Barcelona se pasea por Madrid
BAJO CIELO
Nos está haciendo mejores y más grandes. Esta forma de crecer con lo mejor de los otros es una seña de identidad
Madrid, ciudad pícara, lúcida, nocturna y eterna
La tienda de caganers, en la calle Mayor de Madrid
No huele a salitre ni tiene humedad, pero por mucho que el Mediterráneo duerma a cientos de kilómetros de aquí, Madrid tiene orillas de Barcelona en la meseta. Imagino que es el resultado de décadas de chiringuitos indepes, de apologías del mamoneo, de todo ... eso que ha dejado a la Ciudad Condal más cerca del tirón que de aquél espíritu vanguardista que fue siempre. Recuerdo los veranos de Norteña cuando la mitad de mi tribu venía de Barcelona. Sentía una admiración un tanto envidiosa, como percibiendo que aquella ciudad era un Madrid superior, alejado de la picardía canallesca que aquí brotaba en cada esquina. Se notaba que bebían de Europa, del mar, de la cultura abierta, de una amplitud de miras en un horizonte que lo abarcaba todo. Decían que eran de Barna, y nos hacían pequeños porque éramos sólo de Madrid. Qué Barcelona era. Sin pretensiones porque ya lo tenía todo.
Ahora pasearse por Mayor o Arenal, las dos arterias del corazón del Madrid viejo, te dejan confundido. Hay tiendas de caganers, el mítico cagón navideño de procedencia catalana, una del Fútbol Club Barcelona, donde se apelotonan los turistas para llevarse un recuerdo blaugrana. En las brasas de los restaurantes, como el 33, exquisito, se brasean los calsots en invierno y cada vez son más las barras que sirven sus bravas en dos salsas.
Hay una extraña sensación de catalanidad en Madrid, cosa que nos enriquece, porque aquí cabemos todos. Nos hace una ciudad más grande, vanguardista y más condal. No sobra nadie, pero no deja de ser paradójico que, si antes Barcelona miraba al mar, ahora tenga sus ojos puestos en Madrid para seguir siendo aquello que extraña, o quizá para huir de lo que es ahora: una foto al salir del metro en la Sagrada Familia.
En San Ginés se plantean ofrecer junto a los churros con chocolate el pan tumaca, la butifarra y los panellets, cosa que nos encantaría. También se dice que muy pronto abrirá una sucursal de la Boquería en uno de los mercados tan de aquí. Hay un tipo disfrazado de Dalí entre Montera y Sol, y la rumba catalana tiene su apogeo en el Cardamomo o Villa Rosa. La literatura, aquella de Carmen Balcells con sus Nobel hispanoamericanos, crece ahora en la Nacional II entre Planeta, Espasa, la Luchana de Alfaguara y la calle Segre, con Círculo de Tiza y esa forma de editar como mimando la palabra. El Tibidabo en la Casa de Campo, Las Ramblas de los Bulevares, La Merced se queda pequeña en La Almudena y parece que muy pronto habrá también una playa con olas para que el síndrome de la Meseta no termine con los que vienen de fuera.
Luego está esa moda del tuktuk, que bien podría haberse quedado por allí, pero de todo se aprende. Sin embargo, aún tiene este Madrid mucho que aprender de la Barcelona que fue y poco a poco son muchos los intelectuales, escritores, artistas y músicos que están cambiando la luz de allí por el cielo de Madrid, que brilla hasta de noche.
Dense un paseo por el centro. Verán como lo que les digo es cierto. Librerías, bares, comercios, turistas, galerías de arte…; hay tanto de Barcelona ahora en Madrid que nos está haciendo mejores y más grandes. Además, tengan la seguridad de que por aquí no recibirán tirones, pueden llevar el peluco en la muñeca e incluso dejar propina cuando les sirvan en alguna de las terrazas que abarrotan la ciudad. Esta forma de crecer con lo mejor de los otros es una seña de identidad. Y aunque los trenes vengan con retraso, al final, llegan. Todo seguirá así mientras por allí se siga con el negocio corrupto de la identidad, porque ni siquiera han entendido que lo que hizo gigante a Barcelona fue precisamente su apertura al mundo.
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ContinuarEsa apertura que en Madrid es una obligación y que permite que a doscientos metros del kilómetro cero, el Barsa venda camisetas oficiales en una ciudad que se ha hecho así gracias a todos los que llegaron. Hoy Madrid es más Barcelona que nunca y eso es un regalo. Y no se pongan tacaños con la pela que aquí eso no se gasta. No vaya a ser que, después de todo, nos parezcamos demasiado.