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Turistas atrapados por el coronavirus: «No podemos volar hasta dentro de un mes»

La alerta sanitaria ha dejado a decenas de visitantes foráneos sin posibilidad de retorno

Coronavirus en Madrid: últimas noticias y novedades de la crisis del Covid-19

Paola y Germán, turistas argentinos, en la plaza del Callao/ Vídeo: españoles atrapados en Perú piden ser repatriados IGNACIO GIL/ ATLAS
Aitor Santos Moya

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Dentro de una gran crisis subyacen miles de historias personales que no por su corta resonancia merecen dejar de ser contadas. Pequeños dramas detrás de cada esquina, en una ciudad a la que los días de aislamiento empiezan a pesarle como años. Madrid, abierta y acogedora, paraíso del turismo, de sus calles y sus bares –de la vida, en definitiva–, ya no huele a Madrid. La urbe, vacía hasta la extenuación, ha dejado de ser retratada. Los «selfies» han sido sustituidos por videollamadas grupales de amigos o familiares confinados en sus casas. Y en medio de la espiral nadie se acuerda de ellos: turistas a los que la tormenta perfecta les ha pillado sin paraguas, desnudos ante el doloroso devenir de los acontecimientos.

Tragedias invisibles en la magnitud de la pandemia como la de Paola y Germán, atrapados en la capital sin viaje de retorno a su Argentina natal. Al menos hasta el 17 de abril, primera fecha fijada por la compañía aérea con la que contrataron los pasajes para cruzar el Atlántico. La pareja, de 34 años cada uno, llegó a Madrid el 1 de marzo después de un pequeño recorrido por algunas de las principales ciudades de Europa. «Habíamos planeado acabar aquí para ver a unos amigos antes de volver», cuentan a este periódico tras ser abord ados a la salida del metro de Callao.

Con las maletas a rastras, tuercen el gesto cuestionados por su situación. «Todo iba bien, salíamos de tapas, nos divertíamos, era la primera vez que estábamos aquí y queríamos aprovecharlo al máximo», relatan bajo una tenue sonrisa que, casi sin querer, deja al descubierto el único atisbo de felicidad latente. El estado de alarma decretado por el Gobierno central truncó sus planes, trazados con un dinero que hoy falta. Su experiencia ha tornado en supervivencia. «Estábamos en un hotel pero se acabó la plata», prosiguen camino de su siguiente parada: «Vamos a quedarnos en casa de un amigo que vive en la plaza de los Mostenses».

Improvisados «apátridas», confiesan que aún les queda una bala para regresar en plena alerta sanitaria. Una bala de 550 pesos más impuestos, que al cambio «vendrían a ser unos 700 euros». «Que quede claro que los vuelos a los que permite la entrada nuestro Gobierno para rescatar a sus ciudadanos no son vuelos de repatriación», protesta Germán, consciente de que las únicas aerolíneas que pueden cubrir el trayecto son las argentinas. Con la cartera, literalmente, rota, su única salida es «hincharle las pelotas a la Cancillería», asevera Paola.

Psicóloga, ella, y dueño de una pequeña fábrica, él, esperan con cautela lograr un final feliz. «Yo soy autónoma, por lo que todos los días que pase aquí de más juegan en mi contra», corta Paola, al tiempo que Germán le pide no acercarse mucho. «En Argentina han cerrado las fronteras y han suspendido la actividad escolar, por lo que estaremos aislados un tiempo», subrayan, convencidos de que, por encima de todo lo que están viviendo, lo más importante es que España y el resto del mundo supere la epidemia.

Desde China, «de visita»

En el otro extremo se encuentra Chen, un joven veinteañero recién llegado de China. Ataviado con una mascarilla, reconoce haber viajado de visita, pese a la crisis del coronavirus. Es consciente de que la ruta realizada en el suburbano desde el aeropuerto de Barajas hasta el centro de Madrid no podrá volver a hacerla hasta nueva orden. «Me preocupa un poco», advierte en un escueto español. La resignación en su cara se acentúa cuando reconoce que no podrá salir del hotel.

Luis (venezolano), recién llegado a Madrid, donde reside I. GIL

A Luis, en cambio, la crisis no le pilla por sorpresa. Este venezolano de 25 años llegó hace cuatro a la capital para continuar sus estudios de teatro. Antes, en su país, tuvo que recluirse un mes debido a la gripe porcina. «Pero sacaron la vacuna rápido y por suerte no duró mucho», explica. Sin temor aparente, revela que acaba de venir de Sevilla, donde ha pasado la última semana en casa de un amigo: «Vivo muy cerca de Gran Vía y por eso estoy aquí». Ahora, con la escuela cerrada, buscará, como todos, nuevos propósitos con los que matar el tiempo. Nada más ponerse en marcha, dos policías le paran a la entrada de Preciados. «Voy a casa», justifica. Una casa, precisamente, a la que otros no pueden volver.

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