cartas al alcalde
La Cervecería Alemana
Hemingway escribió en que allí compartió mesa y caña con «la mujer más bella del mundo»
Auge de Carabanchel
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Iniciar sesiónLa Cervecería Alemana es un templo añejo, pero puntero, de la caña y la tapa. Yo lo veo como la mejor gruta de la cenefa de locales concéntricos a la Plaza de Santa Ana, que es, ella sola, como la celebración del gran día ... de la terraza, sólo que todos los días, incluyendo las noches, obviamente. Ahora que el gentío se mata por pillar silla en una terraza, ahí tenemos la Cervecería Alemana, que no es terraza sino un interior de parado sosiego, con esa cosa de cueva fastuosa del tiempo detenido que tiene bar magnífico, acaso uno de los mejores y con vitola mayor de la ciudad.
La Plaza de Santa Ana, como otras plazas madrileñas, de mayor o menor órbita, fue en principio, hace décadas, una modesta placita de barrio, con sus niños de descuido, sus árboles de domingo, y su medio silencio de paseantes. Ya lo sabe usted, alcalde, que se ha descolgado, por rachas, a la remodelación del lugar. Incluso cuando ha habido ahí obras masivas, la Cervecería Alemana ha seguido fija y firme, abierta de ventanal contra la inclemencia de las reparaciones, cumpliendo de gran local de los que figuran en las guías de turismo, las guías tópicas y las otras, como local de «obligada visita». Y figura con todo mérito, alcalde.
Se abrió en marzo de 1904, de mano de unos industriales alemanes, y, en aquel principio, era sitio para consumir cerveza, exclusivamente. La decoración aún es hoy, en rigor, la misma, salvo que han desaparecido la chimenea prusiana, y un gran espejo bávaro que ahí hubo, según la hemeroteca competente. En 1924, un asturiano que vino a la conquista de Madrid, Ramón González Peláez, se hace cargo de la Alemana, y hasta hoy, porque es su familia quien ha ido llevando con pulso un local de la mejor estirpe del ocio fetén.
Ahí iba Hemingway, que escribió en la revista Life que en la Alemana compartió mesa y caña con «la mujer más bella del mundo», y Luis Miguel Dominguín. La mujer era Ava Gardner, que fue asidua del local, durante los quince años que vivió en España. Hay huella en el sitio de Valle Inclán, María Guerrero, o las sagas taurinas de los Dominguines o los Bienvenida. Un templo de caña insuperable y atmósfera intemporal.
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