Charo Testa Ruiz, de Abuelas por Patones: «Quiero un parquin en el pueblo y una placa que recuerde que lo propuso una señora de 99 años»
CANDIDATOS EXTRAORDINARIOS
Comanda una candidatura de mayores en las que sólo hay un hombre, que, además, es suplente en la lista electoral
La «abuela» concejal reclama al Gobierno regional un aparcamiento para Patones
María del Rosario Testa Ruiz (Bilbao, 23 de abril de 1924, de la mismísima calle de Solokoetxe, 8) es cabeza de lista por Patones, y tiene la cabeza bien amueblada con vizcaínas maneras. Su infancia son recuerdos de Bilbao, de su padre, suscrito ... a esta Casa y, en la guerra, delatado por un cartero por ser lector nuestro, que España, de Neguri al Nervión sevillano, es un país de porteras, cainitas y envidiosos, como dice el refranero. Charo es candidata al Ayuntamiento de Patones, que fue reino independiente medio en broma, medio en gracia, pero que ahí anduvo el pueblo, dejado de la vera de Dios y al ladito de Guadalajara.
Su partido para el 28M, APP (Abuelas por Patones), anótese el juego de palabras con las aplicaciones móviles y con 'lo de Feijoó', ya tuvo, en las últimas municipales, su atención mediática. Entonces, en las municipales de 2019, obtuvo 49 votos, a 14 papeletas del PP, que es algo que lleva con orgullo y evidencia posibles alianzas.
Con 99 años, Charo, «bilbaína pues», se enamoró de «un madrileño», un eminente podólogo en aquel Madrid por donde pasaba el Régimen, la Jet, los tecnócratas, el búnker y hasta «este chico, Camilo Sesto». La candidata conoció ese Madrid que fue. Niña de la guerra, hay recuerdos felices que le dejan la tensión arterial niquelada, y otros que se la bajan con tristeza, porque ella ha vivido la historia de España somatizándola. Se lo recuerda su hijo Enrique, pintor, con un talento entre Eduardo Úrculo, Chirico y Mondrian.
El origen
Hay que irse a 1965, y ese matrimonio al que el pueblo de Patones («te hablo del de Arriba») le sublima y compran allí una casa, arquitectura negra de la Sierra Pobre. «Por 150 pesetas», que sería poco al cambio actual. Charo, sin dejarse llevar por nostalgias baratas, rememora que «no teníamos ni agua» y había que subir en una burra que «a veces resbalaba en el empedrado». Un empedrado que costearon los que Charo, mirada pícara, llama «los suizos, los ingleses». Es decir, los capitalinos que allí respiraban paz, jara y romero. Y que encontraban lo que dicen el nirvana, el retiro. La vida que ponderaba Fray Luis.
99 años no son nada, son los nuevos cuarenta («Sí, ¿verdad?») para rememorar que «el mejor político que ha dado este país ha sido Manuel Fraga». Su padre, gallego, era amigo del prócer, y ella «engordaba de emoción» cuando M. F. Iribarne le «tocaba el hombro» con la suavidad galaica que Fraga, tan suyo, sabía emplear con la gente, aunque tuviera el Estado en la cabeza. Ya en Patones, yendo y viniendo, comprobó que las canalizaciones de la Presa del Atazar pasaban por los desmontes del pueblo (se da fe), y «aquí ni agua, ni luz». Y la luz, a ella, es algo que le fascina: «Cuando llegó el alumbrado era, cómo decir, como sentirse capital general. Antes nos iluminábamos con candiles, y tenía su encanto, no digo que no».
Llegó la luz
Y ya cuando canalizaron los detritus, fue un éxito. Aunque Charo guarda en el arcón sentimental sus crónicas de un pueblo y calla corruptelas de hoy y siempre que no revela por esa clase que decíamos antes. Como aquel día en que «avisaron al ayuntamiento que venía una inspección de Madrid», hará más de dos décadas, y los obreros de Patones de Abajo se fueron a Patones de Arriba a hacer «como que trabajaban en la reforma del pueblo», quizá fingiendo el sudor y la cara de esfuerzo. Ella y su pandilla andaban «tomando el sol» en una escena por la que Berlanga hubiera dado un riñón. En un pueblo pequeño, es evidente que se sabe a sus vecinos por nombre, como el de Paco Bello, hotelero, «muy inteligente, gracias a él tenemos la luz. Fíjate».
Mientras sucede la parla, en Madrid llueve como una garúa limeña, que es llover sin llover. El reloj da las dos con su sonsoniquete de tiempo, y ella piensa ya en la comida. «Quédate a comer», le dicen a este reportero, al que creen gallego primero, luego asturiano, hasta que hubo de sacar el DNI. «Ay, de Andalucía, chico, mira que en Bilbao los miraban mal, eran los últimos de la baraja. Nunca me gustó eso». Enrique pinta, retrata en un cuaderno y hace como de jefe de prensa, si los jefes de prensa fueran, además, amorosos hijos.
El Estado autonómico
Charo, entonces, con los ojos vidriosos pensando en el mar de Cádiz, improvisa un «me iría a vivir a Andalucía». La ensoñaciones de la candidata le hacen reflexionar sobre el Estado de las Autonomías: «Aquí roban todos. Con lo fácil que sería que todos juntos empujáramos hacia adelante». Pero ella no, ella «no es política». «Ni un duro me voy a llevar de lo que haga». Cierto es que en Patones, localidad dividida en dos, hubo muchos intentos. Algún vecino atribuyó el «fenómeno de las abuelas» a la novedad por «cambiar las tornas», aunque Rosario aspira, si acaso, a un segundo concejal. En la lista, todas mujeres excepto un suplente varón, figuran como «independientes» según refleja el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid.
Luego, tras el contexto de su pueblo recordado al que va los fines de semana, añade que ella, teniendo una hermana 'peneuvista', no entiende eso de los privilegios fiscales. «Mamá, cuenta lo de...», añade su hijo. Porque Patones es metáfora de todo, de la España misma como se verá más adelante. Tanto que, en cierto momento, se detiene la llovizna en el Madrid de la elegancia y suelta un «para mí el pueblo es como España, y déjame que le cuente, que pierdo el hilo». Y contó. Contó que en Patones el turismo se ha reducido, y que tiene entre las mientes un parquin «con todos los servicios»; una obsesión legítima y electoral, lo mismo que el trineo Rosebud de 'Ciudadano Kane' . Por lo visto, el aparcamiento, ya lo tiene virtualizado con estudios de topógrafos, arquitectos y expertos en el arte y la ciencia del aparcadero. Es en ese parquin añorado donde quieren que le pongan una placa. Y que la placa rece el siguiente lema: «Una señora de 99 años luchó por este parquin». Otros piden un aeropuerto, una fuente o una rotonda.
Un directo en Estados Unidos que no fue
Ella sabe lo que son las mieles del éxito de un pueblo que ha puesto en el mapa. «Cuando ganó Biden, se me llenó la casa de televisiones y tuve que decir no a una televisión americana». Claro que, por añadir, el arribafirmante añade que ella no saluda al aire, como Joe Biden. Ríe con salero. A sus 99 años tiene esa belleza que no es sólo elegancia. Con permiso periodístico para ir al lavabo, se divisa un foto de estudio, en un dormitorio, de una mujer que hubo de partir corazones en Bilbao, en Madrid, y en los pastores que, en fin de semana, bajaban de Somosierra a los pastos de Torrelaguna.
Se le pregunta por tres puntos electorales para Patones. Más o menos, con el parquin, ese claro objeto de deseo, responde que, en verdad, 'o turismo o muerte'. Y ya ha hablado sin hablar de la España vaciada y demás asuntos y de sus propuestas. Se despide con un beso, un «viva Andalucía» que es también un «viva España» y una invitación al almuerzo que su vástago tilda, entre carcajadas, de «prevaricación, mamá». «El periodista no quería macarrones», se escucha cuando se deja su sede electoral. Una mesa en la zona noble de Madrid, y una política veterana, 'ma non troppo'. Sin propaganda ni globitos. Las chicas de oro tienen sus recursos dialécticos que no van por la publicidad electoral canónica.
MÁS INFORMACIÓN
El fin de semana, el que sea, Charo estará en Patones, 523 habitantes según el INE. 45 vecinos, 45, en el de Arriba.
Su feudo, su fuerza, sus suizos. Madrileños de fin de semana, pero ciudadanos que andan preocupados por que la pizarra quebrada y la madera añosa no colapsen.
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