«Si se puede teletrabajar desde la selva, se puede hacer desde la sierra de Madrid»
Con la pandemia muchos descubrieron las bondades del teletrabajo y la tranquilidad de los pueblos rurales, lejos de las grandes urbes. ¿Es posible combinar ambas realidades ahora que la normalidad se empieza a imponer?
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Iniciar sesiónRecuerda Martín Fleischer que antes de asentarse en Puebla de la Sierra, una pequeña aldea situada a 110 kilómetros al norte de Madrid, apenas había 63 personas empadronadas. «Cuando nosotros llegamos, hace más de dos años, de golpe entramos cinco, todos menores de cuarenta ... años. Yo, aunque vengo de Uruguay, tengo familia alemana y me empadroné como alemán, otro como suizo… Encima lo hicimos mucho más diverso. Ahora seremos unos 70 habitantes».
Martín habla mientras toma un refresco en la terraza de El Refugio, el centro de coworking que junto a su socio Agustín abrió en junio del año pasado, en plena pandemia, y que en unos pocos meses se ha convertido en el centro neurálgico del pueblo. Durante la conversación algunos vecinos se acercan a comprar el pan, dos niños piden en otra mesa el desayuno del día, tortitas, y al finalizar el pleno del Ayuntamiento, situado justo enfrente, los concejales se juntan a tomar un café.
«Lo primero que hicimos fue abrir el bar, lo que nos empezó a dar unos ingresos fijos que íbamos reinvirtiendo para arreglar humedades, paredes comprar material… Cuando ganamos el concurso para desarrollar nuestro proyecto en este local tuvimos que reformarlo todo. El edificio estaba arruinado. El Ayuntamiento nos apoyó con el mobiliario y nosotros, con la ayuda de voluntarios, arreglamos el comedor y las paredes, lijamos la madera… ¡Los obreros no querían venir al pueblo! En octubre, porque era nuestro objetivo y por la demanda, por fin pusimos en marcha el coworking», relata.
«El coliving no consiste en habilitar una zona con wifi. Eso lo hacen algunos hoteles y casas rurales que están pervirtiendo el concepto. Nosotros queremos ofrecer un espacio de comunidad»
En las salas habilitadas para el teletrabajo hay espacio para unas cincuenta personas. Cuenta con una cocina propia, una sala para videollamadas y unas vistas a la sierra que bien podrían confundirse con el horizonte de las villas norteñas más cotizadas. Hay quienes le encuentran parecido incluso con la Tierra Media que imaginó Tolkien, y fundaron la ‘Comunidad del Anillo’ para practicar senderismo en las rutas de la sierra. El puerto de la Puebla, con un asfalto muy cuidado, es un caramelo para los sufridos aficionados al ciclismo.
«El coliving no consiste en habilitar una zona con wifi. Eso lo hacen algunos hoteles y casas rurales que están pervirtiendo el concepto. Nosotros queremos ofrecer un espacio de comunidad, que se genere un intercambio de ideas y sinergias, generar vínculos. Tratamos de poner en contacto a nuestros clientes con otras personas con quienes puedan cooperar. Ponemos en relación a un abanico de emprendedores que pueden ayudarse. En octubre llegamos a tener a 23 personas teletrabajando. En diciembre tuvimos a una ‘copywriter’ y dos productores audiovisuales, y generaron una relación profesional».
La idea, explica Martín, le empezó a rondar cuando en 2011, dedicándose al marketing de una empresa farmacéutica, tenía que teletrabajar durante sus viajes a Estados Unidos o Europa. Con el tiempo terminó cayendo en Asia con un grupo de jóvenes que se movieron por ‘colivings’ de Indonesia, Malasia o Tailandia. El día que su novia, natural de Puebla de la Sierra, lo llamó para decirle que el mesón del pueblo quedaba vacío, se dijo a sí mismo: «Si se puede teletrabajar desde la selva, se puede hacer desde la sierra de Madrid».
Volvió a España y, junto a su socio, dio forma a El Refugio. Ahora son doce personas trabajando: dos cocineros venezolanos, una camarera también venezolana, un suizo, una chica española-alemana… La osadía les está saliendo bien. Pandemia mediante, tienen beneficios desde el segundo trimestre. Martín recuerda que cuando el Gobierno abrió las puertas de las casas españolas, después de tres meses sin poder salir más que para lo esencial, llegaron a pisar el local hasta 3.000 personas en un día: «Una locura. En nuestras proyecciones más optimistas calculamos un máximo de 500».
En los meses de vacaciones, el perfil del cliente de este establecimiento tiene más que ver con el turismo rural o los que vuelven al pueblo a veranear que con el nómada digital que quiere hacer uso del ‘coliving’. Hoy solo pillamos trabajando a Paula Romo , una madrileña de 39 años que ha cambiado Lavapiés por Puebla. «En Madrid me molesta el ruido, la gente, el turismo», dice. «Está también el cansancio laboral, darme cuenta de que vivo como una mileurista veinteañera, el precio prohibitivo de los alquileres…». Ha venido a Puebla como un paso intermedio, a probar unos días antes de abandonar la ciudad y lanzarse al vacío. «Pero llevo muy mal la soledad», dice, «no tengo a mi pareja, ni a mis amigos, ni a mi madre… No sé si voy a ser capaz de irme a un pueblo tan pequeño».
La situación ideal, añade, sería poder teletrabajar, para su empresa o por su cuenta, desde un lugar que le permita escapar de todo aquello de Madrid que ya no soporta más. «Pero claro, no es tan fácil, yo me dedico al marketing digital y aquí no hay nada para dedicarse a ello». Ahora puede teletrabajar desde su casa de Madrid, pero debe ir a la oficina de manera presencial unos días a la semana. Durante el confinamiento, recuerda, el teletrabajo significó jornadas de hasta quince horas sin parar: «Me dieron dos ataques de ansiedad. No se puede estar todo el día conectado».
Una encuesta elaborada por Istas-CCOO y la Universitat Autònoma de Barcelona reveló que más de la mitad de los españoles percibieron un empeoramiento de su estado de salud durante la pandemia y que el riesgo de sufrir problemas de salud mental supera el 60 por ciento. Otra encuesta de EAE Business School apunta que el 70 por ciento de los empleados creen que la opción del trabajo online va a perdurar como un modalidad más. Más de la mitad piensan, además, que el teletrabajo ayuda a mejorar su calidad de vida y que aumenta su autonomía como empleado.
«En un sector como el mío –dice Paula– yo no veo necesario el trabajo presencial. Aquí noto que soy más productiva». Antes de acercarse a El Refugio, Paula llamó a Coceder para ver más opciones. Se trata de una ONG de ámbito estatal que desde hace más de treinta años trabaja por el desarrollo social del medio rural. «En 2018 pusimos en marcha el programa ‘Volver al pueblo’», explica Juan Manuel Polentinos , director gerente: «Creamos un banco de recursos con viviendas, tierras, negocios y ofertas de trabajo. La vivienda y la inserción laboral son esenciales para ir al medio rural. Cuando peinamos el mercado de la vivienda, nos dimos cuenta de que aunque muchos están vacíos, apenas hay inmuebles disponibles. Hace falta poner en marcha planes de vivienda».
En este tiempo, más de 6.500 personas se han puesto en contacto con ellos para acogerse al programa. La inmensa mayoría, el 81 por ciento, viven en España, concretamente en capitales urbanas como Madrid, Barcelona, Alicante, Málaga o Sevilla. «Es fundamentalmente gente que tiene problemas con la vivienda, por el tamaño o por el precio», explica Polentinos. En total han sido cien las personas que han terminado por atreverse a probar en la España vacía, donde se han reciclado como panaderos, camareros o trabajadores del campo.
Diana Gutiérrez , de 45 años, se marchó de Tenerife con su marido y su hijo a una parroquia de Orense con 100 habitantes. «Hemos tenido mucha suerte. Aquí hemos encontrado una casa enorme, de casi 400 metros, y pagamos 400 euros de alquiler. Mi marido es panadero-pastelero y ha encontrado trabajo en una panadería. A mí el alcalde me dio una referencia para un trabajo pero tuve que dejarlo por los horarios», dice Diana.
«Buscábamos tener calidad de vida, dedicarnos a nuestro hijo y no estar todo el día trabajando. Pero no es fácil. El pueblo no tiene fontaneros, ni electricistas. Las casas se están cayendo. Se necesita relevo generacional en los oficios».
Roland Alexander , de 39 años, también se acogió al programa de Coceder, pero con distinta suerte. Salió de Venezuela junto a su mujer y sus tres hijos y, tras varios meses sin encontrar trabajo, les salió una oportunidad en Villar de Barrio, también en Orense. «El alcalde nos ofreció un trabajo para los dos y una vivienda en alquiler. Conmigo cumplió. Yo trabajo como soldador en una empresa de carpintería. Pero con mi mujer no ha cumplido. Gano un sueldo mínimo y con tres niños vamos bastante justos». Ahora están pensando en mudarse de nuevo, en volver a la ciudad, donde ella pueda trabajar.
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