Pasos de devoción y pasión
Las iglesias madrileñas ya huelen a incienso. A sus puertas ya se escuchan los pregones, las marchas procesionales, el ir y venir de los hermanos y cofrades que preparan al detalle el gran ceremonial de las procesiones de la Semana Santa. El trabajo se acumula, ... pero la alegría y la ilusión no merman.
Es el caso de Alfonso, que ha dejado por un rato su trabajo de conserje en el Barrio del Pilar para asistir al ensayo del paso de Jesús del Gran Poder en la plaza del Conde de Barajas. Lleva ya cuatro fines de semana saliendo junto a más de cincuenta compañeros con el paso a cuestas por las estrechas calles que rodean al convento de las Carboneras, donde todos los años guardan la estructura de madera junto a los hierros que les sirven para los ensayos. Alfonso tiene 56 años y es un costalero experimentado. Hace cuatro que no falta a la cita, a la que también se ha sumado su hijo Rubén, de 26, y que procesiona en la misma trabajadera que él. «Esto hay que vivirlo y sentirlo. Es algo especial por las sensaciones que se experimentan», afirma. Ir debajo del paso es sobre todo una cuestión de equipo y de confianza, ya que «no se ve nada», y la única guía con la que cuentan los costaleros es la voz del capataz y del contraguía.
«El sentimiento que rompe»
«No ves nada, pero sientes el murmullo y el llanto de la gente, del sentimiento que rompe», afirma Manuel, quien junto a Alfonso, se jacta de pertenecer también a ese selecto y escaso grupo de los veteranos. Con dos menos que Alfonso, confiesa que para salir en procesión «hay que estar un poco loco». Y es que cada costalero carga con algo más de 30 kilos, por eso para evitar lesiones en la cerviz, deben ser sustituidos varias veces a lo largo del extenso recorrido, que no suele durar nunca menos de tres horas.
Entre las filas de los costaleros sólo una cosa hay en común: «La fe de llevar a su Cristo», afirma Eduardo Pompa, el capataz, ya que todos los estratos sociales y edades tienen su sitio debajo del paso. «La procesión -explica- es como una droga. Al año siguiente siempre quieres repetir y siempre te preguntas ¿llegaré? Y siempre se llega y se pasa todo muy rápido».
Tan peculiar ensayo atrae, además de los turistas que aprovechan el buen tiempo que se vive por estos días en Madrid para pasear y disfrutar al aire libre, al resto de los miembros de la Hermandad. Entre ellas, Zita, la diputada de culto, que ha decidido aprovechar, junto a su hermana, la buena tarde de sol para animar a los costaleros. «Es un trabajo muy laborioso y también el más callado y anónimo de toda la procesión», apunta esta mujer, que lleva algo más de 46 años en esta hermandad, conocida popularmente como la de los Andaluces, ya que saca en procesión a las dos advocaciones fundamentales de Sevilla: el Cristo del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza Macarena. Al respecto asegura que «pese a que la Virgen tiene mucha devoción, la explosión se da en la calle a diferencia del Señor, que se da más en la capilla», que ocupa en la Colegiata de San Isidro.
La bienvenida a los nuevo s
Todos los años, además de los tradicionales ensayos con los pasos, las hermandades celebran otros ritos o ceremonias como el quinario-rezo del rosario durante cinco días- o la función principal -en la que renuevan su fidelidad a las reglas-; pero quizás el que viven con más cariño es el de la imposición de las medallas, es decir, la fiesta de bienvenida a los nuevos miembros de la Hermandad. La de los Andaluces está de parabienes este año. A sus 1.200 miembros se han sumado esta Semana Santa 42, entre ellos, tres niños que no llegan a los 2 años. Alfonso, su abuelo y contraguía del paso del Cristo del Gran Poder, asegura que «todos en la familia son miembros de la Hermandad y no hay ninguna razón para que la cosa no siga igual». Salvador, con apenas 13 años, también ha recibido estos días de las manos del párroco la medalla que lo incorpora a tan distinguida cofradía. Hace tiempo que soñaba con formar parte y, por fin, se ha convertido en una realidad. «Lo estoy viviendo con mucho nerviosismo, con mucha intensidad -asegura momentos antes de la ceremonia en la Colegiata de San Isidro-. Me quise hacer de la Hermandad cuando vi a la Virgen por primera vez y me cerró los ojos. Lo tomé como una señal para hacerme hermano».
El entusiasmo no es menor en las salas parroquiales contiguas a Los Jerónimos, donde los miembros de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias, conocida como la de los Gitanos, reparten entre torrijas y una buena taza de café -que nunca faltan gracias a la generosidad de Pilar, ex diputada de caridad-, los sitios y los enseres que portará cada hermano en la estación de Penitencia de esta Semana Santa.
Familia, amistad y caridad
El murmullo puede oírse hasta las puertas de la histórica parroquia, conocida como la Iglesia de los Reyes. «Cogemos dos autobuses para poder llegar hasta aquí y no faltamos nunca, así llueva o nieve», dicen a coro Carmen y María Dolores, cuya devoción al Gitano les hace parecer más corto la hora de viaje que tienen desde Villa Rosa hasta pleno barrio de la Academia.
La Hermandad significa, ante todo familia, amistad y caridad cristiana. Allí nunca falta un alimento o un abrigo que ofrecer al más necesitado y, más ahora, cuando la crisis aprieta. Todos los martes, una docena de mujeres preparan y atienden a todos los que acuden a las puertas de este templo. Además, el 10 por ciento del dinero que entra en la Hermandad se destina a proyectos u obras de caridad, explica Antonio Gregorio Aguilar, teniente hermano mayor. Este porcentaje no es nada menor si se tiene en cuenta que estas cofradías no reciben ningún tipo de subvención ni dinero por parte de las respectivas diócesis. Todo el esfuerzo económico que supone sacar a su imagen en procesión, mantener las valiosas piezas que se utilizan durante el cortejo -varas y candelabros de plata, bocinas, vestimenta de las tallas, decoración del paso...- y el resto de actividades que realizan durante todo el año corren a cargo de los hermanos. A simple vista, el fervor puede parecer fanatismo o simple folclore, pero basta dejarse llevar un rato por tanta devoción para ver florecer la fe de estos madrileños.
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