Viaje mínimo a la herencia escondida del Madrid moro
Poco se ha venteado que la ciudad es la única capital de Europa fundada por musulmanes
En pleno conflicto con Marruecos hay que tener en cuenta un dato para ilustrar dónde estamos y de dónde venimos. La frontera del Tarajal está, de Madrid y en línea recta, a la misma distancia del Cabo Finisterre. Un dato kilométrico que tampoco ... es baladí, que ya sabemos que el fin del mundo y una de las dos Columnas de Hércules son equidistantes de la Puerta del Sol. Más allá de esta circunstancia geográfica existe otra verdad impepinable: Madrid se funda por musulmanes en el siglo IX , y los alauitas se anexionaron Tánger ya muy avanzado el XVII. La Historiografía no miente. Arrojarla torticeramente a la cara, ya es otra cuestión.
Noticias relacionadas
Con esa convicción, y sin apriorismos, hay que pasear por el Madrid andalusí, vulgo el Madrid moro , que está y que no está. Que está en cuanto una excavadora arrambla suelo en un aparcamiento y aparecen basamentos de torres albarranas, o cuando en ciertas esquinas de la Capital se abigarra el callejero para proteger al madrileño del sol africano. El que alumbra ahora hasta mitad de octubre.
Aguas abundantes
Aunque el Madrid andalusí no tiene la prestancia para el turista del Madrid de Cervantes , Lope y Quevedo , está ahí. Está desde el mismo topónimo, Mayerit, que significa en árabe algo así como lugar de aguas abundantes, hasta el emplazamiento primigenio, en lo que hoy es el Palacio de Oriente y donde el Emir de Córdoba, Mohamed I, situó un recinto defensivo para cuidarse de los cristianos del Norte. Y para cuidarse también de las veleidades de Toledo, que tenía algo más que celos del centralismo de Córdoba.
Eso es la Historia, más o menos, de la fundación de la Villa que desmonta eso de la creación de carpetanos que acogieron a griegos. Hay una pseudogreguería de Ramón que encierra en sí la propia esencia del pasado de la Capital: «Madrid es moro». Y Gómez de la Serna lo dijo así, simplificando y con aroma de ‘boutade’.
Si decimos que somos hijos de la Historia (perdón por la mayúscula), también lo somos de la leyenda y de los lemas. El de ‘gato’, que viene de aquellos primeros cristianos que subían la primera muralla de sílex escalando como felinos. O de ese lema de «Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son» que vuelve a referirse a eso: a la combustión de las flechas con la muralla de sílex y a que en el emplazamiento de Madrid, aparte de lo defensivo, primó el agua. A la que no abastecía un gran río, pero sí una multiplicidad de arroyos. La fama del recurso líquido en Madrid no es sólo orgullo de cerveceros, sino la razón de que estemos aquí y ahora.
Frente a la muralla
Vista la Historia hay que iniciar el paseo. Un paseo que situamos en el Parque del Emir Mohamed I , al lado de la famosa muralla, en una plaza que da a la cripta de la Almudena y que asemeja al patio de ablución de una mezquita posmoderna. Pero está ahí, y ahí se solean los ancianos y se arrullan las parejas.
Del parque al altozano del Alcázar, primera construcción defensiva, hay escasos metros y una cuesta agotadora. Todo, ya, está mezclado por esa manía del pasado de tender hacia el futuro sin respeto por la Arqueología. Que haya una atalaya islámica en el aparcamiento de la Plaza de Oriente es sintomático de esto que decimos. Y el Madrid islámico fue creciendo con sus arrabales. Los dos siglos hasta la ‘conquista’ por Alfonso VI (en realidad fue un pacto con el rey de Toledo) son bastantes años. Y entonces es cuando se produce ese fenómeno que da lugar al mudéjar. Y mudéjar canónico es la torre de la Iglesia de San Pedro el Viejo , donde Abdelaziz Allaouzi Abakkouy, responsable en Madrid de la Fundación Ibn Batutta, cuenta que su organización pretende recuperar el espíritu de convivencia que también se dio por estos pagos. Allaouzi mira a la torre, que conmemora la toma cristiana de Algeciras, y entre la fauna habitual del fin de semana rememora las artes constructivas y se reafirma en que la Historia enseña a «no generar brechas». De ahí el espíritu de su fundación.
El legado permanece
En pleno barrio de la Morería, donde los musulmanes practicaban su fe sometidos a Castilla, se sigue estando en un Madrid moro. Igual que en Córdoba había mozárabes. Ignacio Olagüe , célebre paleontólogo, enhebró una teoría según la cual los árabes nunca estuvieron en la Península y todo fue un proceso de asimilación cultural. Asimilación que, para el ojo bien entrenado, también se aprecia en Madrid. La Torre de los Lujanes , que es la quintaesencia de lo mudéjar y el legado aún permanente de los alarifes musulmanes.
Hagamos caso y cifremos Madrid en eso que avisaba Gómez de la Serna. Es moro. Es moro por su rastro/zoco , y por su legado y por los resabios de la estética neomudéjar que va de la Plaza de las Ventas a las Escuelas Aguirre, hoy cede de la Casa Árabe. Allí, junto al Retiro, se dan fiestas de copete y se sirve, tras las actividades culturales, la mejor cocina libanesa de la ciudad . La única capital de Europa fundada por los musulmanes.
En el fondo, el Madrid islámico es una excusa estudiada para redescubrir las cuatro esquinas cotidianas de la ciudad. Para hacer memoria histórica y tatuarnos el lema del frontispicio del Museo de Antropología : «Nosce te ipsum».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete