Baños en el Manzanares y cines de verano para escapar del calor en el estío madrileño de hace cien años
HISTORIAS CAPITALES
Cómo sorteaban los rigores de la estación nuestros tatarabuelos
La inédita ola de calor de la primavera de 1905 que acabó hundiendo el tercer depósito del Canal
Madrid
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEl tópico «nueve meses de invierno y tres de infierno» se aplica con mucho rigor en Madrid, donde cada verano es tan insoportable -en lo tocante a las temperaturas- como pueda esperarse. Y aunque ahora la situación se vaya complicado, por efecto del cambio climático, ... lo cierto es que nuestros tatarabuelos también pasaban de las suyas en los estíos madrileños de principios del siglo XX. De hecho, uno de los récords históricos de temperatura de los últimos cien años se produjo en la capital en agosto de 1933, cuando se alcanzaron los 35,5 grados.
En esa tesitura, y con el aire acondicionado sin inventar, al pueblo llano apenas le quedaba más opción que el agua fresca del botijo, la sombra de las parras en el patio de la finca, si tenían suerte, o pasear por El Retiro bajo la espesura vegetal. Eso, y el Manzanares.
El río era, a comienzos del siglo pasado, una vía de escape a la que muchos se acercaban, caminando o en bicicleta, para refrescarse en sus aguas. Era frecuente encontrar a los madrileños, especialmente a los niños, remojándose en sus aguas, en puntos como el puente de los Franceses o cerca del puente de San Fernando.
La puerta de la muralla árabe de Madrid que se esconde en la Galería de las Colecciones Reales
Mónica ArrizabalagaEl nuevo museo mostrará en su sala arqueológica los muros más antiguos de la ciudad y el único acceso de la fortificación islámica que conserva su alzado
Como decía Emilia Pardo Bazán cuando hablaba del tema, el verano no deja de ser una cuestión de ropa. En un artículo en prensa escrito en 1912, se refería a la 'playa' de Recoletos por donde paseaba, al caer el día, el todo Madrid. Y aconsejaba la autora alimentos refrescantes como la horchata, el agua de limón o el agua con azucarillo, que eran «literalmente asaltados» por los paseantes. Como ahora, vamos.
Lo que sí lamentaba era la poca visión comercial de los hosteleros madrileños -que en eso, desde luego, han espabilado-: «A ningún cafetero de la corte se le ocurre improvisar un jardín en la acera, como hace en Burdeos el dueño del bodegón más humilde». Para comensar, las bebidas eran de gran calidad: la horchata, por ejemplo, «que en Madrid sale mejor que en Valencia». «Por el agua», argumentaba.
En algunos barrios existían cines de verano, espacios abiertos a los que acudir por la noche en busca del fresco. Dotados de sillas o de bancos corridos de madera, en ellos se juntaban chicos y grandes en un ambiente muy relajado, con algo de comer y algo de beber siempre a mano. Algunos de los que queda recuerdo son el Tirso de Molina, que estaba en Vallecas; o el San Pablo, en ese mismo distrito. Y frente al museo del Prado también hay noticia de que se montaba uno. Hasta en Barajas, cerca del aeródromo, existía un autocine al que acudir en las noches tórridas de Madrid.
Cuentan las crónicas de 1924 que el ambiente en estos cines de verano era muy popular: «Los clientes se saludaban como los vecinos de un patio de vecindad». Eran espectáculos baratos: «Por tres o cuatro gordas, se puede estar». Y se huye del calor de las casas, se pueden comprar «helados económicos a vendedores ambulantes, ¡a cinco y a diez!». Los sabores favoritos: la fresa y el mantecado.
Para entretener a los madrileños, y hacerles algo más llevaderas las calurosas horas nocturnas, las autoridades pusieron en marcha otras distracciones, como los festejos de verano. Como los que tuvieron lugar en julio de 1912 en el corazón de la ciudad. Desde mucho antes de que empezara, en cuanto comenzó a anochecer, miles de personas se concentraban en la calle Mayor, en la plaza de Ramales, frente a Palacio, hasta tal punto que los cronistas cuentan que «no se podía ni andar».
MÁS INFORMACIÓN
MÁS INFORMACIÓN
La cabalgata que pudieron disfrutar los madrileños la formaron guardias a caballo con cordoneras y cascos austriacos, las bandas del Asilo de La Paloma, la del Hospicio y la Militar, desfile de majas, niños con faroles… Y los madrileños, encantados, porque como relataba el ABC, es «un pueblo bueno, optimista, alegre, ama la vida y el contento, y acude gozosamente así que suenan dos compases de música o unas castañuelas». Igual que ahora.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete