«No me arrepiento de ordenar muertes. Ser narco es vocacional»
ABC habla con la líder de una de las ‘oficinas de cobros’ de la región, hija de un ‘hombre’ de Pablo Escobar
«En Madrid hay muchas de estas bandas, pero de la vieja guardia quedan pocos», asegura esta colombiana
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Iniciar sesiónClaudia (nombre ficticio) tiene 44 años y es madre soltera de tres hijos. Llegar hasta ella no ha sido tarea fácil. Ha habido que mover muchos hilos, conversaciones telefónicas (tiene varios móviles) e intermediarios hasta conseguir su testimonio . Insiste en un encuentro en ... un bar, quiere ver con quién habla. A quién le cuenta la historia de su vida (o parte de ella). Es desconfiada al máximo, aún está bajo la lupa policial. Tras concertar varias fechas y horas, que hay que cambiar por distintas razones, la entrevista se alarga durante alrededor de 45 minutos. Resulta lógico que no se preste a ser fotografiada. Dice que entiende nuestro trabajo. No intenta que lo hagamos con el suyo, pero sí explicar, al menos, cómo ha llegado hasta aquí.
Es experta en estética y rezuma simpatía (aunque ella no lo crea) y tiene ese acento dulce colombiano. Incluso a ratos se muestra tímida. Sin embargo, es dureza de carácter. Férrea en sus planteamientos. Inamovible en sus 'principios', aunque acarreen el peor final para cualquiera que se cruce en su camino .
Pero asegura que solo empezó a ser un poco más sociable desde hace cinco años. Cuando dio un giro en su vida. Un cambio, bien es cierto, relativo. Porque sigue dedicándose a lo que mejor se le da: el narcotráfico . De hecho, es una de las mujeres más poderosas de este negocio en Madrid, ciudad a la que llegó hace 20 años de su Cali natal. No quiere especificar a cuántas personas ha matado, aunque sí reconoce que ha ordenado el asesinato de varias. Sin enumerarlas. Eso sí, tiene clara su declaración de intenciones: «No me considero sicaria, porque, más que matar, he ordenado matar. Este trabajo a veces lleva a matar a alguien. No me arrepiento de nada de lo que he hecho, el narcotráfico es algo que me gusta. Para mí es algo vocacional, como para ti el periodismo. Así que no me arrepiento de haber ordenado muertes. En este negocio no hay sentimientos, tampoco de culpa. Cuando alguien se mete en esto, sabe que tiene consecuencias, y las consecuencias son las que son. En mi forma de ser no cabe el cargo de conciencia. Ni tampoco el miedo».
Cuando atiende a ABC, se muestra orgullosa de su estatus, conseguido, dice, en «un mundo muy machista» : «El papel de una mujer era muy complicado, porque en ese mundo no nos dejan entrar, solo lo hacen para labores de transporte [de droga] o para acostarse. Cuando llegué aquí, me favoreció mi forma de ser, por ser muy independiente y muy antipática. En cuanto al carácter, soy un hombre completo».
Tanto es así, que, cuando le preguntamos por lo más difícil de su trabajo, no duda: «Lo más complicado en el narcotráfico no era nada. Es algo que llevo en mí, que me gusta, que sé hacer, no puedo dejarlo. Cuando decidí cambiar mi vida y hacer un curso de estética, me costó mucho tratar con mujeres. Nunca he tenido amistades con mujeres . He llorado mucho para llegar a conocerlas. No entendía por qué cuchicheaban, sus conversaciones… Son muy contadas las mujeres con las que puedo tener trato».
Claudia prácticamente nació narco. Su padre trabajó para Pablo Escobar y es la menor de cuatro hermanos, que también se dedican a lo mismo. «Vengo de una familia de narcotraficantes, de los de la generación de los años 80. Era la época de las maletas verdes, que traían de EE.UU. llenas de dinero. Nos cambiaban de un lado a otro. Empecé muy joven, en Colombia, con 17 o 18 años. Trabajábamos con la oficina del Valle del Norte. Allí también tenía negocios propios legales, como un taller para tunear coches», nos cuenta. «Lo veía natural porque siempre había vivido ese mundo. Lo que más hacía entonces era mover el dinero y hacía caletas [escondites para la droga] en los coches», rememora.
«Lo último es asesinar»
Años después, cuando tenía 24, por motivos personales se vino a nuestro país. «Me encanta España, me tratan muy bien. Y me cuesta más trabajar en Colombia». Ha estado empleada en locutorios, restaurantes y peluquerías en la capital. Ahora no está ‘pluriempleada’, se dedica a lo ‘suyo’: «En la actualidad, no dependo de nadie. Soy autónoma en mis decisiones».
Durante la larga conversación con Claudia, pasa a menudo de hablar en pasado a hacerlo en presente, y viceversa. En España ha trabajado controlando «a los chicos que hacían los cobros». «Mandaba sobre varias personas. He trabajado con mi propia oficina de cobros, organización y logística , ‘hacía’ mi propia mercancía. Sé perfectamente cómo hay que enviar un contenedor [con cientos de kilos de cocaína] para acá». Ese es su trabajo actual.
Sobre los ajustes de cuentas , nos hace un esbozo de cómo se realizan. «Lo que se hace depende del método. Unas personas acuerdan el pago y los porcentajes que se llevan», dependiendo del trabajo y de la víctima. Dice que «lo último es asesinar».
«Se deciden los métodos para presionar a los que viven en España: investigar bien a la familia que reside en Colombia y presionarla, porque es el lado más débil para la gente. Se les dejan notas amenazantes, números de teléfono de Colombia para que llamen allí... Se les mete presión, se les llama, se les busca... Aquí matan y ‘amarran’ [secuestran], pero se tiende más a amenazar . Aquí la gente no va tan de frente, porque es mucho más peligroso y caro utilizar a un sicario en España. En este país, la Policía tiene mucho más control. En Colombia, matar a alguien sale por 1.000 euros. Aquí cuesta 30.000, 40.000 o 50.000, dependiendo del dinero que deba y del personaje», especifica.
«Los del Este trabajan bien»
Preguntamos, poniendo de ejemplo el asesinato del narco Leónidas Vargas (conocido como ‘El Patrón’ o el ‘Viejo’), a tiros mientras estaba ingresado en una habitación del Doce de Octubre, si sigue siendo común contratar a sicarios que vienen, matan y regresan a Colombia. «Se continúa haciendo, pero ahora se utiliza mucho más a gente que vive en España. En Madrid hay muchas oficinas de cobro, aunque de la vieja guardia quedan pocos, contados; pero ahora existen muchos jóvenes. Hoy en día hay mucha jerarquía», dice, con cierto tono entre la nostalgia y el reproche a esta nueva hornada, como si fuera menos profesional. Y detalla: «El colombiano se relaciona con gente de muchos países que se dedica a estos temas, como del Este de Europa, que trabajan muy bien».
Una de las oficinas más conocidas, afirma, «salió del barrio del Pilar, la del Señor del Ácido». Pero los ajustes de cuentas, también los que acaban en muerte, han bajado en los últimos tiempos, «porque antes la gente tenía menos respeto». «Aún hay vuelcos [robos de droga a narcos], pero ahora uno no sabe quién es ladrón y quién es narcotraficante; es todos contra todos », dice, en referencia a los butroneros y otros delincuentes comunes que se han pasado a ello. «El mismo que te ha vendido la mercancía, te la roba, y luego te la cobra otra vez. Ese es un método que se utiliza mucho en Madrid», detalla. Entre otras diferencias, en Colombia siguen existiendo los ‘gatilleros’ niños, «mientras que aquí los jóvenes colombianos se dedican a vender droga, más que al sicariato». Claudia reconoce que ha ganado «millones de euros», «pero, como lo ganas, lo gastas, porque es dinero fácil».
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