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El quiosquero de las crisis

Ni la pandemia ni Filomena han podido con este punto de venta en San Blas, que asiste al barrio a prueba de inclemencias

Alberto Pastrana, entre la intensa nevada y sus expositores GUILLERMO NAVARRO
Érika Montañés

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Una vida de tormentas y tempestades ha visto en el quiosco. Pero un año de pandemia y nevada histórica es demasiado hasta para él. En realidad, tampoco es demasiado, porque Alberto Pastrana, madrileño de 50 años, no sucumbe ante nada. Del barrio de San Blas de cuna, ahora viaja de madrugada los 21 kilómetros que separan Mejorada hasta la capital sorteando hielos y más de un «balanceo» y abre el puesto de venta como hace cada día desde los 14 años. Va una vida.

Por eso, Ángel, Carmen y el resto de los clientes que se acercan hoy a este quiosco, anejo a la parroquia de Virgen de la Oliva, no se extrañan de verle extender las alas del establecimiento. Solo por enfermedad grave o muerte de algún familiar ha fallado a la cita de todos los días, pero ni durante las olas del Covid ni el tsunami de Filomena, alguien ha podido con su afán. Sigue a rajatabla lo de «si vis pacem, para bellum» (si quieres la paz, prepara la guerra»). Y lo prepara, aunque reconoce que el pasado lunes el quiosco estaba sepultado por la nieve. «Soy autónomo. Hoy tengo que abrir porque vendo lotería de El Niño y la gente como Ángel vienen a cambiarla. No puedo fallar», concede.

Su responsabilidad es hiperbólica. «He quedado con el repartidor de periódicos unos 500-600 metros más allá, hacia el polígono de Emilio Muñoz, porque el hielo no dejaba paso. Con tres paquetes, y la pala que pesa como un mazo, se ha hecho muy complicado, más de lo que parece». A simple vista, el caminito que ha abierto a la entrada del puesto, y la limpieza como una patena del área donde se abren los expositores del quiosco, parecen despejar de dificultades a la clientela, que se acerca como todo el mundo estos días en Madrid caminando como «pingüinos». Pasitos cortos, uno tras otro. Se aproxima una pareja de octogenarios. Puede que mayores. «Da mucha pena -confiesa Alberto, y se humedecen sus ojos oscuros-. Ayer la señora iba con el papel higiénico en una mano y con la otra apenas podía agarrarse. Vinieron a buscar su periódico y el señor cargaba con el resto de la compra. Iban resbalando. No pasó nada grave, pero da lástima ver a los clientes pasándolo tan mal». Al alba, Madrid es una pista de patinaje.

Alberto, que en muchas ocasiones durante la pandemia se ha visto «como el psicólogo del barrio», ejerce como tal. A un viejecito, que no oye bien, él sabe que le tiene que gestualizar con la mano abierta que son «6 euros» el cambio de la lotería. A otro, que solo quiere una revista, le tiene que señalar cuál es la de esta semana porque no ve con claridad la fecha. «Llevo muchos años, todo el mundo me conoce (prueba de ello es que las personas que aguardan en fila en estos momentos le saludan de ida y vuelta con un cariñoso “Alberto, dame lo mío”) y te cuentan sus cosas. Los ancianos, sobre todo, lo han pasado muy mal en la pandemia. Algunos lo único que tenían es el rato de charla conmigo». Otros vecinos, recuerda Alberto, de nuevo emocionado, los padres de familia de un barrio obrero y muy poblado, se acercaban con sus hijos durante los primeros paseos de abril para «comprar golosinas, o como tengo juguetes, pues era lo único que esos niños se podían permitir como un lujo esos días». Aciagos días. «Periódicos no se venden mucho -bromea al informador-. Hay que sobrevivir con la venta de lo que sea».

Esta mañana, un grupo del centro de menas que atiende Cruz Roja en San Blas, se están bregando contra las placas de hielo que se dibujan aún en la calle Zaldívar. Un chico se acerca, y a pesar del trabajo intenso que ha hecho Alberto con su pala, limpia los laterales. Todavía no se camina sin poner cuatro ojos en cada paso, pero el joven se gana «10 eurillos» que le entrega Alberto, «con gusto».

Hay pocos como él que sobrevivan en Madrid. De marzo a septiembre de 2020 clausuraron 29 puntos, un 10% del total, con una caída de ventas del 50%. La gente le llama «valiente» todo el tiempo . «Me han visto nacer aquí. Ellos son fieles. Yo tengo que serlo mientras el cuerpo aguante; y además, es que no me puedo permitir hacer otra cosa». Hoy vuelve a abrir el quiosco de todas las crisis.

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