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El Palentino, el último clásico de Malasaña, cierra el jueves tras la muerte de su propietario

Álex de la Iglesia se inspiró en una vivencia ocurrida en este establecimiento de Malasaña para rodar «El Bar»

Las flores y velas que los parroquianos pusieron en la verja del Palentino, en Malasaña, tras la muerte del propietario MAYA BALANYÀ

EFE

El emblemático bar de Malasaña El Palentino echará el cierre de forma definitiva el próximo jueves después de que en el pasado mes de febrero muriese uno de sus propietarios, Casto Herrezuelo y su otra dueña, Loli, haya decidido no continuar en solitario con el negocio. Así lo ha adelantado hoy Público y lo ha confirmado a Efe Loli, cuñada de Herrezuelo que gestionó junto a este el bar tras la muerte de su marido, hermano de Casto.

«No me queda otra», explica Loli, que a los 67 años confiesa que ya tenía pensado jubilarse, un plan que ha acelerado la muerte de su cuñado, llorada por los parroquianos de este tradicional bar el pasado 22 de febrero, cuando al anuncio del fallecimiento en el cierre metálico se le unieron carteles y velas en su recuerdo.

Con barra metálica y situado en la calle del Pez, este es el último bar tradicional que queda en el barrio, según subraya a Efe Loli, que no planea nada especial para el adiós definitivo. «Bastante despedida van a hacer los chavales jóvenes», asegura, y agradece el apoyo recibido por parte de una juventud que «se ha portado de maravilla» y que ha intentado convencerle de que no cerrase.

Una opción que no ha sido posible porque en solitario no puede llevar el bar y los hijos de Casto trabajan en otras profesiones y tampoco pueden ayudarle, según detalla. «Todo tiene su fin, es una pena», añade la propietaria de este establecimiento repleto de gente cada fin de semana y que inspiró «El bar», de Alex de la Iglesia .

El cineasta explicó a Efe la idea de guión que tuvo junto a Jorge Guerricaechevarría, precisamente a raíz de una vivencia en este bar. «Estábamos en El Palentino y de pronto entró un pobre que estaba durmiendo entre cartones. Entró desesperado, creo que sobre todo aterido de frío por haber dormido toda la noche fuera, pegando gritos y con intención de matarnos a todos» y «como pequeños cobardes de la pradera». Entonces, se metieron debajo de la mesa, mientras la dueña del bar, Loli, «se levantó, le cruzó la cara, le sentó, le dio una copa de aguardiente y le tranquilizó».

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