Una 'celda' sin ventanas para someter a su ex: la pequeña llave que delató al maltratador de Barajas
Una llamada de la hermana de la víctima desde Perú y la intuición de los agentes sirven para rescatar a una mujer encerrada bajo llave en una vivienda de polígono
Suena el teléfono de la sala del 091 de la Policía Nacional y un joven agente responde. Es la Policía Local de Candeleda (Ávila), a la que una mujer ha llamado desde su Perú natal para alertar de la situación de riesgo de su hermana. ... La interlocutora asegura no saber nada de ella en los últimos cuatro días y cree que Luis, un varón español con el que había mantenido una relación sentimental, podría haber vuelto a su vida. Las alarmas se disparan al comprobar que sobre él pesa una denuncia reciente de malos tratos y una orden de alejamiento. El tiempo corre y el reloj en casos así siempre juega en contra.
El policía, asentado en el CIMACC-091 desde el mes de junio, lo tiene claro: localiza la vivienda del sujeto y avisa de inmediato a una patrulla de los Grupos de Atención al Ciudadano. Los funcionarios, activos en el distrito de Hortaleza, acuden hasta una zona de polígonos aledaña al aeropuerto de Barajas. La extrañeza es total. «Estábamos casi convencidos de que era un error porque lo primero que vemos son varios garajes de Aena y dos casas totalmente abandonadas», relatan a ABC los personados. La comunicación con la sala es constante, pero las direcciones siguen sin coincidir.
Es en un camino de tierra, apartado de la calle marcada, donde los policías por fin descubren una casa (con las plantas bien cuidadas) y pican a la puerta. Primer intento, nada; segundo, igual. Así, durante quince minutos. «Insistimos, insistimos y hay un momento en que nos parece escuchar un leve ruido», comentan. Un hombre decide abrir. Está visiblemente tranquilo y pone de excusa que acaba de salir de la ducha; su aspecto es desaliñado. Los policías le hacen preguntas, sin revelar el motivo real de su visita. La primera trampa resulta infructuosa.
Cuestionado por su antigua pareja, el individuo afirma no haberla visto desde Navidad. En la sala del 091, el joven funcionario tampoco descansa. Las gestiones siguen y este llega a llamar en reiteradas ocasiones a su teléfono móvil. Nadie responde. Sobre el terreno, sus compañeros descubren las primeras incongruencias. La intuición y la experiencia les dicen que algo raro ocurre dentro. Toca disimular: «Le decimos que si tan seguro nos manifiesta que no hay nadie, que nos deje pasar y si es así nos vamos». El propietario accede.
Dentro, todo está en calma. Los zetas rastrean las estancias y detectan dos habitaciones cerradas con candados. El hombre se justifica: «Nos expresa que pertenecen a otras personas a las que tiene alquiladas los cuartos». La sospecha se acrecienta, pero sigue sin haber certezas. Dos detalles inclinan la balanza. El primero es la tercera y última habitación, la cual, en el caso de ser ciertos los dos realquileres, le debe pertenecer a él. ¿El problema? «Que no vemos ninguna cama y si es todo como dice, ¿dónde duerme?».
La segunda pieza del puzle está en su llavero: una llave pequeña que los uniformados consideran que puede encajar en alguno de los candados. El interrogatorio se recrudece. «Nosotros teníamos claro que íbamos a entrar sí o sí», coinciden los implicados. La presión hace efecto y Luis, de 39 años, reconoce finalmente que es la llave para abrir la puerta central.
En el interior del habitáculo, desprovisto de ventanas y con un plato de comida y un vaso de agua sobre la mesita de noche, descubren a la víctima, siete años mayor que su captor. Está en shock y presenta hematomas en el rostro y otras partes del cuerpo. No es capaz ni de explicar lo que le pasa. Los policías la sacan de la casa y avisan a los servicios de emergencia. Su prioridad es ella. Él, por su parte, no reconoce que se trate de un secuestro.
«La sigue llamando amor y su mayor preocupación una vez detenido es que no la va a volver a ver. Piensa que se va a ir a Perú», recuerdan. La afectada, que acudió hasta el domicilio para reclamar un dinero prestado, confirma que ha podido estar encerrada «cuatro o cinco días». Ya liberada, el que duerme ahora en una celda de verdad es él, acusado de malos tratos, quebrantamiento de condena y un delito de detención ilegal.
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