La carta de la mujer que ha envenenado a su marido en Fuenlabrada: «Acabo con todo. No voy a dejar a papá»
Una enferma mental asesina con lejía y amoníaco a su esposo y se suicida. Investigan si también utilizó un cóctel de fármacos
Fuenlabrada (Madrid)
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Iniciar sesiónRosa L. llevaba años enferma. Sufría una dolencia mental que ha acabado con su vida y con la de Clemente O., su marido, de 64 años, con el que llevaba unos 40 residiendo en su piso de la calle de Islandia, 8, en Fuenlabrada. Pese ... a su padecimiento, estaba perfectamente controlada por los médicos y hacía una vida normal, dentro de sus circunstancias. Hasta que la madrugada de ayer, (aunque como el 'modus operandi' utilizado, tendrá que determinarlo hoy la autopsia), decidió envenenarlo. Y ella suicidarse por ahorcamiento. Ambos eran españoles. Es el primer homicidio del año en la región.
Fuentes del caso precisan a ABC que cerca de los cuerpos había botes de lejía y de amoniaco, pero también una importante cantidad de medicamentos. Se investiga, por tanto, si provocó la muerte a su esposo, de 64 años, con un cóctel de productos químicos y medicinas. O si lo drogó primero y luego le introdujo los líquidos corrosivos por la boca. Estos extremos están bajo investigación.
Rosi, como la conocían en su entorno, había dejado el piso, de cerca de 100 metros cuadrados, totalmente limpio y ordenado. En el salón, los policías se encontraron una carta de confesión, en la que venía a decir, no en su total literalidad: «Acabo con todo. No quiero dejar a vuestro padre», reconocía a los hijos, a la vez que dejaba entrever que lo había hecho, quizá, para que él no se quedara solo tras el suicidio de ella.
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Al cuidado del nieto, de 3 años
Lo cierto, según fuentes del caso, es que Rosa estaba medicada y monitorizada por los médicos. Cumplía su tratamiento regularmente en un hospital de la zona sur. «Era el alma de la familia, el eje de todo», decían ayer en su entorno. De hecho, su estado para nada presagiaba un desenlace así, pues su hijo le confiaba a menudo el cuidado del único nieto del matrimonio, de 3 años, con el que con frecuencia se la veía por el barrio. Como una abuela más.
Otros elementos muy recientes apuntaban a que la salud de Rosa estaba más que controlada. Aparte de que cumplía con su pauta de medicación, las celebraciones navideñas habían transcurrido en paz. El tema de conversación más recurrente, tanto en las cenas de Nochevieja como de Nochebuena, era la próxima jubilación de Clemente, que se dedicaba a la seguridad privada, y de los planes que tenía. Todo transcurrió con armonía.
Sí es cierto que algunos vecinos presenciaron una discusión a gritos en el portal de su bloque hace meses, sin ir más lejos. Cuando saltó la noticia, ayer a media tarde, los organismos competentes comprobaron que no existieran denuncias previas entre el matrimonio ni órdenes de alejamiento, por si la muerte había sido en represalia a unos hipotéticos malos tratos. La búsqueda fue negativa, algo que, además, quedaba sostenido por la propia confesión de Rosa.
La familia había pasado en armonía estas navidades; de hecho, la noche anterior al crimen, los hijos, un varón y una mujer, habían hablado con sus padres y no hubo nada que les hiciera pensar en tan desgraciado desenlace. Pero, a la mañana siguiente, al intentar contactar con ellos por teléfono en repetidas ocasiones y no lograrlo, la hija, que se casó el pasado verano, acudió al piso. Abrió la vivienda con su propia llave y se encontró la espeluznante escena: «¡Cómo ha podido ocurrir!», se lamentaba.
El hallazgo de los cuerpos
En uno de los tres dormitorios, su padre yacía cadáver y su madre se había quitado la vida. Se ahorcó. En el salón es donde estaba la carta de despedida.
Los servicios de emergencias fueron comisionados en torno a la una de la tarde. Los sanitarios del Summa apenas pudieron confirmar los óbitos. Llevaban muertos varias horas. La Policía Nacional y la Local de Fuenlabrada llegaron también a la escena del crimen. Durante unas cuatro horas, estuvieron, junto a la Científica, analizando las posibilidades de lo que pudo ocurrir y se llevaron medicamentos, la carta y los productos de limpieza de la casa, para su análisis.
Los psicólogos del Summa tuvieron que atender a los dos hijos y a las parejas de estos de crisis de ansiedad, por motivos lógicos. Cuando se marchó la comisión judicial y la Policía, en torno a las ocho de la tarde, aún se podían escuchar los llantos de la hija al otro lado de la puerta del piso, situado en la tercera planta.
En el vecindario, todo era una sorpresa. Nadie pensaba en un final así para Clemente y Rosi. Es más, no tenían constancia de la enfermedad mental de la mujer. En cuanto al hombre, solo padecía diabetes, no era dependiente y se administraba sus dosis de insulina de manera autónoma, sin problemas.
«Ella tenía mucha presencia. La recuerdo el día que se casó su hija, este verano pasado, lo arreglada y guapa que iba», comentaba ayer Vicenta. Vive justo delante de la puerta del malogrado matrimonio y promete que jamás escuchó nada fuera de lo normal en la convivencia entre ellos: «Ha venido muchísima policía, eso sí. Yo me he asustado, sobre todo al ver cómo sacaban a uno de los cadáveres. He supuesto que, aunque he observado que se llevaban un cuerpo, habían fallecido los dos». No se equivocaba.
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