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El partido que paró la Guerra Civil

Se cumplen 80 años de la «tregua del Manzanares», cuando republicanos y nacionales festejaron juntos en la Casa de Campo

El campo de fútbol en el que se vivió la confraternización, en la Casa de Campo JOSÉ RAMÓN LADRA

POR PEDRO CORRAL

El lugar es hoy escenario de apasionantes duelos futbolísticos los fines de semana. Centenares de corredores y ciclistas pasan también junto a esta explanada rodeada por grandes pinos, al lado de la M-30 y el Puente de los Franceses. Muchos seguramente desconocen que allí se produjo uno de los sucesos más conmovedores de la Guerra Civil , cuando aún no se había cumplido un año de contienda: españoles obligados a ser enemigos encarnizados decidieron dejar de serlo, al menos por una hora, ante la cólera de sus mandos.

El 1 de junio de 1937, hace ochenta años, la explanada era la tierra de nadie entre la Colonia del Manzanares, guarnecida por los defensores republicanos de Madrid, y la tapia de la Casa de Campo, detrás de la cual se parapetaban los sitiadores franquistas. Aquel punto del madrileño frente del Puente de los Franceses se convertiría en protagonista de un episodio insólito , pero no por inusual, puesto que se dio muy a menudo en todos los frentes a lo largo del conflicto, a pesar de estar tajantemente prohibido y castigado como deserción ante el enemigo, lo que podía acarrear la pena de muerte. En el lenguaje de las trincheras, a las confraternizaciones se les bautizó como «hacer una paella».

El acto de confraternización del 1 de junio de 1937, a orillas del Manzanares, es uno de los más numerosos de un episodio que se repitió en todos los frentes de la Guerra Civil

Lo que hace este hecho realmente inaudito es, en primer lugar, el escenario: el Puente de los Franceses, donde apenas seis meses antes se había forjado la leyenda del «¡No pasarán!» con los durísimos combates que impidieron la entrada de los franquistas en la capital de España en noviembre de 1936. Y, en segundo lugar, es extraordinario por el número de sus protagonistas: cuatrocientos combatientes de uno y otro bando, incluidos oficiales, que se encontraron en un campo de fútbol para abrazarse, conversar y beber y fumar juntos ante la mirada atónita de sus respectivos mandos.

A las dos de la tarde de aquel día primaveral, los responsables de los puestos de observación de la 11.ª División franquista y la 6.ª División republicana no daban crédito a lo que veían su ojos: decenas de soldados de sus respectivas trincheras salían de sus posiciones, aprovisionados de periódicos, tabaco y botellas de licor, para dirigirse al encuentro de sus enemigos sin la más mínima actitud combativa, sino todo lo contrario.

Mapa de la 6ª División republicana sobre posiciones en la Casa de Campo

Así lo relataba el mayor Alipio Díez , jefe de la 4.ª Brigada Mixta, en el parte que ese mismo día envió al alto mando republicano para denunciar el episodio protagonizado por sus hombres: «Aproximadamente a las 14 horas de hoy se recibió aviso telefónico de esa División de que desde el Puesto de observación de la misma se veían a nuestros soldados saltar de sus trincheras y avanzar hacia el campo enemigo a la vez que aquel efectuaba igual operación dirigiéndose a nuestras líneas y que al encontrarse se abrazaban, formando corrillos y conversaban entre sí».

Cuatrocientos combatientes

La iniciativa había partido de tres dinamiteros, los cabos Ángel Carrillo Ramírez y Eustaquio Giménez Palomares y el soldado Fernando Cordero Marín , que la noche anterior, a voces entre unas y otras trincheras, habían propuesto un intercambio de prensa a los franquistas.

«El primero en saltar el parapeto en dirección al campo enemigo –declaró un teniente republicano, Amador Rodríguez – fue un dinamitero que sacando un pañuelo blanco hizo señales al adversario, el que le contestó de igual forma, saliendo ambos al centro del referido campo de fútbol y clavando en un círculo hecho en el suelo el cuchillo del primero y machete del segundo, poniéndose a conversar amigablemente, y después poco a poco fueron saliendo de sus parapetos, tanto de unos como de los otros, gran cantidad de hombres que se unieron formando grupos».

Los primeros efectivos republicanos que fueron al encuentro amistoso del enemigo pertenecían a la cuarta compañía del primer batallón de la 4.ª Brigada, desplegada en la posición La Pasarela, en el subsector de la Florida, pero se les sumaron también de otras compañías, hasta llegar a doscientos. Esos actos de confraternización llegaron a incluir partidos de fútbol, y aunque este caso se produjo en un campo de fútbol no hay confirmación de que se jugara.

Transcripción del interrogatorio al capitán republicano Salas Lirola por el acto de confraternización en la Casa de Campo

El jefe de esta unidad republicana, el capitán Jesús Salas Lirola , almeriense de 37 años, militar profesional, participó en la confraternización, estrechando la mano de un capitán y un alférez enemigos en las posiciones franquistas. La sorpresa del capitán Salas Lirola fue mayúscula al advertir que el alférez había sido compañero suyo en África, en la guarnición de Larache, antes de la guerra.

«Hoy en este frente somos todos hermanos, bebiendo una botella de cognac con los camaradas que tan buenos son», escribió a su novia un soldado franquista protagonista del encuentro

El capitán franquista ofreció coñac, cerveza y puros al capitán republicano en la puerta de su chabola, junto a la posición de «Firmes Especiales». Según la declaración de Salas Lirola al instructor del expediente abierto por el mando, que se conserva hoy en el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, el capitán enemigo le aseguró «que era una pena que siendo todos españoles, nos estuviéramos matando unos a otros» y «que se fijara en la emoción que se había apoderado del personal de ambos bandos al verse reunidos».

Del encuentro entre ambos capitanes fue testigo un sargento de una batería antitanque republicana, José Nicolás , que le preguntó a Salas Lirola si aquello era un complot, a lo que su capitán le respondió: «No te preocupes, ya todos somos españoles». Según el sargento Nicolás, el diálogo entre los oficiales tuvo un solo contenido: «El tema de la conversación fue exclusivamente España».

Por parte franquista, intervinieron en ese acto de concordia doscientos combatientes de la 11.º División. En concreto, según la documentación republicana , se trataba de efectivos de un batallón denominado «Zaragoza», aunque la división nacional desplegada en la Casa de Campo no contaba con una unidad de tal nombre, y de un tabor de Larache.

La escena alcanzó tales proporciones que motivó que acudieran urgentemente al lugar el mismísimo jefe de la 6.ª División republicana, el teniente coronel Carlos Romero , junto con los comandantes de batallón Eugenio Franquelo y Roberto Gutiérrez de Rubalcava , que conminaron a voces a sus hombres a volver a sus posiciones. Por parte franquista, un comandante hizo lo propio asomado a la tapia de la Casa de Campo.

Abrazos y besos

El comisario político de la 6.ª División, Isidro Hernández Tortosa , llegó también al lugar de los hechos. Su declaración es muy explícita acerca de su reacción ante lo que vio: «Rápidamente llegamos allá y pudimos comprobar el caso bochornoso de que ambos bandos se abrazaban y se besaban». Lo sorprendente es que las mismas fuerzas se habían tiroteado con saña el día anterior. Durante la confraternización, unos y otros se hicieron promesas «de no tirar más».

Cuatrocientos combatientes abandonaron sus respectivas posiciones para abrazarse y besarse y olvidarse de la guerra en la que estaban obligados a matarse

Varios oficiales republicanos salieron al campo de fútbol para hacer regresar a sus tropas a las trincheras, pero con poco éxito. Apenas consiguieron convencer a unos pocos, mientras el resto seguía manteniendo «conversaciones amistosas» con el enemigo. Preguntado uno de ellos, el teniente Virgilio Chapín , por el juez instructor si oyó «algún grito o viva subversivo» durante la confraternización, respondió que «solo oyó vivas a la República y palabras de afecto cambiadas entre los soldados de ambos bandos combatientes».

El capitán Salas Lirola afirmó que también hizo intentos para que sus hombres volvieran a sus posiciones, pero reconoció que no tenía autoridad suficiente sobre los doscientos efectivos que confraternizaron. Su compañía fue inmediatamente relevada de las posiciones del Puente de los Franceses. Salas Lirola fue detenido ese mismo día y sometido a juicio sumarísimo . Se le condenó a dos años de cárcel por negligencia, falta de carácter y por incumplimiento de órdenes de sus superiores.

Entre los papeles de la causa abierta por la justicia militar republicana por este episodio, se conserva una nota que uno de los soldados franquistas entregó a otro del Ejército Popular para que se la hiciera llegar a su novia, que residía en el pueblo barcelonés de Cardona, en la retaguardia republicana. La nota, evidentemente, no llegó nunca a su destinataria: «Querida Rosa: Hoy en este frente somos todos hermanos, bebiendo una botella de cognac con los camaradas que tan buenos son. Espero vernos pronto. Abrazos. José Gómez».

Pedro Corral es periodista y experto en la Guerra Civil. Este espisodio es rescatado en su libro «Desertores» (Almuzara).

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