Antonio Escohotado, el filósofo de guardia
Gatos que fueron tigres
Era un verdadero explorador de las ideas que hizo de la palabra escrita su laboratorio y su legado
Azorín, la calma de la prisa
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Iniciar sesiónNació en Madrid un 5 de julio de 1941. La sierra fue el paisaje que le hizo mirar alto, hacia arriba. Quizá, por ese motivo, Antonio pasaba de todo lo que no fuera estimulante, especialmente en lo relativo a lo intelectual. Su cuna fue irremediablemente ... culta, su bisabuelo, Vicente, participó en 'La Gloriosa' y su abuelo, del mismo nombre, fue pionero en Galapagar en el estudio de Leyes. Su padre, Román, ganó el Cavia, y por eso se entiende que los libros y la cultura fueran el recreo de un joven Antonio, que en 1946 dejaría España por Brasil para entender la importancia de la Pachamama en todo uso de razón. Pocos años después, con apenas diez años, Antonio escribía fragmentos de la Historia del Pensamiento Occidental, de Bertrand Russell. El mundo de Escohotado giraba dentro de sí mismo, entre dudas, porqués, e ¿y si nos? No se conformaba con saber. Debía escudriñar los conceptos para entender el significado de cada duda, de cada puerta nueva que se abría como un chorro de sabiduría que iba engullendo como un niño de la posguerra, hambriento del concepto, de la raíz de cada dilema.
Quiso entender todo lo relacionado con el marxismo. Su corazón de veinteañero le pedía estudiar Filosofía, pero Román le convenció para terminar Leyes. Eso no fue impedimento para que se presentara voluntario en un bizarro viaje romántico como guerrillero del Vietcong contra los imperialistas americanos mientras desataba su pasión por Kant y Hegel y, al toque, dando la espalda al consumismo que arrasaba el mundo occidental como la ola de un tsunami. Si Robert Johnson firmó un pacto con el diablo para conocer el traste del rock´n roll, Escohotado, Escota, para los suyos, fue el que escribió las cláusulas del contrato. Profesor de universidad, filósofo de guardia y fundador del Amnesia de Ibiza, sabía más de drogas que el mismísimo ministro de Sanidad —lo cual, por otro lado, no era difícil—. A Escohotado lo escuchabas hablar de la cocaína como otros hablan del Rioja: con matices de bouquet, apuntes de historia y una bibliografía detrás que dejaba a media Real Academia temblando de provincianismo. Lo curioso de Escohotado no era tanto lo que decía, sino la manera de decirlo. Tenía una serenidad de notario jubilado que, en vez de firmar testamentos, recitaba a Hegel con un porro encendido. No levantaba la voz. Sabía que los que chillan lo hacen para tapar la ignorancia. Él, en cambio, te contaba las entrañas del capitalismo, la genealogía de las drogas o la definición de libertad mientras tú, pobre mortal, tratabas de recordar si ya era la hora de cenar.
Era un señor tan libre que molestaba, porque la libertad es un concepto soportable en un cartel electoral, pero insoportable en la práctica. Y Escohotado practicaba la libertad como otros hacen Pilates: con disciplina, sudor y una sonrisa socarrona. Para colmo, le dio por escribir enciclopedias sobre lo prohibido, que son las únicas enciclopedias que merece la pena abrir. No era un santo, ni falta que le hacía. Tenía más de tabernero ilustrado que de apóstol. Un hombre que se reía con malicia de los dogmáticos de cualquier bando, porque nada le daba más alergia que los absolutos. Y, en un país donde las etiquetas pesan más que los argumentos, Escohotado fue un verso suelto, de esos que hacen tropezar a los censores y arrancan la carcajada a los sinvergüenzas.
Fue un autor prolífico. Era un verdadero explorador de las ideas que hizo de la palabra escrita su laboratorio y su legado. A lo largo de sesenta años, Escota trazó una obra monumental que viajaba desde la experimentación personal hasta la investigación histórica. Siempre defendió que la mejor manera de conocer algo era metiéndose de lleno, pero siempre bajo un mismo hilo conductor: la búsqueda de libertad y la comprensión frente a los dogmas. Desde la 'Historia general de las drogas', una obra que recorrió milenios de relación entre la humanidad y las drogas, y 'Los enemigos del comercio', su obra más ambiciosa, Escota dejó miles de páginas escritas como el gran historiador de las ideas. Sus libros son crónicas en sí mismos, un mapa para navegar entre prohibiciones, prejuicios y una reivindicación permanente del conocimiento como arma para gestionar la libertad. Quizá necesitaría dos o tres páginas más para abordar la figura de un personaje tan único como irrepetible. Dejo en mis recuerdos varios tesoros que aprendí con él, y que me hacen terminar estas palabras con una mueca en la cara. De canalla, de genio, de figura y sobre todo, de persona libre.
Se fue desde Ibiza, donde vivió más feliz que en ningún otro sitio. Pero sin duda, Escota fue el gato más tigre que nos ha dado el pensamiento, la picardía, la filosofía y la generosidad.
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