Una carpa de alegría

Y escribo experiencia con premeditación, aunque también pudiera escribir obra, porque en 'Alegría' se ata la canción y la acrobacia, el talento y la técnica, el músculo y el encanto. Alegría es algo así como echar el talento del arte a volar, mientras suena una música en directo, con mucha apoteosis de metales, con mucho oro de entusiasmo, con mucha arborescencia de melodías. He visto otras obras anteriores de Cirque du Soleil, y hay en todas ellas una hermandad de maravilla donde los trapecistas bailan y los cantantes hacen malabares.

En 'Alegría' hay varios números estelares que se van eslabonando mediante estribillos de canción, o birlibirloques de mímicas. Es el estilo de la casa. Se trata de varios coros apabullantes de acróbatas, de varias ninfas que se mueven entre la gimnasia rítmica y la fantasía aérea, y de varios momentos de trapecios donde nunca se sabe dónde comienza la ensoñación, que es acaso un rodeo del riesgo.

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Lo de Cirque du Soleil es circo que se quiere música, música que se quiere acrobacia, pirueta que se desmadra en coreografía. Siempre hay una pirueta en el surrealismo y otra pirueta en el onirismo puro. Uno puede creer que ha sacado la entrada para un sueño, si va a 'Alegría', pero el sueño, en rigor, es la obra misma, que se está soñando todo el rato a la vista del público sorprendido.

Todo es un alboroto medidísimo donde se reúnen muchachas líricas como desmayos, apolos de malabar, y atletas de lo casi imposible. Más dos payasos españoles, que hablan sílabas de un idioma inventado. Es hermoso saber, alcalde, que tenemos de vecinos en Madrid por unas semanas a esta alegre tribu de artistas, jugando a la imaginación con un aro, o volando mientras llueve luz de todos los colores en una carpa que casi parece una mentira edificada con música. Casi con nostalgia desde aquí los recuerdo.