De nómadas y albergues inhóspitos: por qué es imposible erradicar el chabolismo en Madrid
En la capital existen una docena de asentamientos cuyos inquilinos rechazan la red de acogida municipal
El Ayuntamiento ha desmantelado este año 208 infraviviendas, pero muchas regresan a los mismos puntos
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Iniciar sesiónUna hora después del amanecer, el cielo gris oculta la luz de un día frío. El atasco de hora punta en la M-30 se calma y, junto a uno de los puentes que sobrevuelan la autopista, encajada entre dos carreteras, María sacude la ropa. ... Acaba de despertarse. Tarda unos segundos en recogerse la melena con destreza en un pañuelo. Sonríe y enseña una dentadura agujereada con piezas de oro. Su pareja, Cristian, todavía está en la chabola vistiéndose. «Aquí, mucho frío», reconoce, en un precario castellano, e insta al hombre en su lengua materna a darse prisa. El termómetro marca 5ºC y el reloj poco más de las nueve cuando los dos parten para pedir limosna y salvar la jornada. Es su modo de vida .
Los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid no pueden cambiar la realidad de María y Cristian. La pareja parece rondar la cuarentena, aunque quizá la calle ha añadido madurez a sus rostros. Viven en el asentamiento chabolista del puente de Costa Rica desde hace dos años y cada cinco o seis meses regresan a Bucarest. En unas semanas volverán a casa por Navidad. «¿Ayuda? ¿Comida? No, una chica vino el otro día y nos dio. Nosotros, chatarra, pedir», dice María. Los efectivos de Samur Social los visitan cada miércoles, pero ellos rechazan cualquier alojamiento.
En el pedazo de terreno a varios metros de la plaza de José María Soler hay ocho chabolas, iglús construidos con retazos de telas, plásticos, cartones, madera, y apuntalados con sombrillas y piedras. Después de que María y Cristian se marchen, Iashar, de 51 años, se despereza. Su hijo de 18 años, sentado en el colchón que comparten, asoma la cabeza sobre la tabla de madera que hace las veces de puerta, tan abrigado como su padre. Los dos rumanos se han dedicado en los últimos tres años a recoger chatarra y dormir al lado de la M-30. «En el albergue no puedes estar» , comenta Iashar. A pesar de las noches gélidas, tampoco quieren la acogida municipal, sino encontrar trabajo y tramitar sus papeles.
«No se consideran personas sin hogar», explica por teléfono la jefa del departamento de atención al sinhogarismo de Samur Social, Yolanda García. Los 18 equipos de calle del Ayuntamiento se encargan de rastrear la capital en busca de estos asentamientos para atender a sus inquilinos y estudiar sus posibilidades de realojo. Sin embargo, «muchos de ellos muestran resistencia y hay que trabajar desde la vinculación y el apoyo», señala García. Según la última memoria del Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social, que recoge los datos de 2018, los equipos de calle realizaron 55.671 intervenciones y atendieron a 1.331 personas. Solo el 18 por ciento, 245 de ellas, aceptaron alojarse en las pensiones municipales.
Entre los que prefieren sus infraviviendas, García distingue dos perfiles. Por un lado, quienes suelen ser víctimas de alguna adicción y sufren un mayor deterioro a la intemperie. Y por otro, gente como Iashar, María y Cristian. «Tienen esa mirada más nómada, son más desconfiados de los recursos públicos», puntualiza García. Más de la mitad de las personas sin hogar de la ciudad son extranjeros, la mayoría, de nacionalidad rumana, de acuerdo con el último recuento de Samur Social, que también data de 2018 y contabilizó 650 personas viviendo en la calle y 234 en asentamientos. La cifra apenas ha variado en la última década.
El mapa del chabolismo en Madrid es difuso, aunque omnipresente. García no sabe decir los datos actuales. «Es difícil. ¿Qué se considera un asentamiento? ¿El que está formado por cinco o por diez personas? ¿Veinte? No solo hay que definir el número, sino la tipología de personas», señala. Con todo, desde el año 2008 el Consistorio aplica la Instrucción para la prevención y erradicación de asentamientos ilegales y derriba las chabolas por ocupar el suelo, sobre todo, de uso público. En 2020, el Servicio de Disciplina Urbanística (que depende del Área de Desarrollo Urbano) demolió 101 infraviviendas en varios distritos; entre enero y octubre de este año, ha desmantelado 208 chabolas . Las últimas, el 29 de octubre, en el mismo lugar de Villaverde que ya habían barrido el mes anterior. De acuerdo a estos informes, existen al menos una docena de asentamientos en la capital y muchos recurrentes, como el del puente de Costa Rica, las inmediaciones de la estación de Chamartín o las construcciones de la Cañada Real.
Una segunda oportunidad
Jesús G., de 42 años, es uno de los que regresó bajo su puente, en el parque de la Bombilla, tiempo después del desalojo. La primera vez que se quedó en la calle, por un cóctel de paro, problemas con la cocaína y discusiones familiares, fue en 2007. Tras sobrevivir a una espiral de entrada y salida del sinhogarismo , el pasado julio cumplió tres años bajo un techo. De escayola, no de hierro. Desde su piso, al sur de Villaverde, se ven a lo lejos los cuatro rascacielos de Madrid. La cocina tiene una barra americana y el salón una estantería con clásicos de la literatura, como Dickens o Kafka. Jesús se los pidió a un amigo que vendía los tomos. «Yo hace mucho que no leo, desde que me quedé en la calle ya...», y sacude la cabeza. «Cuando tienes un hogar, cambia todo, es un mundo diferente».
Jesús pertenece a ese primer perfil descrito por García, el que arrastra una trayectoria de pérdidas y adicciones. «Suelen ser personas con mucho deterioro, la mejor respuesta es el programa de ‘housing first’ », apunta la trabajadora social. Y así cambió la suerte de Jesús, en el verano de 2017, con una de las habituales visitas del equipo de calle del Samur Social. Pero en esa ocasión pidieron, a él y a sus compañeros bajo el puente, que rellenasen un papel. Era un sorteo de 77 viviendas, una alternativa de alojamiento que nació en Estados Unidos en la década de los 90 y que regaló a Jesús una segunda oportunidad.
Bajo alfombras y colchas
En un costado del parque de la Bombilla, debajo de una pasarela de hierro que cruza las vías del tren, se suceden tres tiendas de campaña improvisadas a partir de alfombras, mantas y colchas. Un tren pasa de repente y deja su estela de chirrido metálico. El primero del día, a las seis de la mañana, era el despertador de Jesús. En las noches invernales el vaho se transformaba en gotitas que empapaban las mantas; en verano el hierro caliente del puente creaba una atmósfera asfixiante en su pequeño refugio. Muchas veces el botellón no le dejaba dormir. Pero acudir a la red municipal no era una opción, más allá del comedor de San Isidro, cerca del parque. « El albergue era como si viviéramos en un manicomio simulado , era una locura. Y te trataban como si fueras un niño pequeño», recuerda.
El piso de Jesús —primero estuvo en Carabanchel, y en unas semanas se muda a Puente de Vallecas— es una de las 175 viviendas del proyecto ‘housing first’ del Ayuntamiento, que este año ha sumado un centenar de plazas. Son la puerta de reentrada en la sociedad. «Para salir de la calle no tienes que estar yendo a comedores, tienes que tener ducha, un aseo, para entrar en el mundo laboral. También está el tema psicológico, yo he estado debajo de un puente y no sabía qué me iba a pasar, si iban a prenderme fuego o qué», rememora Jesús. Ahora puede ir tranquilo a las entrevistas de trabajo. Mientras no tenga empleo, los servicios sociales le dan 30 euros semanales para sus gastos básicos y, cuando tenga ingresos, el 30 por ciento irá destinado a pagar el alquiler . La asistente social acude una vez a la semana y el casero del piso una vez al mes. Un día, al principio, Jesús se disculpó con la asistenta: «Perdona, que no he limpiado la cocina». «Oye, que es tu casa», respondió ella.
Jesús ha invitado a un amigo a dormir muchas veces, uno de sus excompañeros en el parque de la Bombilla. «Cuando te buscas la vida con alguien, se vuelve tu hermano», afirma. De sus días en la calle también se llevó otra amiga, Mirla, una gata que cuidó desde cachorrita y que ahora tiene 11 años. De vez en cuando vuelve al parque a verla. La felina, y otros sin techo, siguen ahí. Con la campaña del frío en ciernes, el Samur Social contará con 412 plazas extra de alojamiento , que se añaden a las 1.017 de la red. Aún así, los asentamientos y sus inquilinos continuarán desperdigados por Madrid.
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