes estructuras hidráulicas relacionadas con el monasterio de El Paular y con el gran molino de papel que había en esta zona», apunta Pablo Guerra, codirector de la intervención, junto a la historiadora y profesora en la Universidad Autónoma de Madrid, Esther Sánchez.
El papel no siempre se ha fabricado de la misma manera, e incluso a día de hoy los métodos continúan transformándose. En el siglo XV, «se machacaban fibras vegetales y las preparaban para hacer folios», explica Guerra. Muchas de estas fibras tenían su origen en las prendas de militares fallecidos o de tiendas de campaña de los mismos.
Los botones son unos de los principales hallazgos de este grupo a lo largo de los veranos de investigación en la finca y gracias al trabajo de los 250 voluntarios que han pasado por aquí. «La ropa de los soldados se deteriora fácilmente, por ello se mandaba a estos molinos, se despiezaba y se tiraba lo que no interesaba», relata Esther Sánchez, que además apunta a que muchas de las telas que llegaban a la finca provenían del Hospital San Bruno de Segovia, donde se llevaba a gran parte de los heridos en el siglo XIX. «Estas piezas te cuentan una historia que va más allá del papel. Te ponen en contacto con buena parte de la realidad», asevera la historiadora.
De esta manera, se han localizado piezas del regimiento de Isabel II o de Fernando VII, e incluso se ha encontrado un botón que conmemora la boda del rey Carlos II de Inglaterra con Catalina de Braganza. «No sabemos cómo ha llegado aquí, pero está», determina Pablo Guerra. Sin embargo, estos no son los únicos elementos hallados, pues soldaditos de plomo, monedas o medallas de misiones que llevaron a cabo los jesuitas en Oriente también han llegado a las manos de los arqueólogos.
Los profesionales no solo se dedican a excavar la tierra, sino también muchos papeles. Así, también forma parte de la investigación la revisión de archivos, la búsqueda de documentos o averiguar qué cuentan los monjes del monasterio de los priores que recogen la actividad económica de la época. Todas estas piezas, aunque parezcan insignificantes, aportan información de cómo se conecta el centro peninsular con otros territorios a nivel económico. «A los voluntarios siempre les digo que esto es como un gran polígono industrial», explica la codirectora de 'Caminos de Papel', pues hay que entender que se producían unas 80.000 hojas al día.
Esta intervención no solo tiene gran significado para los arqueólogos o los jóvenes que forman parte de ella, sino también para los habitantes de Rascafría. «La gente del pueblo está encantada de ver a gente trabajando para ahondar en su historia y su pasado», cuenta Sánchez que, además, pone en valor toda la historia oral que, aunque no aporta datos, «es importante para dar cabida a la poca memoria que queda de los usos de los molinos de Los Batanes».
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