Viaje al interior de las sociedades ‘discretas’ de Madrid

La Gran Peña, por ejemplo, es exquisitamente discreta . Discreta es su entrada en el número 2 de la Gran Vía y discreta es la placa que cuenta al madrileño errabundo que Eduardo Gambra Sanz y Antonio de Zumárraga fueron sus constructores allá por el 15 del siglo pasado, casi cuando la Gran Vía echaba a andar. Los orígenes de la Gran Peña están en el Café Suizo , donde militares y civiles, allá por 1869, daban carta de oficialidad y hacían eso que nos privó el Covid: la tertulia. Y también el estamento de la nobleza, quizá por eso hay una tradición no escrita que consiste en que su presidente sea noble de sangre. Una escalinata da acceso a la parte solo para socios, que lo son tras tres firmas de veteranos con más de cinco años de membresía, CV adjunto, alguna probable alegación, un comité de admisiones y de ahí a la Junta Directiva.

Por eso tiene algo de exploración acceder a su escalinata con un grabado de los socios asesinados en la Guerra, o pasear por su sala de los billares, donde refulgen el verde de tres mesas de este deporte: una americana y una francesa. O pasear por la barra acolchada del bar , donde Florentino ha de servir cócteles frente a un lienzo que hicieron a medias Benlliure y Llaneces . Que por cierto, Benlliure es también protagonista de este reportaje y volverá a salir.

Y sale cuando en la ruta por la Gran Peña el intruso penetra en el Salón Primo de Rivera (por Fernando, muerto en el desastre del Monte Arruit y recordado por una escultura, cómo no, de Benlliure). Luego está el comedor, de alguna manera presidido por una sopera de plata que la Gran Peña regaló a Alfonso XIII por sus bodas y que éste devolvió por sentirse pleno miembro de la Gran Peña (anótese que Presidente de Honor es todo Rey de España).

Son detalles poco conocidos, como la chimenea que se trajo del primigenio Café Suizo. Una biblioteca oval donada por Fernández Durán y otra principal con doble planta y detalles morunos cobijan, además, su gran legado bibliográfico. Un lienzo de Ferrer-Dalmau que representa a Diego de León cargando y un cartón de tapiz donde se adivina la mano de Rubens completan un patrimonio inopinado en plena Gran Ví a. Guardan relaciones con clubes hermanos del mundo, y tienen sitio en Las Ventas al lado del Palco de Autoridades. De la Gran Peña dicen que es «más aristocrático que plutocrático» , y por eso en su composición figuran a la par militares, políticos y diplomáticos. A las 13.00 horas empieza la vida en un lugar donde histórica y actualmente sus miembros sólo han sido hombres.

De la Gran Peña al Real Casino de Madrid hay un breve paseo. Y formas diversas de entender el concepto de club. Su presidente, Rafael Orbe Corsini, es muy consciente de los tiempos que corren y de la labor de su institución de «responder a las demandas de la época, como desde su fundación en 1836». Trata, en sus palabras, de «formar parte de esa sociedad civil tan necesaria». La cédula de Real, algo que sorprenderá, data del 8 de marzo de 2021, y lo que muchos no saben es que cuenta con una piscina contracorriente y un gimnasio «puntero» . Aparte del cultivo de la mente, el viajante por estas plantas no tan conocidas de Madrid se topa con una biblioteca con 37.000 volúmenes y una biblioteca gótica con fichas como las de antes (se clasifica en digital y analógico) y rematadas por dragones de metal, por aquello de los fuegos. Es la planta del conde de Malladas. Y el tour sigue, entre bocetos de lámparas que son puro arte y que están expuestas como tal . Y esculturas del cordobés Mateo Inurria, clasificadas y con su QR explicativo por aquello en lo que nos insiste su presidente, que «el Casino no se quede en el hardware Alcalá 15 (sus paredes) y que el software sirva a Madrid y a España».

Bajo el Salón Real está el del Príncipe, y en el Real unos tapices/trampantojos hablan de un programa iconográfico que iba a hacer Sorolla y que los socios cambiaron por otro que firmaron Emilio Salas y Cecilio Pla y que remite a la Arcadia . Bajo ellos un piano Steinway de gran cola, de los pocos que hay en el mundo con sus teclas de marfil.Al fondo la imagen de Felipe VI y sobre él, lo que será una placa conmemorando cuando el Casino se hizo Real. Ayer mismo.

Hay tres bares exclusivos para socios, y una rara joya de la corona: una ruleta con caballos en lugar de números que «pesa lo mismo que un coche». El Casino sí ha tenido un nomadismo más acendrado , seis sedes desde 1836. Hasta la actual, que data del 1910. Para ser socio, pese a que «cada día hay actos» abiertos que pueden solaparse, es necesario que la candidatura la presenten dos miembros y que éstos, a su vez, pasen «una entrevista personal por un Comité de Admisión». En cualquier caso, su presidente se enorgullece del pasado y del presente y de que no «hayamos visto una mota de polvo» en toda la visita. También los toros están presentes para el ojo curioso; entregan su premio en San Isidro y en la sala de reuniones parecen tenerle devoción a un ‘Torito’, obra de Bonheur y que remite indefectiblemente a Teruel. Saliendo del casino nos insisten en que su o rigen está más en una de las acepciones de la RAE , la de «sociedad de recreo», que en el propio concepto de lugar de juegos de azar.

La Capital, aparte de las estatuas, tiene zonas discretas, tamizadas por la luz del sol, donde también se ha jugado la Historia de España . No son ni mucho menos zonas de sombra, son lugares donde se ha decidido que la evasión, la tertulia, el pensamiento o el mero disfrute no aparezca en el archiconocido itinerario de las guías. Es un Madrid discreto del que poco se sabe porque, coinciden, algunos de sus miembros, también «uno tiene derecho a estar con quienes quiera , donde quiera, sin tener que dar explicaciones al Lucero del Alba». Es el origen del club como tal, del que Madrid va sobrado .