Camión de atasco

La calle Jorge Juan es una calle fastuosa y arrellanada que ahora vive reventona de muy buenas terrazas, donde los ejecutivos de farde almuerzan no de menú y los famosos quedan con otros famosos. Hay, en Jorge Juan, una cosa un poco nostálgica, un poco parisina, al caer la noche sobre sus tolderías, y hay otra cosa puramente madrileña, zona pijerío en vigor, durante el día, con los restaurantes muy atareados de aparcacoches y las rubias de postal entrando y saliendo de asadores finos donde las reservas se concretan con un mes de antelación. Pero no hay sitio de carga y descarga. Un camión es así un atasco.

Se le escapa a uno si conviene ir pautando las calles con estos respiros para el aparcamiento rápido de quienes vienen a servir desde un camión los comercios, pero convendría mirarlo ahí, en Jorge Juan, porque los restaurantes fetén necesitan cocacola o birras, y los camiones de servirla no saben dónde orillarse con garantías. Igual dirá usted, alcalde, que allá el camión de la bebida con sus conflictos, pero el camión de la bebida acaba echando el ancla en la zona, y en ese rato se colapsa la calle, y así la calle no es una arteria hermosa y desperezada sino un sostenido atasco en hora punta.

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He visto que la calle, en su mejor tramo, que es el tramo del que hablo, tiene un hilera importantísima de arbolado, y ese arbolado es un arbolado de antigüedad, que se alterna en fija aritmética con ejemplares de árboles jóvenes, o muy jóvenes. La acera amplia queda así muy amable para el vecindario de terrazas chulas, pero no hay unos metros donde pillar la orilla de carga y descarga. Urge.