El cementerio que nació como provisional por una epidemia de cólera y hoy alberga 5 millones de almas
HISTORIAS CAPITALES
Se integró en la gran Necrópolis del Este, en la que hubo planes para construir un panteón de hombres ilustres
Cementerios de Madrid: historias para toda la eternidad, más allá de la Almudena

Aunque muchos lo hemos visitado con alguna frecuencia, es menos conocida la historia de cómo nació y se expandió hasta ser lo que es hoy el Cementerio de la Almudena. Un proyecto que nació para cubrir una necesidad perentoria, y luego se fusionó con ... una gran iniciativa que le llevó a ser espectacular en su forma y en su tamaño, y a contar hoy con más 'residentes' que habitantes tiene la ciudad. Su primer enterrado fue un niño, Pedro Regalado, de 14 meses, el 15 de junio de 1884, cuando hubo que abrirlo sobre apenas 25 hectáreas por la epidemia de cólera que rondaba Madrid, y que hizo que en sus inicios se le conociera como 'el cementerio de las epidemias'.
En Madrid comenzó a pensarse en construir la gran Necrópolis del Este en 1876. El lugar elegido fue una enorme extensión de terreno que en parte correspondía al pueblo de Vicálvaro -que llegaba hasta allí- y en parte a Madrid. Hubo un concurso de arquitectura sobre ello, que ganaron Fernando Arbós y José Uriosta, con un proyecto que se inspiraba en los camposantos europeos, como los de Génova o Viena. Se preveía que tuviera capacidad para más de 62.200 sepulturas y se pudieran enterrar allí a unas 7.000 personas al año.
Pero mientras se estaban realizando los trabajos previos, llegó la epidemia de cólera y con ella la urgente necesidad de contar con más lugares de enterramiento. Y así nació el Cementerio de Nuestra Señora de la Almudena.
La necrópolis del este seguía sus pasos, aunque con el nuevo siglo cambió de arquitecto: fue Francisco García Nava quien le dio la forma que ahora conocemos, fusionando el de La Almudena con el nuevo, que abrió oficialmente en 1925 y que contaba con más de 81.600 sepulturas y capacidad para 885.000 enterramientos. Calculaba García Nava cuando lo puso en marcha que tendría capacidad hasta el año 2000. Se equivocó: sólo 30 años después ya tuvo que ampliarse; parece que nos morimos más de lo que se pensaba.
El cementerio era un habitual en la prensa de principios de siglo. Por ejemplo, durante una copiosísima nevada en febrero de 1907, contaban en ABC que la carretera que conducía al camposanto estaba intransitable, con metro y medio de nieve, y «hasta las cuatro de la tarde sólo fueron conducidos el cadáver de un párvulo y el de un adulto».
En diciembre de 1910, el alcalde madrileño, Francos Rodríguez, proponía construir en la necrópolis del este un panteón de hombres ilustres, donde «trasladar las cenizas de todos los que estaban sepultados en los antiguos cementerios, llamados a desaparecer en plazo breve». Nunca se hizo.



Madrid contaba antes que con este con otros camposantos, que fueron desapareciendo paulatinamente, con las correspondientes mondas -la exhumación de los restos para llevarlos a otros lugares-. Estaba el cementerio general del Norte, que fue el primero en levantarse en las afueras de la ciudad, bajo proyecto de Juan de Villanueva, y al que se entraba por las inmediaciones de lo que hoy es la glorieta de Quevedo.
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También había un cementerio en las inmediaciones de lo que hoy es el Estadio de Vallehermoso, y su monda dejó atrás algún que otro resto, que luego era encontrado por la chavalería y que hizo que se diera en llamar aquella zona 'el Campo de las Calaveras'. Y otro cementerio general al sur, el de la Puerta de Toledo, a la otra orilla del Manzanares, en los Carabancheles. El que nunca se llegó a construir, aunque estuvo planificado, fue la necrópolis del oeste.
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