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El séptimo arte regresa a Cercedilla 30 años después

El Teatro Montalvo, protegido por Patrimonio, reabre sus puertas para proyectar cine de autor

Exterior del renovado Teatro Montalvo, en Cercedilla GUILLERMO NAVARRO
Carlota Barcala

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Alfredo Montalvo tiene 95 años, pero todavía cuenta con la frescura y vitalidad para poder recordar. Echa la vista atrás y, con nostalgia, habla de lo que fue su infancia. Y del sueño de su familia: construir un cine en, por aquel entonces, un remoto pueblo de la sierra de Madrid. «Todo el dinero que mi padre ganaba lo invertía en el terreno. Lo primero que compró, en los años treinta, fueron cuatro vagones de ladrillos, que cargaba en camioneta desde la estación de Cercedilla», rememora el anciano. Su padre, constructor, levantó con sus propias manos el Teatro Montalvo, uno de los primeros cines de la Comunidad de Madrid . Tras 30 años cerrado ayer volvió a abrir sus puertas con la proyección de la película de autor «Villa Touma».

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«Lo que trabajamos todos allí... Las butacas de segunda mano las trajimos de una sala de proyección de Murcia. ¡ 60.000 pesetas nos costaron!», dice Alfredo, como si no hubiese pasado el tiempo. La gente comenzó a llamar al lugar «Coliseo» . No solo veían las películas. En el Montalvo había lugar también para la música y los juegos. Se convirtió en el centro cultural de un pueblo que ahora tiene 6.000 habitantes, pero que perdió el séptimo arte. «Aquí estuvo Juanito Valderrama, Dolores Abril... ¿La primera película? “Flecha rota”. Pueden pasar muchos años que eso nunca se me va a olvidar», asegura con la voz entrecortada.

Patio de butacas del Teatro Montalvo GUILLERMO NAVARRO

Entrar al teatro es reencontrarse con la historia y vivir un paralelismo entre lo que consiguió la familia de Alfredo y lo que ahora, tras tres décadas, ha logrado la compañía Le Corps d’Ulan. «No hay lugares deshabitados. Hay lugares poco imaginados» , se lee en la rampa de acceso. Eso pensaron David y Cecilia cuando se encontraron el inmueble. Necesitaban un lugar para ensayar, para crear sus obras y, por casualidad, dieron con este rincón de Madrid. «Tenía que ser nuestro, por el entorno, la decoración... Por todo lo que evoca», cuenta David Julián, nuevo propietario. Él, su mujer y los socios de la compañía se arrojaron al vacío para revivir el edificio . Sin apoyo institucional y llenos de deudas, David tiene claro que volvería a hacerlo: «Compensa totalmente».

«Nos encontramos un gallinero, un sitio en ruinas que había que reconstruir . Era casi como un espacio bombardeado», relata Cecilia, mujer de David y también propietaria. El edificio está protegido por la Ley Transitoria de Patrimonio y sujeto al régimen de protección que afecta a los Bienes de Interés Patrimonial. «Tuvimos que r espetar el espacio y la estructur a tal cual. La fachada había que dejarla intacta. Eso complicó el proceso», cuenta. Las dificultades merecieron la pena. Le Corps d’Ulan ha conseguido mantener el espíritu del teatro que fue otrora. Las taquillas, por ejemplo, se conservan como entonces; las entradas siguen siendo como las antiguas y las butacas, aunque tapizadas, son las mismas que Alfredo y su padre compraron en Murcia. « Ahora es más moderno , pero verlo todo renovado es una alegría», dice Alfredo, que con su cara de entusiasmo da la aprobación a la nueva familia que ya conforma el Montalvo. La remodelación también les ha dejado a los nuevos dueños las escenas más bonitas: «Encontramos a una pareja de ancianos haciéndose fotos en el anfiteatro. Nos explicaron que aquí se habían dado su primer beso. Vinieron con los nietos a verlo». Ellos han conseguido no solo crear un nuevo espacio cultural , sino despertar los recuerdos de un pueblo y una generación.

José Luis, David y Cecilia, integrantes de Le Corps d’Ulan (en segunda fila) posan en las butacas del teatro acompañados por los primeros propietarios: Lucila, Alfredo Montalvo y sus hijas GUILLERMO NAVARRO

Cuando el padre de Alfredo murió, lo heredaron sus hermanos, que se esforzaron por mantenerlo. «Había familias que compraban 20 entradas del tirón. Pero claro, llegó la tele y los cines pequeños se hundieron », relata el nonagenario. La familia lo vendió y no tuvo una buena experiencia con el propietario. El cine desapareció y el «Coliseo» quedó en un total estado de abandono. Hasta que el 4 de julio del año pasado David y Cecilia firmaron el contrato de compraventa. «Yerma» fue la primera obra que acogieron las tablas que conforman el escenario tras la reapertura, en enero. «También formamos una escuela de artes escénicas y de danza. Ahora, por fin, recuperaremos el cine, que fue para lo que este teatro se levantó», cuenta Cecilia, expectante por la respuesta que recibirán del público. Hace 80 años, tenía 600 butacas y se llenaba . La vida y la cultura, ojalá, inunden de nuevo lo que un día fue el templo de la gran pantalla.

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