El arte del toreo en Madrid, según 'la escuela' del Buen Retiro
El novillero Jesús Montes imparte lecciones de tauromaquia los martes y los miércoles. Por «amor al arte» y a todas las edades
Arévalo: «Antonio Ordóñez me enseñó que el toro es disciplina y respeto»
La tarde, pragmática y dulzona, pasaba por un verde tirando a amarillo de un otoño que se va estrenando en Madrid. De sopetón, ya dio una larga cambiada, y en un jardincillo del Retiro, una quincena de jóvenes y no tan jóvenes van ... sacando sus capotes. Cerrada la última puerta de la última plaza por la Hispanidad es todo nostalgia, viento fresco. Pero está su pasión intacta, sus trastos de torear de salón al aire, y, una vez al mes, una becerrada que es, también, una forma de ser ecológico los domingos.
Antes del colorido de grana y oro y el festival de las muñecas más apegadas a la Fiesta, que son las aficionadas, llega puntual quien organiza cada martes y cada miércoles una academia de tauromaquia «por amor al arte». Y aquí, 'quien la lleva la entiende', que dicen en su tierra.
Jesús Montes 'El Pare', («en Sanlúcar de Barrameda a cada frase le metemos un 'pare' como los gaditanos un 'illo'») es el responsable de este 'tinglado' educativo «después de que unos ganaderos salmantinos» le «pidieran que los entrenara para un festival». Y no eran unos cualquiera: Juan Carlos Aparicio, Diego García de la Peña, Fernando de la Peña y Curro Madrazo, a los que luego se unieron dos más. De eso hará, más o menos, una década y así corrió el «boca a boca» de la 'escuela del Retiro'.
El Pare (Sannlúcar de Barrameda, 1968) quiso ser torero de oro, pero se fraguó como novillero, como torero de plata con primeras espadas como «El Cid, Palomo Linares hijo, Jorge Isiegas, Francisco Marcos o Xavier Ocampo». Del 87 al 92 estuvo «pensando en la gloria», llegó a debutar como novillero con caballos, pero, ay, el afán de esa misma gloria se le fue en el 95. Sincero, con esa simpatía innata del sur, confiesa que, más que del Cossío, de libros, es de ver toros. Y tampoco es mal camino para la docencia de la Fiesta.
Van llegando más alumnos, desde Luis Asúa, antiguo conocido de la política con su hijo, hasta un torero de Bombay que saldrá aquí cuando tercien los timbales del reportaje. El Pare, que se retiró hace casi un año justo en Sangüesa, tiene incluso un aprendiz de apellido Bohórquez dándole a la franela en el Retiro.
El Pare está dedicado a esto de «dar clases» por «mero amor al arte» y cierta querencia del toro que «le queda en el cuerpo, que le da alegría», que le permite «seguir viviendo con pasión» en resumidas cuentas.
Mientras corrige muñecas, les pide a los educandos ponerse «en andaluz»; esto es, sacando pecho y lucimiento del centímetro. Refiere mirando al personal el «ambiente bonito» de «esa parcelita de hierba, con calvas» que entrecerrando los ojos puede parecerse a una dehesa de Cáceres. Poco o ningún jaleo han tenido con los antitaurinos del Retiro, que el madrileño que pasea al perro, para y templa -al perro- y se fascina en que haya niños de ocho años con sus capotillos y su saber hacer. Jesús Montes, va confesando, supo que dejaba los cosos un día bajo la ducha. Le vino un pensamiento, un pensamiento duro: «Y mañana, ¿salir para qué?».
Bajo los castaños de Indias anocheciéndose, aún, con luz de octubre, irrumpe el aprendiz más intelectual, con una indumentaria que parece no cuadrar: «Y eso que no he traído la gorra de Star Wars». Guzmán Conde se ríe y explica que él, como decía Domingo Ortega, «es un beodo de la tauromaquia». Lo es hasta el punto de que prepara con su padre un «libro de biografías taurinas». Lleva digitalizadas «más de 12.000 publicaciones», y él, creador publicitario, le coloca al torero más añejo una montera y le da una estética pop, a lo Warhol, que enseña ufano desde el teléfono. Para Guzmán la tauromaquia es «sentida y resentida»: sentida por los de dentro y resentida por los de fuera.
Montes sigue con sus consejos: «¿Qué, niño, los talones no vinieron hoy?» Y si el Retiro es zen, se hace más zen aún. Mauricio José es de Guayaquil, familia taurina. Pena porque en su plaza quitaron los toros. Le queda España y un frontispicio que susurra mientras sostiene la capa: «Es de las pocas cosas puras que quedan». Hay algo no aprendido en esa frase salida de alguien que abandonó ayer mismo la adolescencia. Algo que surge de entender desde muy pequeño todo un universo intelectual.
Los alumnos tienen las más plurales nacionalidades que se puedan imaginar. Bhavin, con sus trece años, de Bombay, adoptado y feliz, es lacónico: «Mi toreo quiere llegar a un toreo ordenado como el de Jesús Montes (El Pare)». Y El Pare sigue a lo suyo, colocando a los más avezados con los que tienen más que aprender. Aunque con sólo pegar el oído ya se va aprendiendo. Montes suelta verdades de la tauromaquia como cuando Ruiz Miguel se pone serio en la televisión. «Que no hay que tener prisa por dar pases, que se trata de torear bien»; incluso regala una greguería taurina salida desde cerca de donde Ramón Gómez de la Serna tenía su torreón: «La muleta tiene que peinar el suelo». Y el suelo va peinándose, efectivamente, con las muñecas más sueltas.
Verdad, como se ha comentado, que hay alumnos de todo el mundo. Y al cronista, que oye e intuye las franelas en las fragosidades del Retiro, el Pare le cuenta que tiene entrenando, aunque en el día de autos no pudo comparecer, a una bailarina de tango. De nombre Silvina, quiso fusionar los dos artes para mayor placer de Andrés Calamaro. En otro aparte, más tarde, orgulloso de sus pupilos, se vanagloria Montes: «Aquí hay chavales que los ves y parecen profesionales, y aquel de allí se lo está pensando». Jesús Montes sigue con sus lecciones, con esas frases que se le van marcando a fuego a los suyos, a todos ellos, con exquisitas formas. Quizá porque han aprendido lo necesario de «la liturgia y el respeto a quienes nos hemos jugado la vida». Y la vida, para conservarla haciendo arte, pasa por saber que «la muleta es el sexto dedo del torero», y que hay que respirar en los muletazos, que «no se torea debajo del agua».
Más a lo lejos, dos adolescentes, con el capote y los cuernos acariciando un árbol, ensayan el cómo acercar y alejar el toro al caballo. Nada le queda al azar al Pare en unas clases que no duran no más de hora y media. Lo justo.
Pero en ellas está la intensidad, y, como un resorte, si se pregunta a su alumnado por un torero, el que sale es Morante de la Puebla. La repregunta está clara: ¿Qué harían en el caso que el de La Puebla del Río los viera, casi a oscuras, en El Retiro? Diego Tebas, aparte la sorpresa, se «quedaría sin palabras» por lo «mitificado que lo tiene». Tanto que antes de acudir al entrenamiento se inspira con vídeos suyos. Felipe Fajardo le «pediría perdón» por estar «intentando hacer lo que él hace».
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Ya la noche se cierra. Los 'runners' pasan al lado, ajenos y pensando en lo que sea que piensen los 'runners' cuando ven a torerillos. Los alumnos/compañeros de El Pare dan las últimas boqueadas de arte de salón. Guardan los trastos. Ya el cronista se ha integrado en el grupo, y una voz infantil, en el medio silencio, pide a gritos al padre que le compre una muleta. El Pare se abraza a sí mismo, guarda los trastos, y pregunta si al reportero «le ha gustado».
Se le contesta con sinceridad, que es mandamiento de la Fiesta, y queda invitado a una becerrada. Se recogen los bártulos de la faena. Sus pupilos ponen todo el cuidado en dejar «la parcelita» tal y como estaba antes de ese entrenamiento que tanto les aporta.
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