El arte como cura, terapia y expiación psiquiátrica en Ciempozuelos
El centro hospitalario, desde 1876, es único en España en archivar casi 400 muestras de lo que se ha dado en llamar como «pintura psicológica»
El 'Ecce Homo' de Caravaggio ya está en el Museo del Prado
Madrid
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Iniciar sesiónEl Centro de San Juan de Dios de Ciempozuelos conserva un tesoro pictórico abierto al público, el realizado por los artistas y pacientes mentales que poblaron y pueblan este recinto sanitario al sur de Madrid. Artistas desde un principio que cayeron en ... la oscuridad, o artistas que se hicieron tales en la terapia, mostrando sus patologías al ojo bien entrenado; también sus momentos de euforia, sus reiteraciones obsesivas y sus entradas a su mundo interior.
Bajo visitas programadas, este archivo, que cumple desde 1996 con las recomendaciones del Ministerio de Cultura para evitar su pérdida o deterioro, es un patrimonio más de la laboriosa localidad del sur. Allá donde el centro está íntimamente relacionado con la localidad, a decir de vecinos y trabajadores.
Mucho se ha hablado, conforme la Historia del Arte y la Psicología se hacían más científicas, de los estados alterados de la creación y de la propia enfermedad exhibida entre colores o pinceladas.
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Habría que retrotraerse a los tanteos argumentales, a este respecto, de la Grecia clásica o del Romanticismo. Aunque todo son suposiciones de parte y reflexiones sobre el mito del artista atormentado. En realidad, el lienzo está ahí, mostrando u ocultando patologías diversas a los especialistas de una ciencia en desarrollo creciente.
Ese mismo ambiente artístico del Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos es el que les llega a los internos casi por ósmosis; ellos podrán exponer como sus antecesores. Algo de eso sucede con Domingo, interno en el centro más de veinte años, salmantino calmo de La Alberca, que enseña con cariño su obra a «mano alzada», sobre la mesa, con grafito marca Staedler. Su paisajismo redunda en visiones urbanas del románico, el gótico, de Madrid o Salamanca, que con el blanco y negro del lápiz adquieren otra dimensión. Esquinas ciudadanas, vacías, con las líneas perfectas que él fotocopia en cartón a «sesenta céntimos» en la copistería más cercana. Muy cerca, Ángel Campos Sepúlveda y Jorge Sanz Gallardo, trabajadores del centro, animan la labor dibujante de este hombre que cuenta sonriente que sus obras han llegado a la Casa del Rey.
Entre carpetas ordenadas, sobresale un retrato fotográfico de Felipe VI, al que no copiará al carboncillo, al grafito para ser más exactos, pero que tiene conservado en una imagen plastificada. El celo de esa imagen está claro: por «la ternura y la confianza» que le «despierta» el monarca.
En la media mañana hay un silencio creativo. En otra mesa, Augusto, colombiano de Bogotá, ya sin acento, muestra su versión de 'El grito' de Munch. En tres meses y medio que lleva en los talleres de pintura, ya ha firmado diez cuadros. Todo un portento creativo teniendo en cuenta que para desarrollar su arte tienen agendados tres días a la semana, «los lunes y los miércoles, de diez a una». Augusto se inscribe con timidez en la escuela de Munch: «Es la forma de pintar mía». La apropiación de un modelo y de una senda no es necesariamente mala; quizá su 'Munch' es más colorido y, acercando el tiro, bastante menos desaforado del original. De alguna manera ha suavizado el desequilibrio de la pintura original.
Ya, dentro del Archivo del Patrimonio Arte Psicológico, el único por su contenido de toda España (que llega hasta 1876), la pintura tocada de dramatismo campa a sus anchas. No sin antes atender a la apreciación del encargado del recinto, el hermano Calixto Plumed, que define, pese a apreciaciones más añejas, complejas y vagas, como «arte psicológico» lo que vemos. Y lo que vemos es el arte practicado por pintores que han topado con la enfermedad mental o por pacientes que han descubierto la creación como terapia, como expresión o como liberación.
El museo «que no es museo, sino archivo», sorprende por la iluminación, los espacios diáfanos, por las pegatinas explicativas. Pinturas de algún interno detallan el interior del cuerpo humano inspiradas por el referente de la láminas de Anatomía: L. Testut. Suena el nombre de Millá Expósito mientras prosigue una visita completa a todos los estados del alma, aquí, si acaso, más a la luz y en un ambiente atemporal.
El hermano Calixto se detiene ante cada obra: en lo pictórico y en lo patológico de un archivo con casi 400 piezas catalogadas. Con la delectación de la pupila bien entrenada. De A. Sanz Moreno, profesor de Dibujo, interno en el centro, hay documentos de su vida como hombre del corriente y, más allá, una cumplida muestra de la evolución de su forma de enfrentarse al lienzo. Primeramente, con un protagonismo de motivos reales en bodegones o en el paisajismo.
Un mundo que se va haciendo más oscuro a medida que la oscuridad va tiñendo su mente. Los colores, así, se vuelven más oscuros, se elimina el cromatismo y el deterioro irreversible de comprueba con sólo atender a ese ir deshaciéndose de las herramientas de su oficio, a la desmotivación más atroz que según el hermano Calixto lo conduce a pintar con lo que encuentra «incluso con palillos».
Ahí sobresale esa disfunción conocida como «despersonalización» en la que el autor es ajeno a lo corpóreo, que en su caso comienza en los diez últimos años de su vida. Cuando su estilo se torna más oscuro y principia su serie que la posteridad conocerá como sus «Pinturas negras». En su caso, más allá de lo visto en el lienzo, tal y como señala el catálogo del archivo, todo serán teorías que apenas afirman.
La joya de la corona para el hermano Calixto estriba en la «obra de González Rajel», «jerezano» del pasado siglo, que tuvo que ser ingresado por sus querencias dipsómanas. Este artista subió a Madrid, a la llamada del Madrid bohemio con el maldito equipaje de una psicosis maníaco-depresiva. El tormento de una vida queda en sus cuadros, tiznados todos ellos de elementos como la muerte, el suicidio, lo catastrófico. Reflejo de un mundo interior donde la crítica social y lo oscuro de la vida se materializan en lienzos marcados por la preferencia «esqueletomaquia», o el «arte de ver las cosas más allá de lo que alcanzan nuestros ojos». No hay espacio a la víscera, sólo al hueso.
Aquí, el hermano Calixto aventura que se adelanta a Dalí y muestra obras con la temática del Quijote reducido a mero fósforo cabalgante. El esqueleto como tal. Su simbología. Todo un equipaje espiritual depresivo en el que tienen cabida la lógica autodestrucción y una visión del mundo catastrófica ante la que suele quedar una dicotomía: o la expiación de los pecados o el suicidio.
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Más allá, González Rajel suele epatar a los visitantes con una versión muy sui géneris del retrato de Francisco de Goya de Vicente López, el que está en el Museo del Prado, y que González Rajel recrea con el hueso sobresaliendo al propio rostro del pintor aragonés. Un ejemplo más de ese modo de pintar que es la «esqueletomaquia».
Además, un cuchillo, en trazos raudos y sanguinolentos, parece amenazar al maestro de Fuendetodos. Quitando lo negro de su existencia, los hermanos Álvarez Quintero le dedicaron una coplilla por su boda: «Vaya la enhorabuena más colmada/ por su pronta y feliz calaverada./ Como dijo Rubén/ y acertó en eso,/ la mejor musa es.../ la de carne y hueso».
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