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Cartas al alcalde

El radar

Hay una flotilla de dispositivos en la ciudad que han salido muy alegres y muy canallitas y multan incluso el desliz por circular a 72 kilómetros hora en lugar de a 70

Efe
Ángel Antonio Herrera

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Ahora que ya estamos de vuelta a la poesía del atasco , que tanto gusta a la Presidenta, creo yo que procede un paseo de reflexión sobre el radar, alcalde, el radar, sí, ese radar que se oculta por ahí multiplicado, para que el vehículo no se desbride. Uno lo que aprecia, y con este cronista una cuota alta de pasajeros , es que en la ciudad hay varios puntos donde el radar se aparece con más vocación recaudatoria que voluntad preventiva.

Quiero decir que hay muchos tramos en la ciudad donde se obliga a no circular más allá de los setenta kilómetros por hora, mayormente túneles , pero esa limitación de velocidad es contradictoria, porque abarca breves zonas donde el paso común se arbitra en torno a los cien kilómetros a la hora. Eso, y tantos sitios donde la limitación se coloca a los cuarenta kilómetros, e incluso a los treinta , que son a menudo dos cifras de difícil cumplimiento, porque resultan exigencias de alguna curva, o de alguna cuesta, y poner casi al ralentí el coche, ahí, de pronto, entraña más riesgo circulatorio que anticipación precautoria.

No va uno a decir, alcalde, que no hay que limitar la velocidad ahí donde proceda, por riesgos obvios, o comprobados, pero hay una flotilla de radares en la ciudad que han salido muy alegres, y muy belicosos, y muy canallitas, y multan incluso el desliz. Porque resulta que hay conductores de prudencia sostenida que reciben multas cuando circularon a 72 kilómetros a la hora, en algunos metros de la M-30, donde se prescriben los 70, de límite, o bien cuando enfilaron una avenida a 32 kilómetros, donde se aconsejan los 30 kilómetros a la hora.

Estas delicadezas de algunos radares, alcalde, son un enojo constante del peatón que de pronto coge el coche, un peatón que somos todos, porque una cosa es ir deprisa, o vulnerar las reglas circulatorias, y otra cosa es conducir bajo la obediencia sin librarte de cien euro s de penalización, a cada rato, porque el radar es que afina mucho. El radar, alcalde, también tiene que aflojar el acelerador.

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