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El pino de la cadena

He pasado mis vacaciones en Guipúzcoa. Hace ya cuarenta años que lo hago y no cambiaría esto por nada. Puede ser la fuerza de la costumbre, la tradición, mi mujer y sus antepasados, los hijos, los nietos... Puede ser todo eso, y seguro que, en buena medida, lo es, pero hay mucho más. Estos veraneos alejados del mundanal ruido y de los saraos sociales son maravillosos. El mar, el sol y las nubes, que se complementan sabiamente para dejar claro que esto no es el Caribe ni es Benidorm. Los días de playa y los de monte: el Aitz Gorri, las Peñas de Aia, el Txindoki, el Ernio... Y aquí mismo, al lado de Deba, el Arno o el Andutx y, puestos a andar, el camino hasta Zumaia por la playa de Sakoneta...

Todos estos horizontes naturales y humanos forman ya parte de «mi» Guipúzcoa, dándole al posesivo la fuerza que le atribuía Unamuno, ese vasco universal. Aquí me siento en mi casa, tan paisano del lugar, tan dentro de él como lo pueda estar cualquiera y nadie me podrá arrebatar estos sentimientos y esta pertenencia. Tan cerca estoy de estos paisajes como lo puedo estar de los de «mi» Sierra de Guadarrama, a la que tantos vascos han considerado también como suya. Y es que no sé muy bien si es el paisaje el que se apodera de nosotros, de nuestros sueños y ambiciones, o somos nosotros los que le damos al paisaje una sensibilidad particular, una huella personal e intransferible... Lo cierto es que, ya seamos vascos, madrileños o segovianos, las montañas no provocan sentimientos tan universales como ancestrales, al tiempo que se alimenta nuestra propia historia personal, la que nos individualiza.

Al caminante que sube por el valle que va desde Cercedilla hasta el Puerto de Navacerrada, no le costará trabajo descubrir, a menos de un cuarto de hora de la pradera de Las Cortes, un hermoso pino que está rodeado en su base por una cadena con esta inscripción: «A su querida memoria 1840-1924». Es conocido como «el pino de la cadena» y se sabe que está dedicado a Don Nicolás Urgoiti Galarreta nacido, y pienso que también muerto, en el pueblo guipuzcoano de Oñate ; se sabe también que quien libro al pino de la subasta y mandó hacer la cadena para perpetuar la memoria de su padre fue su hijo Nicolás Urgoiti Achucarro.

Fue Urgoiti uno de esos empresarios vascos que contribuyeron decisivamente a la modernización industrial de España. Creador y director durante muchos años de la Papelera Española, amigo y colaborador de Ortega, fundó los Diarios El Sol y La Tarde, y mantuvo una intensa actividad política e intelectual. Cabe pensar que conoció los montes guipuzcoanos de la mano de su padre, no lejos de Oñate están las famosas campas de Urbía desde las que se accede a algunas de las cumbres más altas de la provincia, y fue quizás esa afición temprana por la naturaleza la que le llevó más tarde al Guadarrama. Sea como fuere, el hecho es que Urgoiti tenía una casita en la Sierra, Nicotoki, cerca de El Ventorrillo, y que gustaba de dar largos paseos por el monte. Fue en uno de aquellos paseos cuando le comunicaron la muerte de su padre; estaba sentado, según se dice, a la sombra del pino que quiso dedicar «a su querida memoria». Eso ocurrió hace ochenta y ocho años; el pino ha ido creciendo y, cada cierto tiempo, se abre el candado para dejar paso a un nuevo eslabón.

Esta es una bonita historia guadarrameña. La muerte nos vuelve sentimentales, en el buen sentido de la palabra que diría Machado, en el sentido profundo; nos saca, casi siempre, emociones verdaderas, incontaminadas. La cadena que puso el hijo Urgoiti alrededor del pino pudiera resultar, ciertamente, un símbolo equívoco para quienes no conozcan la historia que hay detrás. Pero el sentimiento que la motivó es inequívoco, real como la vida y la muerte mismas, y, por ello, emocionante. Los eslabones se van abriendo cada año, va aumentando la longitud de la cadena. Me pregunto ¿Qué era y que sentía Urgoiti cuando decidió dejar esta huella simbólica en nuestra querida Sierra de Guadarrama? Lo mismo que los canteros vascos que trabajaron en El Escorial sentían como suyos los lugares a los que dieron nombre: Navarrulaque, Mendigorria... Urgoiti hizo suyo aquel pino, aquel monte, aquel paisaje. Su querida Guipúzcoa, a la que yo, en mis veranos, he hecho también mía, estaba allí, en memoria de su padre.

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